Antonio, ¡fa caldo! 


Los peligros de vivir en una ciudad cada vez más ardiente


“Antonio, ¡fa caldo!” (“Antonio, ¡hace calor!”). Así se quejaba del achicharrante verano una guapa italiana arropada por una enagua sexy en un famoso comercial. Arrimada al borde de la cama buscando frescura bajo un ventilador, pedía a Antonio —su acalorada pareja— dejarla en paz: no era momento para virtuosismos amorosos. Solícito y astuto, Antonio luego se levantaba y extraía de la refrigeradora un té helado de una famosa marca que ofrecía a la amada. Así, ya refrescada, la poco arropada mujer susurraba: “Antonio, fa freddo” (“Antonio, hace frío”), invitando al afortunado a acercarse. ¡Bingo! El té helado no solo te calma la sed, sino que también te abre las puertas a más ricos placeres.

El clima está cambiando y la Tierra se está calentando: la ciencia nos confirma que las temperaturas globales han aumentado durante décadas porque hemos bombeado carbono y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera a tasas alarmantes, y lo seguimos haciendo. En 2022 la Tierra fue 1,15 grados (+-0,13º) más caliente que en el periodo preindustrial (1850-1900); y los últimos ocho años han sido los más cálidos desde que comenzaron los registros modernos, en 1880. Con esta sequía que nos persigue y este invierno limeño deliciosamente calientito, uno se pregunta a qué temperaturas llegaremos el verano que se acerca. 

En junio, el Laboratorio de Innovación en Salud de la Universidad Cayetano Heredia publicó un estudio sobre las islas de calor urbana superficial (SUHI, por sus siglas en inglés) en Lima Metropolitana, que midió la diferencia de temperatura en toda la ciudad, en comparación con los promedios históricos durante el periodo 2007-2021. Utilizando información satelital, los científicos de la Cayetano Heredia buscaron medir las diferencias de temperatura en distintas zonas de la capital y correlacionarlas con indicadores socioeconómicos del censo del INEI de 2017. Se dividió en cinco zonas: norte, este, sur, Callao y centro. El análisis, que rastreó casi 70 mil manzanas, reveló que el promedio de aumento en las islas de calor fue de 6,44 grados centígrados: con su extensa superficie de asfalto y cemento, toda la ciudad atrapa calor y actúa como una gran isla de ardor urbano. También reveló que existe una desigual distribución geográfica del aumento de temperaturas entre distritos: entre 2017 y 2021 llegó a ser de 12,7 oC. y registró los valores más altos: mientras que en Miraflores una manzana estaba expuesta a 19,5 °C, en Ate otra experimentaba 32,2 oC de promedio, casi 13 grados más.

La evidencia encontrada por el estudio de la Cayetano puede aportar a una detección temprana de poblaciones que se encuentran en desventaja, expuestas a altas temperaturas, y que enfrentan un mayor riesgo frente a sus impactos. Esto no es irrelevante, ya que el calor intenso nos deshidrata y reduce nuestra productividad laboral, afecta nuestra capacidad de aprendizaje y, en casos extremos, puede desencadenar trastornos como el infarto de miocardio, hipertermias y shocks. Las personas vulnerables, como los abuelos, las madres gestantes o nuestros parientes con enfermedades crónicas, descubren que la capacidad de su cuerpo para regular la temperatura interna se altera rápidamente, lo que empeora sus condiciones de salud, en especial si padecen diabetes, afecciones cerebrovasculares, respiratorias y cardiovasculares. Hace pocas semanas vimos cifras alarmantes de muertes asociadas al calor en ciudades de diversas partes del mundo, como la India, Europa o Estados Unidos, así como en países más cercanos como El Salvador o Bolivia. En las metrópolis de América del Sur, como Bogotá, Caracas, Lima, Guayaquil y Sao Paulo, se prevé que la frecuencia de los días con temperaturas extremas se incrementará entre cinco y diez veces durante las próximas dos décadas.

Las conclusiones del estudio subrayan la importancia de tomar en cuenta las desigualdades a la hora de diseñar las estrategias de adaptación urbana para reducir la exposición a las olas de calor. Si esta información se integra a la del Observatorio de Salud y Cambio Climático del Ministerio de Salud, y se utiliza de forma sistemática para producir mapas de calor superpuestos con datos de vigilancia de enfermedades, podremos activarnos más rápido para proteger a las poblaciones vulnerables ante los abrasadores veranos que se avecinan. Esto es crucial con los habitantes de las periferias, en los barrios autoconstruidos de la ciudad popular donde el sol quema más. Ellos habitan viviendas precarias con techos precarios, deben subir empinadas escaleras para llegar a su casa y no tienen árboles ni abundancia de agua potable. 

Este es un ejemplo de cómo la ciencia, bien utilizada, nos puede ayudar a comprender lo que sucede y definir cómo adaptarnos al cambio climático, en este caso, priorizando las mejores soluciones para refrescar las zonas expuestas a mayores riesgos. Por ejemplo, con el equipo de la Gran Cruzada Verde del Ministerio del Ambiente, el Servicio de Parques de Lima (Serpar), Serfor y la Asociación Ciudad Viva, podemos priorizar dónde plantar más árboles con un enfoque de promoción de la salud; y con las municipalidades y el Ministerio de Vivienda promover pequeñas adaptaciones a las viviendas para reducir su temperatura interior, como en la India, donde se ha realizado un masivo pintado de techos de color blanco

No hay soluciones mágicas para arreglar la locura de nuestro clima, y el té helado ciertamente no va a alcanzar para todos. Pero sería bueno que el verano por venir nos encuentre preparados.


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2 comentarios

  1. Gonzalo Llosa

    Buen artículo. Las autoridades locales deben tomar nota y generar las políticas precisas para enfrentar, en serio, el problema señalado. Y los ciudadanos debemos tomar parte activa en pedir esas políticas a la autoridades.

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