Antón Chéjov toma Lima


Se estrenan en nuestra capital dos dramas clásicos del teatro ruso que podrían darse perfectamente en la realidad peruana


Nunca deja de sorprenderme lo activa y diversa que es la escena teatral en Lima. Cada vez que vengo, veo obras variadas y muy buenas que combinan producciones de autores locales con propuestas de los clásicos. En agosto quedé muy impresionada con la puesta del Tito Andrónico de Shakespeare, así como en mayo también me hizo pensar mucho Inbestia, montaje de la compañera juguera Mariela Noles, que toca el tema de los robos en la Biblioteca Nacional y que parecía haber sido escrita teniendo en mente el contexto de la cuestionada mudanza temporal del Archivo General de la Nación.

Esta primavera, sin embargo, me ha sorprendido el estreno simultáneo de dos representaciones muy distintas entre sí, pero muy notables ambas, y que adaptan dos de las obras más importantes del médico y dramaturgo ruso Antón Chéjov: La Gaviota (1896), la primera del cuarteto de sus clásicos modernistas; y la última, El jardín de los cerezos(1904). Solo nos queda entonces esperar la puesta en escena del Tio Vanya (1899) y de Las tres hermanas (1901) para completar la temporada chejoviana. La pregunta ahora es: ¿qué hace vigente en el Perú de los años veinte del nuevo milenio al escritor ruso de fines del siglo XIX?

Chéjov fue nieto de siervos e hijo de un agricultor. Su familia pasó penurias económicas y hubo de abandonar la tierra que tenían. Él desde muy joven se dedicó a escribir para apoyar económicamente a los suyos y también se convirtió en médico, labor en la que se desempeñaría atendiendo gratuitamente a los pobres en múltiples ocasiones. Gracias a su dedicación, lograría comprar una casa de veraneo en el sur, en Yalta, donde escribió esas cuatro piezas que tanto impacto siguen cosechando.

Las dos obras recién estrenadas en Lima comparten temas. La Gaviota, que según entiendo no es un ave marina, sino un palmípedo que vive en los lagos, se ambienta cerca de uno, concretamente en una casa de veraneo de provincias, y es por ello que Mariana de Althaus ha llamado Detrás ruge el lago a su versión libre de dicha historia. Mientras que El jardín de los cerezos sucede en una casa de campo de una familia que ha sido adinerada pero que no ha sabido cuidar su fortuna. Dicha casa es conocida por contar con una huerta muy popular por sus árboles, los cuales, cada primavera, se ponen blancos y llenos de flores, ofreciendo unos frutos aprovechables en el pasado, pero que ahora solo se admiran.

En ambos casos, la trama arranca en torno una mujer de mediana edad que regresa a la casa en cuestión, desde la capital en La Gaviota y desde París en El Jardín… Ambos roles suponen una posibilidad de lucimiento única para actrices experimentadas, ya que tanto la Irina de La Gaviota como la Lubova de El Jardín…son mujeres engreídas e histriónicas que fácilmente podrían parecer vanas, y que con su caracterización se deben humanizar, ya que Chéjov es un genio precisamente por su uso del subtexto. En sus obras importa más lo que se deja de decir que lo que se dice. Tanto Tatiana Astengo como Bertha Pancorvo están estupendas en estos papeles centrales y ambas, con registros muy distintos, nos conducen al estremecimiento y a sentir lo que sienten estas mujeres que se enfrentan al desamor y a las dificultades de la maternidad.

La Gaviota tiene al centro una obra dentro de la obra y rinde homenaje a Hamlet, mientras que de fondo «ruge el lago» porque poco a poco vamos sintiendo cómo va cambiando el mundo en el que habitan los personajes. El Jardín… se desarrolla en el ámbito de la desesperación económica, que fuerza a los protagonistas a enfrentar su urgente situación cada vez más cercana a la indigencia, pese a que ellos hacen todo lo posible por ignorarla: el mundo está cambiando vertiginosamente a su alrededor, pero como antiguos aristócratas que son no quieren (o no pueden) verlo.

Chéjov concibió ambos libretos como comedias y en la puesta de El Jardín… esto se hace más evidente, porque en su versión limeña el texto conserva la misma localización geográfica y ambientación decimonónica de la función original. La Gaviota síha sido adaptada al Perú del siglo XX y los personajes que añadían un poco de ligereza al original han sido eliminados. Pero las obras del ruso fueron leídas y representadas como melodramas por el famoso actor y director Konstantín Stanislavski, quien se sirvió de ellas para revolucionar el teatro del siglo XX con sus métodos naturalistas, que hasta ahora son particularmente influyentes.

Pero ¿por qué estos montajes ahora? La Gaviota está viviendo un resurgimiento particular: el año pasado asistí a una soberbia representación en Londres donde los actores solamente leían las líneas sobre un escenario vacío. Este 2024, la obra se pone en escena simultáneamente en Madrid, Barcelona y Gerona. Mariana de Althaus nos presenta su propia lectura de cómo ella imagina que ese mundo podría haber existido en el Perú, entre los años posteriores a la Reforma Agraria y el nacimiento de Sendero Luminoso. Confieso que, a pesar de que me convenció en casi todo con su propuesta, quizá lo hubiese entendido más si hubiese ambientado el drama en la coyuntura inmediatamente anterior al zarpazo que Velasco Alvarado propinó a los propietarios de la tierra.

La propuesta de Jorge y Martín Guerra se mantiene muy cercana al texto original y se basa en una traducción de Alberto Ísola que procede de una versión en italiano. En su puesta en escena no hacen concesión alguna a la reubicación del conflicto en territorio peruano ni en tratar de traer la obra al presente. Y, sin embargo, esos aristócratas que se rehúsan a ver que el mundo ha cambiado, que quienes fueron sus siervos ahora pueden comprarles la propiedad y destruir su jardín de los cerezos para edificar casitas de veraneo y hacerse aún más ricos, me son tremendamente familiares. Las conexiones resultan evidentes.

Tanto una como otra son obras que nos obligan a pensar en lo que nos hace humanos y en el amor y el desamor; pero, también y crucialmente, en que el mundo cambia a nuestro alrededor, lo queramos o no… y en cómo darle la espalda a la realidad no hace que deje de estar ahí.


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