Unas cuantas líneas para contarle lo que no dice mi reseña
En este primer artículo mío en Jugo de Caigua, y antes de comenzar con mi contribución sobre Economía –que es lo que aparentemente se espera de una economista– quisiera compartir con usted cómo así decidí dedicarme a esta disciplina y otros asuntos que hoy me desvelan. Si lo hago, es porque deseo ponerle un poco de contexto a mis preocupaciones y a lo que podría esperarse del jugo que me tocará entregarle los miércoles, y para ello, si me disculpa, echaré mano de casi cinco décadas de recuerdos.
Durante la década de los setenta solía leer todos los libros que caían en mis manos y los que podía encontrar en la siempre silenciosa biblioteca de San Isidro. No era raro, por tanto, que me fuera bastante bien en las materias del colegio relacionadas con las letras, y que tuviera que esforzarme más para los números y las ciencias, como Física y Química, que siempre se me hacían difíciles. Había crecido con las reformas de Velasco y pasé la adolescencia viviendo las restricciones de los toques de queda y respirando el clima de los deportados y prisioneros políticos. Esa combinación de mi gusto por estudiar con la ebullición política y social que me rodeaba, me llevaron a pensar en alguna de las ciencias sociales como alternativa para mi formación universitaria.
Varias de mis profesoras del colegio provenían de la Pontificia Universidad Católica y, de cuando en cuando, las escuchaba discutir sobre los errores y aciertos del movimiento estudiantil, o sobre las autoridades de entonces. Fue muy grato descubrir que en la PUCP la carrera de Economía era parte de la facultad de Ciencias Sociales y la decisión se me hizo fácil. Sumando los dos años iniciales de estudios generales en Letras, mi aprendizaje en esta carrera corrió a mil por hora.
Desde siempre me interesaron más los temas que los métodos. Me interesé rápidamente en la Reforma Agraria y en las comunidades campesinas y nativas, así fue que llevé cursos de Antropología y Sociología, además de un semestre de quechua, cursos que ampliaron mi comprensión de estos temas y las ganas de “ensuciarme los zapatos”, en palabras del maestro Efraín Gonzales de Olarte. Ir al campo y conocer sus dinámicas in situ fueron una gran motivación.
En el posgrado pude encontrar lo que necesitan quienes buscan hacer un doctorado: un profesor brillante interesado en mis temas, es decir, en la tierra como recurso natural y la importancia de los derechos de propiedad en los acuerdos posibles para su gestión. La gracia de estos asuntos que me interesaban es que iban un poco más allá de los modelos y de los métodos sofisticados que suelen estar asociados con el trabajo de los economistas. No solo era eso, sino que me obligaban a interactuar con profesionales de otras especialidades y a esforzarme por tratar de alcanzar un lenguaje común, a comprender su jerga y así establecer canales de comunicación. Y esos esfuerzos solo pueden ser exitosos si se lleva humildad a las mesas de discusión y sempiternas ganas de aprender.
Luego de décadas de trabajo profesional, básicamente en el sector público y en la academia, me encuentro ahora buscando poner esa experiencia al servicio de todos. En la actualidad, tengo varias preocupaciones a las que dedico mi día a día: la situación de las mujeres –lo que incluye los espacios de formación y mentoría–, los retos y oportunidades de los adultos mayores para decidir sobre su calidad de vida, las oportunidades y dificultades de la adopción y uso de las tecnologías de información y comunicación, los retos para lograr una cohesión social, y la importancia de vivir disfrutando de un mínimo de derechos para todas y todos.
Este es, pues, el contexto en el que licuaré el jugo de los miércoles.
Muchas gracias, desde ya, por permitirme alcanzarle el vaso.
Buen día Roxana, que gusto saber que compartirás tus conocimientos sobre los temas económicos en redes, sabemos de tu claridad y pensamiento crítico en tus trabajos de investigación.
BIENVENIDA