“Algo habrá hecho”


El Covid-19 y la estigmatización social de los enfermos


El Perú se encuentra oficialmente atravesando la tercera ola. Impulsada por la llegada de la variante ómicron al país, la tasa de contagios se ha disparado a niveles que no habíamos visto en los dos años anteriores de pandemia. Y, al igual que en las olas anteriores, pareciera que esta ha venido acompañada de cierta estigmatización de quienes resultan contagiados con el Covid-19. 

Desde el inicio de la pandemia se instaló la idea de que la única forma de evitar contagiarse y de frenar al virus era “ser responsable”. De alguna manera, entendimos la enfermedad como consecuencia de nuestros actos. Así la actitud —bien intencionada— de intentar cuidarse lo más posible y convencer a los demás de ser responsables, más de una vez terminó cayendo en el facilismo de catalogar a los demás como los irresponsables, especialmente a los que se terminaban contagiando. “Claro, si se fue de fiesta”, “en sus publicaciones en redes nunca usa bien la mascarilla”, “¡Qué inconsciente para descuidarse así, si vive con sus abuelos!”, son algunos de los comentarios que, con mayor o menor dureza, a veces acompañan la noticia del contagio de algún conocido. “Algo habrá hecho mal”. 

Esta estigmatización no solo no es del todo realista, sino que además es negativa para combatir los contagios y la pandemia. Hoy sabemos que las cosas son mucho más complejas de lo que parecen. En un documento preparado por la Organización Mundial de la Salud, junto con la Cruz Roja y Unicef, se define el estigma social en casos de salud como “la asociación negativa entre una persona o grupo de personas que comparten ciertas características y una enfermedad específica. En un brote, esto puede significar que las personas sean etiquetadas, estereotipadas, discriminadas, tratadas por separado y/o experimenten una pérdida de estatus debido a un vínculo percibido con una enfermedad”. El documento agrega:  “Dicho tratamiento puede afectar negativamente a quienes padecen la enfermedad, así como a sus cuidadores, familiares, amigos y comunidades”.

Esta actitud, señalan las organizaciones, tiene consecuencias en la lucha contra la enfermedad: impulsa a que las personas oculten su enfermedad por miedo a la discriminación, evita que busquen atención médica de inmediato, disuade a los enfermos de adoptar comportamientos saludables. Esto es particularmente dramático en una enfermedad de mucho contagio, como el Covid-19 y su más reciente variante.

La estigmatización social de enfermos y sus consecuencias no es un fenómeno nuevo. Podríamos llegar a retroceder hasta tiempos bíblicos y ver el tratamiento que se le daba a los leprosos en el Antiguo Testamento. Pero existe el ejemplo más cercano de una epidemia global con la que convivimos hace cuatro décadas: el VIH y su etapa final de infección, el SIDA. 

Inicialmente catalogado por la prensa como el “cáncer gay”, se culpó de su existencia a la conducta de su primera y principal víctima, la comunidad homosexual. En los primeros años hubo mucha demora en actuar frente a la epidemia por el juicio de valor negativo y la discriminación que existía hacia los enfermos. Algo habían hecho mal: ser homosexuales. Y su padecimiento era consecuencia de ello. Se construyó una cruel moraleja en una fábula sin una pizca de humanidad y empatía. 

Quienes deseen profundizar un poco en el tema, pueden ver en HBO Max la película “Un corazón normal”, dirigida por Ryan Murphy. Esta adapta con éxito la obra de teatro del mismo nombre que trata sobre los inicios del VIH en la Nueva York de los ochenta, llenos de prejuicios, miedo e indiferencia.

Hasta el día de hoy mucha de esa estigmatización se mantiene. Por ejemplo, “sidoso” sigue siendo un insulto dirigido usualmente hacia un homosexual para buscar humillarlo o descalificarlo. Esto evita que muchos —dentro y fuera de la comunidad— se hagan tests para ver si son seropositivos o busquen atención médica oportuna. Esa estigmatización se refleja también en atenciones de salud deficientes, o en decisiones de política pública absolutamente indolentes y contraproducentes, como el reciente recorte de alrededor del 45% del presupuesto de atención a personas con VIH realizado por el gobierno peruano. El resultado ya lo conocemos: decenas de millones de muertos alrededor del mundo desde el inicio de esta epidemia.

La estigmatización de las personas enfermas muestra la peor cara de una sociedad y, al mismo tiempo, la coloca en mayor peligro. El cambio en el discurso y en las acciones debería sustentarse en la decencia y en la empatía, y si ello no es suficiente para algunos, también en nuestro más elemental sentido de supervivencia.

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