Historia de dos migrantes


Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos


El domingo, Ke Huy Quan ganó un Óscar como mejor actor de reparto por su participación en la película Everything Everywhere All at Once. En su conmovedor discurso de aceptación, compartió un poco de su historia personal: “Mi viaje empezó en un barco. Pasé un año en un campo de refugiados. Y, de alguna manera, acabé aquí, en el mayor escenario de Hollywood. Dicen que historias como esta solo ocurren en las películas. No puedo creer que me esté pasando a mí. ¡Esto, esto es el sueño americano!”. 

Quan nació en 1971, en lo que entonces se conocía como Vietnam del Sur. Cuando tenía 7 años, él, su padre, y cinco de sus hermanos se desplazaron a un campo de refugiados en Hong Kong, mientras que su madre y otros tres hermanos se desplazaron a Malasia. Gracias a un programa de reasentamiento de refugiados del gobierno de Estados Unidos, toda la familia pudo migrar a ese país. Quan fue al colegio y a la universidad en California, y toda su vida ha estado vinculada a la industria cinematográfica. El Oscar llega luego de muchos años de esfuerzo y sacrificio familiar y personal para lograr un mejor futuro que el que se avizoraba en su país de origen.

Emociona escuchar el testimonio de Quan, donde vemos materializarse el sueño de tantos inmigrantes que llegan al país del norte; un sueño que te dice que, si te sacrificas y te esfuerzas mucho, podrás progresar en la tierra que te acoge. Historias como las de Quan inspiran a miles de futuros inmigrantes, quienes lo dejan todo y se lanzan a la incertidumbre para también intentarlo. Hay un Óscar esperándote al otro lado de la frontera o, por lo menos, techo, comida, trabajo digno y otras certezas que pueden llegar a ser más valoradas que una estatuilla dorada. 

Lamentablemente, muchos de esos sueños tienen un mal y abrupto despertar.

Carolina envasa Cheerios por la noche en una fábrica. Tiene 15 años. Llegó sola a Estados Unidos el año pasado para vivir con un pariente al que no conocía, escapando de la violencia y falta de oportunidades en su país centroamericano. Su trabajo suena sencillo: meter una bolsa de plástico con cereales en una caja de cartón amarillo cada 10 segundos. Nadie pensaría lo peligroso que es, pues los engranajes se mueven frenéticamente para cumplir los objetivos de producción y, debido a la falta de estándares mínimos de seguridad en la fábrica, estos ya les han arrancado los dedos a otros trabajadores y desgarrado el cuero cabelludo a una mujer. A Carolina le duele el estómago, no sabe si es por la falta de sueño, el estrés del trabajo, o las preocupaciones por ella y su familia. Además, va al colegio durante el día, donde intenta prestar atención. Así va pasando su adolescencia. No hay tiempo para más. 

El caso de Carolina no es excepcional. Estamos hablando de cientos de miles de Carolinas en esas condiciones. Hace pocas semanas, el New York Times publicó una profunda y descorazonadora investigación sobre los niños inmigrantes trabajadores en Estados Unidos. La mayoría de ellos viene de América Central; piensan que al cruzar la frontera escaparán de la violencia, pero ésta solo se transforma, pues terminan volviéndose víctimas de explotación laboral y trata de personas. Horarios de madrugada, sueldos miserables, condiciones laborales muy peligrosas que ocasionan amputaciones, problemas respiratorios y hasta la muerte. Parecen testimonios de otra época o de otro país, pero todo ello ocurre en pleno 2023, en la “tierra de la libertad”, a vista y paciencia de las autoridades, que en muchos casos decidieron simplemente mirar hacia otro lado, como demostró la investigación. 

“Estos trabajadores forman parte de una nueva economía de explotación: los niños inmigrantes, que han estado llegando a Estados Unidos sin sus padres en cifras récord, están acabando en algunos de los trabajos más duros del país”, señala la nota de la periodista Hannah Dreier, quien viajó a Alabama, Florida, Georgia, Michigan, Minnesota, South Dakota y Virginia para ese reportaje, y entrevistó a más de 100 niños trabajadores inmigrantes en 20 estados. 

Las camisas de J. Crew, la leche usada por los helados de Ben & Jerry’s, el pollo deshuesado de Whole Foods, las barras de granola de Nature Valley, las autopartes usadas por General Motors y Ford para hacer sus vehículos. Detrás de esos productos y más hay, literalmente, sangre, sudor y lágrimas de menores de edad inmigrantes. 

Algunas empresas lucen sorprendidas de que esto ocurra en algunas de sus cadenas de producción, y el gobierno ha empezado a actuar con medidas drásticas para enfrentar el problema. Ninguna de esas fábricas es clandestina o se encuentra en un sótano en medio de algún alejado paraje. Están en medio de ciudades, donde los niños hacen fila en medio de la calle cada madrugada para entrar a las fábricas. La periodista no tuvo que buscar mucho para encontrarlas.

Escuchando a Quan y releyendo la investigación del New York Times me vino a la mente el célebre inicio de Historia de Dos Ciudades, de Charles Dickens: “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. 

Y la pregunta pesimista e inevitable: Por cada Ke Huy Quan, ¿cuántas Carolinas habrá? 


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5 comentarios

  1. Miguel

    Si eso ocurre en el País donde los sueños se hacen realidad, imaginen lo que sucede en Asia, en África donde no existen los controles mínimos de seguridad laboral.

  2. Carlos Arenas

    Supongo que miles sino millones mi estimado Alberto. Al final todo se reduce a que lado de la suerte te tocó estar al momento que recalaste en este mundo difícil, cruel y desconcertante. Nuestra suerte seguramente nos llena por el camino de Quan, pero de nada serviría si nos cruzamos con alguna Carolina y nos pasamos de largo. Indiferentes, insensibles, sin compasión… Un abrazo amigo

  3. Adela Barrio Tarnawiecki

    Es una tragedia global y en Estados Unidos no es para nada menos cruel.

    • Jorge Ortega

      El caso de Quan es una migración “legal”. Estados Unidos acepta a su familia bajo un programa de migración que le da facilidades y el ansiado “green card” o permiso de trabajo. Carolina en cambio es, probablemente, una migrante que cruzó la frontera clandestinamente en compañía de uno de sus padres y está sin documentos convirtiéndose en un blanco de los depredadores del capitalismo subterráneo. Es el sueño americano para unos y pesadilla para otros. Pero cuidado, conozco cientos de casos de personas que fueron ilegales y hoy gozan de los beneficios del sistema y son hombres y mujeres logrados y “felices”.

  4. Dora Mendieta Rojas.

    Es triste y nos lastima como seres humanos conocer todas las vicisitudes que tienen que pasar jóvenes para poder subsistir y ayudar a sus familias, sin amparo de ninguna clase…donde están los Derechos Humanos?.

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