Ah, la envidia


Un auto de 200 mil dólares devela vacíos en la teoría económica


La semana pasada Pedro Francke, ministro peruano de Economía, sorprendió con unas declaraciones cuando argumentaba la conveniencia de algunos cambios en nuestra tributación: “El que tiene un carro que vale, no sé, 200 mil dólares o 150 mil dólares… Yo veo unos carros en la calle que, la verdad, me pica el ojo y me hinca el hígado. Digamos, bueno… podrían pagar un poco más, ¿no?”. 

Existen aquí al menos dos temas para el análisis. El primero es la tributación en sí, que pese a haber recibido décadas de atención académica y mediática, sigue muy lejos de conocer los mejores enfoques para afrontarla. El error que cometió el ministro la semana pasada, junto a otros recientes cometidos en países vecinos, prueba lo poco que hemos discutido sobre ella y lo poco que sabemos. Dejaré pendiente para mi próxima columna un mayor desarrollo desde este ángulo.

El segundo tema que salta tras dichas declaraciones es la envidia, y aquí nuestra precariedad es aun mayor, pues su influencia ha sido mayormente ignorada por la teoría económica. En esta columna me voy a enfocar en la raíz de dicha precariedad en la modelación y en la discusión.

El modelo de Arrow-Debreu (1954), fundamento de la teoría económica actual, tiene como supuesto básico que los individuos son self-interested: lo que cada uno consume es reflejado en su propia utilidad y lo que consuma el resto no importa. No es de extrañar, entonces, que este modelo canónico de la teoría económica no sea una buena herramienta para analizar la envidia, menos aún la desigualdad o la redistribución.

Sobre la base de ese modelo se ha construido muchísimo de lo que conocemos sobre la eficiencia de los mercados. Los dos teoremas del bienestar, por ejemplo, son su resultado directo más utilizado. Estos teoremas son una prueba formal de que los mercados son instrumentos que permiten alcanzar la eficiencia en la asignación de recursos en una economía. La “mano invisible” alcanzó sustento gracias a estos resultados. 

La elegancia de la presentación del modelo, que utilizaba herramientas matemáticas de avanzada para la época, le permitió ganar un lugar muy importante en la academia. Kenneth Arrow recibió el Nobel junto a John Hicks en 1972. Gerard Debreu lo recibió en 1983 como reconocimiento a décadas de progreso en teoría económica.

Lo que no se ha discutido mucho, sin embargo, es que en esa teoría económica la eficiencia de los mercados se consigue, en algunos casos, con mucha inequidad. En otras palabras: la profesión económica, consciente o inconscientemente, ha prestado desde entonces mayor atención a las preocupaciones por la eficiencia que a las que involucran a la equidad.

Esto es resultado de un problema en los supuestos fundamentales. El homo economicus de la teoría es un ser racional que cuenta con información perfecta y es capaz de decidir tomando en consideración todas las opciones disponibles, eligiendo siempre lo mejor para él, sin prestar atención a lo que decida el resto. Como agrega Luis Triveño: “Este consumidor no requiere tener ningún sentimiento de amor, afecto, deber, honor, gratitud, fidelidad o justicia, a menos, claro, que esto le convenga”. 

Nosotros, los descendientes de Homo sapiens, sabemos que nuestro comportamiento en el día a día es muy diferente al de homo economicus en muchos aspectos. En particular, no es cierto que no nos importe lo que consume o hace el resto: basta con ver los contenidos de las redes sociales digitales y el tiempo que pasamos en ellas para caer en cuenta. La envidia de unos es el progreso de otros.  En la academia, los trabajos de los economistas del comportamiento han ayudado mucho a comprender mejor esto, pero aún hay mucho camino por recorrer.

La ciencia todavía está muy lejos de modelar y comprender bien los comportamientos económicos, pero también hemos avanzado muchísimo en ese camino. Los modelos, en tanto abstracciones, siempre quedarán cortos frente a la realidad. En ese sentido, me gusta recordar la frase de George Box, uno de los padres de la Estadística moderna: “Todos los modelos están errados, pero algunos son útiles.” Y cuando me acuerdo de esto me gusta también recordar a Borges con su mapa a escala real de una ciudad. Este era un modelo perfecto, réplica fiel de la realidad. Pero tan perfecto que era impráctico, imposible de tratar.

Lo que dijo Pedro Francke la semana pasada parece ser más compatible con el sapiens que somos que con el economicus que es parte de los modelos y que se le exige en su rol de ministro de Economía. Hoy, la imagen que deja esa intervención es la de un error en lo comunicacional y lo económico. Pero me atrevo a pensar que dentro de unos 50 años, cuando los modelos hayan evolucionado lo suficiente, quizás sepamos comprender mejor esto desde lo económico.

6 comentarios

  1. Victor Aguilar

    Es innegable que la envidia es un sentimiento humano (la sana y la no tan sana), ¿Esto explicaría un impuesto en 50 años? Particularmente a mi me tiene sin cuidado lo que compren o no otras personas. A lo mucho me llamará la atención en la misma medida que me llama a atención una señal de tráfico en una calle desierta o que alguien se tropiece, y no creo ser el único que piense y sienta así. Las declaraciones del ministro Francke muestran efectivamente un vacío, el vacío de su asertividad y de su alma.

  2. Lucho Amaya

    Como tema colateral (si cabe):
    ¿Cuánto de resentimiento o despecho habrá en el discurso o accionar de los antisistema, revolucionarios…?
    Debe haber de los que ese componente es del 0% (¿en la Tierra?)… hasta los de 100% (de estos sí en la Tierra)
    ¿Cómo diferenciarlos?… Franke no es del 0%, pero es bueno.
    Saludos

  3. Freddy Gómez

    El homo sapiens y el homo economicus (como los mencionas), forman parte del mismo individuo indivisble (sino entre otros más). Considero que no hay división explícita entre ambos sino el «todo» humano es quien se expresa al comunicarse. La envidia como cualquier sentimiento humano, definitivamente forma parte de la dinámica económica (Ayn Rand escribió mucho al respecto), y el ejemplo es evidente, cuando vemos que ese sentimiento es un gatillador importante y peligroso, para la toma de decisiones de nuestro ministro de economía. Interesante el análisis, pero concluir que Francke es un visionario incomprendido, me parece un honor exageradamente amable de tu parte, para un economista que en su trayectoria pasada y ahora en el gobierno, solo ha evidenciado conocimientos trasnochados y un desempeño bastante medianito (por decirlo de alguna manera, haciendo sintonía con tu amabilidad).

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