Católicos de X


Religión y polarización en nuestra comunicación


Seguramente casi todos hemos sido agregados a algún grupo de WhatsApp o Facebook, en donde recibimos una combinación de memes, cadenas de oración y fake news. Lo que puede comenzar en esa esfera como un inocente error de información, muchas veces termina en adoctrinamientos ideológicos que se multiplican por las redes sociales: esos grupos de Facebook o WhatsApp son pequeñas subculturas virtuales, en donde se genera comunidad y también militancia. Tal vez no lo sepan sus integrantes, pero muchas cosas en las que creen son producto de intereses políticos y económicos que buscan generar esta polarización. Y el terreno público de lo religioso ha sido, en su mayoría, cooptado por estas narrativas.

En X —antes Twitter— es prácticamente un hecho que cualquier persona que tiene en su perfil la palabra ‘católico’ o ‘católica’, también incluye las características de ‘anticomunista’, ‘antiterrorista’, ‘promercado’. Y que la mayoría de su actividad virtual gira alrededor de una supuesta ‘batalla cultural’ para defender posiciones de la ‘derecha’ política, valores y herencias culturales occidentales, e incluso hasta de supremacía racial blanca. Sin embargo, esa no es nuestra realidad: según el INEI, el 76 % de los peruanos somos católicos, y si lo comparamos con patrones de votación y encuestas de opinión, aquella minoría virtual está tomando más terreno del que le responde.

Esta forma de monopolizar qué es ser católico o cristiano en el espacio público genera expectativas para políticos y personajes de la sociedad. Esto, obviamente, no es único de nuestro país: en Estados Unidos la religión performativa se asocia con el más conservador Partido Republicano, a pesar de que entre los demócratas —el partido más liberal— casi todos sus líderes —empezando por el presidente Biden— son creyentes que van a misa y todo lo demás, pero no son necesariamente percibidos como gente de fe.

Esta performatividad sobrepasa el espacio virtual y se traslada a los líderes religiosos en el Perú, que asumen agendas políticas polarizadoras, pero que también usan el discurso de la fe para sus intereses personales. Desde casos de violencia, hasta enriquecimientos ilícitos, existen temas muy graves que se disfrazan en esta polarización político-religiosa. Y cuando se les intenta exponer estas incongruencias, responden como ya lo hacen en el terreno de lo virtual: con actitud terca, intolerante, que insulta y amenaza. 

Lo hemos visto en los últimos años con el amedrentamiento que han recibido los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas por sus investigaciones sobre el grupo católico Sodalicio respecto a variadas acusaciones de abuso sexual y también por posibles tráficos de influencias para hacerse de bienes terrenales. Sobre lo último, hasta el mismo papa Francisco ha tenido que manifestarse

Se dice que hay de todo en la viña del Señor, pero en internet el discurso de lo religioso ha tomado un tono muy particular y dañino para nuestra construcción como sociedad. El factor espiritual, para los creyentes, es muy importante y no debería ser reducido a una postura política, en especial porque el Perú está entre los países más religiosos del mundo y particularmente el catolicismo se manifiesta en tantas capas de nuestra sociedad. Más allá de nuestra fe —o falta de ella—, dada su influencia, pongámosle más atención al discurso religioso y cómo se puede fortalecer un espacio más diverso y tolerante en donde una pocas y poderosas voces dejen de monopolizar la agenda pública.


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1 comentario

  1. Juan Garcia

    No veo lo extraño. Cuando se desea imponer una opinión, nada mejor que anteponer una etiqueta «convocante» de todo un grupo social. Así, quienes se opongan a mi idea serán opositores también de mi grupo social. ¿Falacia? puede ser, pero muy común en política.
    Recuerdo cierta congresista peruana ansiosa de fama, proponiendo una ley tan inútil como demagógica, que en su discurso final apoyó su disparate con la manida frase «sólo los enemigos del pueblo trabajador se opondrían a mi generosa propuesta»… y claro, hasta los del partido opositor apoyaron el mamarracho. ¿Quién desea quedar mal con «el pueblo trabajador»? Más todavía si la norma era tan demagógica como inservible.
    Igual con los «católicos de X». La idea clave de tales grupos es convencer a propios y extraños que sus eventuales detractores no son católicos (o al menos, no son «reales» católicos), y utilizar esa cubierta para postular planes sin relación alguna con una creencia religiosa: defienden políticos, defienden leyes, o hasta defienden empresas (con nombre y apellido), basando tal defensa en su religión… así, si deseas ser un «buen católico» (o «buen cristiano» si eres de una iglesia protestante) entonces «debes» apoyar sin reservas al político A, al proyecto B, o al empresario C. Y esto, en contextos donde la práctica religiosa toma un carácter más político, borrará con más facilidad la división religión/política.
    PD: río recordando como Luis E. Valcárcel creía en 1930 que los «hermanos evangélicos» serían un factor de liberalización política contra el clero católico. Se revolcaría en su tumba hoy.

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