Yaku y el trabajo de nombrar fenómenos y prepararnos para sus consecuencias
Si en los últimos días se ha encontrado diciendo la palabra “ciclón” más que antes, no está solo: todos estamos pendientes del ciclón Yaku y de cómo podría afectar a diferentes zonas del Perú. Mientras circulan mensajes cataclísmicos y otros que le restan importancia, muchos nos encontramos buscando qué significa tener uno en nuestras costas y por qué ha pasado a ser parte de nuestras preocupaciones.
En situaciones de emergencia, los términos científicos se cuelan en nuestra conversaciones cotidianas. Al hacerlo se produce un encuentro entre lo que realmente significa un término científico y el significado que le damos partiendo de experiencias personales, películas y desinformación. Técnicamente, un ciclón es un fenómeno meteorológico que sucede en la atmósfera de la Tierra y que se caracteriza por ser un área de baja presión en la que los vientos giran en círculo alrededor de un centro. Tal vez esa imagen de vientos formando “un ojo” por encima de la Tierra es la que nos imaginamos cuando escuchamos esta palabra. La mayoría de nosotros no piensa en el término técnico del ciclón, y menos en la baja presión o el sentido en el que gira el viento. Más bien, pensamos en las lluvias, deslizamientos, marejadas y vientos apocalípticos que asociamos con este fenómeno.
Como nos pasó con el coronavirus, desconocer o confundir los términos técnicos es un síntoma de la falta de comunicación entre las ciencias y las sociedades que puede llevar a la confusión en la población. Por ejemplo, en un noticiero local, un experto explicaba que el agua templada del océano influye en la formación del ciclón, pero indicaba que los efectos no se veían únicamente en las zonas pegadas al mar, sino que también podíamos verlos en zonas de sierra próximas a las regiones costeras. También existe el riesgo de caer en el cuento de Pedro y el lobo, es decir, acostumbrarnos a las alertas por lluvias porque “nunca” pasa nada y no reaccionar cuando debamos. También sucede que estamos tan acostumbrados a ciertos fenómenos que le restamos importancia a otros. Por ejemplo, uno de los especialistas de Senamhi mencionaba que por el momento no pueden confirmar ni descartar que este año se dará el Fenómeno del Niño. El motivo está en las condiciones que se tienen que dar para anunciar este fenómeno, que no se caracterizan solo por la presencia de lluvias, por lo que la población debería estar alertas a las precipitaciones intensas que también se dan sin la presencia de este fenómeno.
Cómo y cuándo nombramos a lo que ocurre en la naturaleza tiene un impacto real en nuestra respuesta a ella. Por ejemplo, muchos no se preocuparon por el coronavirus hasta que fue nombrado como “pandemia”, como si el virus hubiera cambiado sustancialmente entre que usábamos el término epidemia y el nuevo. Otro ejemplo relacionado a los fenómenos meteorológicos tiene que ver con los diferentes nombres que estos reciben dependiendo del lugar. La NASA explica que los diferentes apelativos que reciben los ciclones tropicales dependen de su ubicación: en el Atlántico y el Pacífico Este son llamados huracanes, mientras que se les conoce como tifones en el Pacífico Oeste, o solo como ciclones en el Océano Índico y cerca de Australia.
La forma de nombrar a los fenómenos naturales también influye en la comunicación de estos. Los nombres adjudicados a eventos como los ciclones no son escogidos a la suerte. Dependiendo del lugar del mundo, los nombres se determinan para todo un año y suelen repetirse cada cierto tiempo, por ejemplo, cada seis años. El sentido de ponerle nombre de personas a los fenómenos meteorológicos busca facilitar la comunicación oral y escrita. Aunque estas listas ya están establecidas, han estado sujetas a cambios durante los años. Por ejemplo, hasta finales de los 70 los huracanes en el Atlántico y el Golfo de México solo tenían nombres de mujeres, una costumbre que empezó a finales del siglo XIX. Actualmente ya se alterna entre nombres tradicionalmente de hombre y de mujer. También se ha visto cambios en la listas cuando un fenómeno causó muchos daños materiales y víctimas mortales para evitar que se asocie el nombre con la intensidad. Es así que el Comité de Ciclones Tropicales de la Organización Meteorológica Mundial aconsejó retirar los nombres Sandy o Katrina a los huracanes en Estados Unidos, o Irma y María en el Caribe, de la lista de nombres de ciclones. Los científicos también han cuestionado si las personas reaccionan diferente a los fenómenos que reciben nombre tradicionalmente de mujer, al contrario de los que reciben un nombre masculino. En un artículo criticado por presentar evidencia inconclusa, científicos de la Universidad de Illinois indicaban que las personas eran menos precavidas con los huracanes con nombre “femenino” porque los asociaban con menos destrozos. Las conclusiones de este artículo fueron descartadas por establecer una conclusión que la evidencia no soportaba. A pesar de esto, sí existe un interés por dejar de usar los nombres de las personas para los fenómenos meteorológicos porque puede ser incómodo para las personas que comparten su nombre con un evento tan desafortunado.
Es entendible que nosotros mismos nos confundamos con los nombres científicos, pues hasta los mismos especialistas necesitan ajustar los conceptos con el paso del tiempo y la creciente evidencia. Por una parte, los organismos institucionales intentan medir las palabras para ser precisos con la ciencia, pero también transmitir el sentido del riesgo que realmente corresponde. Viendo año tras año que nuestro error más grande es la falta de prevención y no solo la comunicación de estos fenómenos, nos preguntamos qué nombre le tenemos que poner a los fenómenos de la naturaleza para que las autoridades los empiecen a tomar en serio.
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ponerle el nombre del presidente de turno
Extraño que la autora no analice el desacierto del nombre Yaku, tan evidente porque en la zona de riesgo no se habla quechua (el ciclón afectará el litoral, no la puna). Debieron ponerle nombre usual en la zona como Juan, José, Pedro, y no uno de un idioma minoritario y difícil recordación. Todo indica que el nombrecito fue seleccionado con criterios ideológicos y reivindicativos de los pueblos originarios, y no por su practicidad, utilidad y eficacia comunicacional. Así de mal estamos con la progresía que supedita lo importante a su ideología, sacrifica el resultado a sus consignas. Explica en parte el fracaso de la gestión pública. La autora incapaz de hacer el análisis y la crítica correctos, como para no chocar con los progres.