Una foto que grita 


La delegación peruana ante la Asamblea General de la ONU dice mucho aun sin abrir la boca 


El tema de hoy me llegó un poco por sorpresa: tenía planeado abordar el tema del racismo en nuestro país y cuáles son algunas de sus manifestaciones más inesperadas —y a la vez más comunes— a partir de las declaraciones de uno de los referentes más visibles de la música peruana, pero en las primeras horas del lunes me topé con una foto de la delegación peruana ante el 77°periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas que paralizó por un buen rato mi navegación. 

Aparte de que la foto me trajo recuerdos de momentos muy emocionantes y que me llenan de orgullo —en 2017 fui parte de la delegación ante la Comisión de la Condición Social y Jurídica de la Mujer y en 2012 fui observadora del trabajo del Tercer Comité en asuntos de derechos humanos, cuando trabajaba en una organización internacional— me llamó la atención su conformación: son pocos los países, además de aquellos culturalmente determinados, donde no hay, por lo menos, una mujer en la delegación nacional.

Al ver la foto no pensé en meritocracia, representación o justicia, porque si bien esos son los argumentos correctos, mi malestar no provino de un análisis social de lo local, sino desde lo tremendamente simbólico de esa imagen para las audiencias que siguen las sesiones aquí y en el mundo a través de UNTV, además de para quienes la observan en vivo y en directo en la gran sala de la Asamblea General. 

La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas se reúne presencialmente en Nueva York todos los años de setiembre a diciembre. Es un foro de alto nivel donde los 193 países miembros se reúnen a conversar, negociar y consensuar una serie de decisiones bi y multilaterales que pueden traducirse después en legislación interna, decisiones de política pública y líneas de atención en el contexto de la política internacional. Estas sesiones, que se sostienen durante semanas en el trabajo diario de los encargados y representantes de cada misión internacional, suelen iniciarse con la elección de un presidente para cada periodo de sesiones y con el discurso de todos los jefes de estado o jefes de gobierno de los países asistentes, que vuelan a Nueva York exclusivamente para este acto.

Como lo menciona el video explicativo de este año, este espacio es el escenario de las grandes ligas de la diplomacia internacional. Por eso, si bien para el ciudadano peruano promedio no se trata de un período particularmente relevante —sobre todo porque la prensa nacional no suele prestarle mayor atención a esta cumbre ni compartir la importancia de sus acuerdos—, lo cierto es que muchos de los ojos del mundo están posados allá. Sobre todo durante esta semana. No solo otros gobiernos, sino también organismos multilaterales, estudiosos del derecho internacional, organizaciones de derechos humanos, ciudadanos de a pie, amigos y enemigos. Este es un espacio donde lo que se dice, importa. Y también cómo se dice, quién lo dice y qué se deja de decir. Quién se sienta dónde, quién está presente y quién(es) no están. 

Si no, recordemos el desafiante discurso de Moammar Gadhafi en 2009, que duró 96 minutos; o las cuatro horas que se tomó Fidel Castro en los 60 en su discurso oficial, cuando normalmente se solicita a las altas autoridades nacionales que no tomen más de 15 minutos en su exposición. O el comentario sobre el azufre hecho por Hugo Chávez en 2006, quien hablando un día después de su par estadounidense hizo referencia a que “el diablo” había estado en aquel mismo lugar, o los retadores comentarios de Donald Trump hacia el líder de Corea del Norte en 2017, cuando además acuñó el “apodo” Rocket man. Todos fueron incidentes con repercusiones a nivel internacional.

Estamos hablando de un foro de discusión y negociación internacional, donde se toman decisiones públicas sobre el desarme internacional, las moratorias sobre medidas de sanción como la pena de muerte, la migración humana, las desigualdades, la necesidad de asegurar los derechos de todos y todas, la seguridad alimentaria, el cambio climático y los múltiples desafíos globales que enfrentamos en este tiempo. Un foro donde las declaraciones iniciales del Perú suelen ir en la línea de las apuestas nacionales por la igualdad, la inclusión, la garantía de derechos y las tareas pendientes para el Estado, así como sus principales compromisos. Nuestro país no suele quedar mal. Si acaso, solemos ser un poco tibios y nos acomodamos a las tendencias menos conflictivas. Valdría la pena, sin embargo, si algo nos puede quedar de aprendizaje luego de la foto de esta Delegación, prestar un poco más de atención —o un mayor ojo político— a lo que no decimos. Los silencios y, sobre todo, las ausencias, gritan demasiado fuerte. 


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