Ámame


Tras la efervescencia, una reflexión íntima sobre el concierto de sir Paul


Daniel Sacro es un narrador, músico y comunicador argentino radicado en Perú. Autor del libro “Cuarenta cuentos de cuarentena” (Premio Luces 2021). Como músico, ha editado 2 discos de estudio, y suele hacer shows en vivo donde mezcla canciones con relatos. También lidera su propia agencia, ASÍ Comunicación.

Sacro acaba de lanzar “Querida Parca”, con un videoclip protagonizado por la actriz Mónica Sánchez.


Mi abuelo se llamaba Joseph Goldsmith y nació en Liverpool. Su familia no era británica, eran inmigrantes rumanos que escapaban de la pobreza. El plan no funcionó: a los seis meses de vida de Josecito, el clan Goldsmith se subió a un barco repleto de otros desafortunados, rumbo a Argentina, aquella tierra remota que quizá cumpliera la promesa de un destino mejor.

Sí, mi abuelo nació en la misma ciudad que los Fabulosos Cuatro. El dato me fascina, y esta es la oportunidad que esperaba para decirlo. Guardo para mí este orgullo —bastante forzado, lo admito— de tener algo en común con Los Beatles, algo de lo que nadie más pueda presumir. Al menos, nadie en este estadio colmado, en Lima, donde el show de Paul McCartney acaba de terminar.

Estuvo impresionante, sobra decirlo. Tuvo todo lo que un show Beatle de estadio debe tener: electricidad rockera, dulzura acústica, nostalgia y alegría. Luces cegadoras, visuales llamativos. La sección de vientos apareció sorpresivamente desde la tribuna Occidente, los fuegos artificiales encendieron Live and Let Die, McCartney cantó Something con el ukelele de Harrison, John Lennon cantó desde el más allá, y hasta una parejita subió al escenario para que sir Paul los bendijera en santo matrimonio.

Pero hay algo particular que me llamó la atención: las preferencias de la gente. El público se mostró infinitamente más efusivo con Love me do que con el segmento final de Abbey Road, que además cerró el concierto. Evitemos lo obvio: “sobre gustos no hay nada escrito”, “el valor es emotivo”, “es la que siempre sonó en Radio Mágica”, etc, etc. De acuerdo, okey. Pero, ¿no es llamativo que una cancioncita simple tenga tanta más acogida que una suite audaz y creativa, un entramado de seis pedazos de canciones fabulosas —solos de guitarra y batería incluidos— una oda a la más alta psicodelia, el cierre de disco más épico de la historia del rock?

Creo que la respuesta está en nuestra propia vida, tan ligada a la de Los Beatles. Me explico: en su carrera se perciben dos etapas muy marcadas. La primera, inocente, casi infantil; y la segunda, aventurera y psicodélica. La primera es mi propia infancia: me veo cantando a los gritos Love me do, a los siete años, en el balcón de mi casa familiar. O saltando como loco en el sillón, al ritmo de I wanna hold your hand, cuando mi mamá la hacía sonar en el tocadiscos. Al Abbey Road, en cambio, llegué mucho después, y por cuenta propia. Fue una búsqueda personal, sin influencias paternas. Y aquel mítico cierre musical me voló la cabeza. Era la locura que necesitaba, el motor que hizo arrancar mi desaforada búsqueda de libertad.

Entre Love me do y el cierre de Abbey Road hay un abismo de distancia. Son dos actitudes ante la vida, dos formas de ver el mundo, dos cosmovisiones. Y en ese camino entre una y otra, algo se perdió. Una infancia extraviada. Una inocencia que quedó boyando en mitad de la carretera.

Son tiempos duros estos. De consevadurismos rancios, de notables cínicos, de mezquindades cutres. Y debajo de la superficie, amenazante, asoma una frustración colectiva que, lentamente, va encendiendo la mecha. No hay tiempo ni lugar para locura psicodélica: bastante con el delirio que vivimos día a día. Quizás, entonces, esa efusividad de cuarenta mil almas cantando a voz en cuello Love me do, con los ojos brillosos, no sea otra cosa que eso: un pedido desesperado por volver a la infancia, un get back a ese lugar donde todo era divertido y fascinante, donde nos sentíamos cuidados, amados y libres, donde todo estaba bien. Un lugar donde mi abuelo Joseph, aquel rumano nacido en Liverpool por accidente, me hamacaba en un parque, mientras silbaba bajito la melodía de Love me do.


¡Suscríbete a Jugo haciendo click en el botón de abajo!

Contamos contigo para no desenchufar la licuadora.

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

4 + ocho =

Volver arriba