Un símbolo patrio en las manos es también un cascabel que pide nuestra atención
Muchas comunidades rurales en el Perú tienen como una de sus festividades principales al día en que fueron reconocidas por el Estado peruano. ¿Por qué? Para muchos, esta fecha simboliza una larga victoria legal hecha realidad. El proceso de reconocimiento estatal fue visto como una herramienta para la protección de sus tierras ancestrales y, al mismo tiempo, incluía la esperanza de que sus habitantes fueran tratados como ciudadanos plenos, es decir, con derechos y garantías mínimas en la sociedad.
Durante estas festividades se ondean banderas peruanas y se organizan solemnes desfiles. Con los años se ha construido un particular sentido de patriotismo que también se ha impregnado en la música. En la región Apurímac y en el sur andino es muy conocida la copla que dice “banderita, banderita, bandera peruanita”, que es incluida en varias melodías de huaynos y carnavales locales. Cuando alguna autoridad pública llega a una comunidad remota, generalmente es esperada por niños que portan banderas del Perú.
Es como si portar y ondear estas banderas fuera un mensaje para que no nos olvidemos de que el Perú rural también es parte de nuestra patria. No obstante, pasan los gobiernos y esa promesa aún no se cumple. En cambio, en varias ocasiones, los maestros rurales son quienes se convierten en los únicos representantes palpables del distante Estado. Son ellos quienes con grandes sacrificios —ganando muchas veces el sueldo mínimo— organizan en colaboración con los líderes campesinos las diferentes dinámicas de las comunidades que van mucho más allá de su rol en el salón de clase: campañas de salud, programas públicos de alimentación, burocracia estatal y, por supuesto, las celebraciones de Fiestas Patrias.
La bandera peruanita, es decir, el Estado peruano, se encarna en muchas zonas de nuestro territorio en el esforzado maestro rural de turno. Visto así, parece una ironía que las banderitas ondeen tanto en las zonas alejadas del Perú, que se le dediquen canciones y que con ellas se mantenga la esperanza de la inclusión. Una vez, una antropóloga extranjera me contó, con cierta decepción, que cuando viajó a una remota comunidad andina, les preguntó a las personas cómo se identificaban. La mayoría respondió: “¡Somos peruanos!”. Ella replicó: “Pero aquí nunca ha llegado el Estado, ¿por qué no dicen que simplemente son ‘andinos’ o ‘quechuas’? ¿Por qué su primera respuesta es ser peruanos?”.
Sorprendentemente, pareciera que el Perú sigue siendo una promesa que genera esperanza. Este 2024 estamos conmemorando el bicentenario de la Batalla de Ayacucho, el momento clave que definió la independencia de nuestro país. Y mientras se realizan diferentes celebraciones alrededor de esta fecha, corremos el riesgo de quedarnos en un aniversario vacío.
Mientras ondean banderitas, bailan huaynos y celebran que son parte del Perú, muchos ciudadanos esperan también ser escuchados. Que esta idea de un país multicultural, de ‘todas las sangres’, sea por fin puesta en marcha desde las políticas públicas.
Kawsachun Perú!
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