Reflexiones mientras brindamos por el último año del Bicentenario
Como a muchos, la llegada del 31 de diciembre me trae un poco de melancolía: es el momento de hacer listas mentales, de rememorar lo que pasó en el año. Nos damos la oportunidad de agradecer los regalos que nos dio la vida, esos momentos hermosos e inesperados, los amigos nuevos que no sospechábamos que podríamos conocer, los tiempos tranquilos, las oportunidades de viajar y de aprender; pero también nos toca pensar en lo que nos sorprendió y no para bien, en lo que nos costó, cansó, amargó y entristeció. En el Perú, específicamente, este año que termina fue uno de luto y desidia porque murieron más de cincuenta peruanos y peruanas por acciones del gobierno y hasta ahora no hay nadie que se haga responsable y, según parece, las cosas seguirán igual por más tiempo. Así, el 2023 deja como saldo la persistencia de la injusticia y de la impunidad, no solo la más reciente, ligada a los sucesos de inicios del año, sino también la ilegal e ilegítima salida de prisión del expresidente Fujimori, algo de lo que parece que ya nadie quiere hablar.
Sin embargo, es de reconocer que los últimos días de cada año son momentos bisagra, en los que también nos entregamos a imaginar las nuevas posibilidades que se abren tras las doce campanadas. Antiguamente se representaba al último día del año con el dios Jano, quien tiene dos rostros de perfil: uno que mira hacia atrás y otra que mira hacia adelante. El primer mes del año lleva su nombre tras su evolución de Jano a Ianarius, Januario y, finalmente, al enero que conocemos. Se trata del dios de los finales y de los comienzos, al que los romanos ponían en las puertas ya que atravesarlas significaba ir hacia algo nuevo y dejar algo atrás.
Entre lo que nos espera tras esa puerta como país se encuentra lo que, se supone, será el último ciclo de celebraciones del bicentenario de nuestra Independencia y del nacimiento de nuestra nación. Como saben quienes me conocen —o me leen—, he pasado más de una década pensando en los diferentes hitos y momentos de lo que fue un proceso y no un evento puntual. Quizás para la gran mayoría de peruanos y peruanas, el Bicentenario ya pasó: se fue el 28 de julio de 2021. Sin embargo, para quien escribe se trata de un proceso en el que pensé por primera vez el año 2005, estando en Cádiz, cerca de donde se llevó a cabo la Batalla de Trafalgar en 1805, cuando la tercera coalición formada por Reino Unido, Austria, Rusia, Suecia y Nápoles venció a la armada de Napoleón y la forzó a mantener sus fuerzas en el continente, algo que llevó luego al célebre corso a su enfoque de intentar tomar el continente desde la península ibérica hasta Rusia, y que contribuyó a su derrota final una década más tarde.
La historia, pues, es un dominó extendido de consecuencias imprevisibles.
Ahora que he revisado mis archivos, me doy cuenta de que esta es la cuarta vez que reflexiono en esta plataforma sobre el Año Nuevo, y que en todas he mencionado al Bicentenario. Esta vez, mientras retrocedo a inicios de 1824, me doy cuenta de que en aquel convulso 1823 ningún habitante del territorio peruano sabía lo que traería el nuevo año, y menos aún podía intuir que las batallas finales por la Independencia se darían en Junín y Ayacucho después de casi quince años de guerra. Nadie podía imaginar que algunos realistas tozudos se quedarían en el Real Felipe hasta las últimas consecuencias y que no lo dejarían hasta enero de 1826. Y tampoco habitaba entre los seguidores más alucinados de Bolívar la posibilidad de tener una federación en los Andes bajo una Constitución vitalicia. Las dificultades de la temprana república no podían realmente saberse, tan solo intuirse: es lo que ocurre cuando se cruza una puerta bajo la doble mirada de Jano.
Rememorando ello, hoy quizás convenga recordar que la incertidumbre y la esperanza siempre han acompañado a quienes han brindado el 31 de diciembre a lo largo de la historia. Como la optimista empedernida que soy, me enfocaré en la esperanza de que lo bueno resulte ganándole a lo negativo que vendrá.
Salud por ello. Y salud por usted.
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