Otra razón para seguir hablando de raza y racismo en el Perú
Hace unos días participé en un evento que tenía por objetivo discutir por qué sería importante seguir hablando de raza y racismo en el Perú y, días después, colgué un hilo en Twitter que no tenía por intención resumir la charla, sino puntualizar algunas ideas-fuerza dentro de lo que permiten 280 caracteres cada vez. En él decía que era pertinente seguir hablando de estos temas porque la procedencia étnico-racial y territorial de los actores sociales que participan activamente en el reciente estallido social, por ejemplo, ha sido un elemento fundamental en la respuesta gubernamental y la construcción de las narrativas sociales sobre la coyuntura. Asimismo, en él afirmaba que no hemos aprendido mucho en estos 200 años como nación, porque la dicotomía político-social que sostenía la creación de nuestro orden nacional —república de indios/república de españoles— había sido reemplazada modernamente por otras dicotomías, tales como: Lima/provincias, vecinos/pobladores, nosotros/ellos, patriotas/influenciables; fórmulas que, a la postre, ilustran un poco sobre quiénes cuentan y quiénes no.
Finalmente, cerraba con la premisa de que el racismo afecta de manera transversal todos los campos de nuestras vidas y afirmaba que este no es un lastre del que «nos hemos liberado» después de 200 años. Si acaso, la coyuntura lo ha hecho aún más evidente.
Dado que tengo ya algunos años en Twitter, estaba segura de que, si bien considero estos temas más que evidentes, habría muchas personas que no estarían de acuerdo con estos planteamientos. Para efectos de información, en caso sea de su interés o curiosidad, las respuestas más comunes que suelo recibir van desde “acomplejada”, “caviar”, “en el Perú no hay racismo”, hasta la denuncia del nunca tan famoso “racismo inverso”. Todas son respuestas más que predecibles. Hay también quienes cuestionan mis estudios en estos temas, pero como mi trabajo se defiende solo, no me preocupo en hacerlo.
Una de esas respuestas, sin embargo, me llamó poderosamente la atención y se quedó dando vueltas en mi mente. El sentimiento y hasta la intención del tuit era familiar —he recibido este tipo de respuestas innumerables veces—, pero debo admitir que lo que me llamó la atención, además del uso de signos de admiración, fue su autoría y lo que significa o representa. El tuit me respondía: “En el Perú vivimos el racismo inverso!! Un sector discriminador en nuestra sociedad considera que un ciudadano con raíces europeas es menos peruano que otro con raíces indígenas! Una forma de pensar fruto de complejos y odios”. Su autor era el vicealmirante en retiro, y excongresista, Carlos Tubino Arias-Schreiber.
Uno de los grandes problemas que encuentro en nuestra precaria discusión nacional sobre el racismo, es que muchas veces las personas recurren al diccionario para definir este complejo fenómeno social. Esto no es ideal, toda vez que la definición lexicográfica de un concepto rara vez es tan amplia como para explicar sus dinámicas; sobre todo en el caso de fenómenos sociales. Ensayo, entonces, una definición desde las ciencias sociales. El racismo es un conjunto de ideas, una ideología que afirmaría que hay una relación de causa/consecuencia entre las características fenotípicas o genotípicas de individuos o grupos, y sus rasgos intelectuales, culturales y de personalidad; donde esta generalización incluye un elemento de jerarquización de estos grupos. En otras palabras, el racismo considera que tal o cual grupo (y obviamente todos sus integrantes, por defecto) tienen tal o cual característica, porque estas características son inherentes al grupo, y eso hace al primer grupo mejor o peor que el siguiente. El racismo, permeado en el orden social de un país, va a dar lugar a desigualdades raciales profundas, así como a la noción de que las relaciones desiguales entre grupos estarán moral y hasta científicamente justificadas. En este contexto, el racismo inverso es un sinsentido; pero uno que podremos explicar con un poco más de amplitud en otro momento.
Otro de los problemas que encontramos quienes estudiamos estos temas en un país negacionista del fenómeno como el Perú, es que muchas personas parecen empecinadas en ignorar su carácter estructural y, más bien, buscan reducirlo a instancias aisladas y personales. Se trataría, según este pensamiento, de incidencias aleatorias que no representan un sentir nacional, sino que corresponden a malas conductas individuales cometidas por “malos individuos” —las personas racistas— contra una víctima identificable.
¿Cómo se relaciona esto con el tuit antes mencionado, se preguntará? Le explico. El autor del tuit no es mi vecino o un ciudadano común y corriente, sino una persona que durante ocho años sostuvo uno de los cargos nacionales de representación más alto. Esto quiere decir que sus valores y disvalores, lo que piensa y su posición sobre ciertos temas son relevantes por su relación con su trabajo oficial.
Cuando decimos que el racismo en el Perú es estructural y que afecta todas las áreas de nuestra vida, además de que se crea, recrea y refuerza a través de mecanismos institucionales, nos referimos precisamente a fenómenos como este. A que si hace parte de las creencias personales de una autoridad, estas ideas se van a colar en su trabajo y, a partir del mismo, se nos va a hacer de obligatorio cumplimiento para todos y todas. Sin herramientas para reconocer el racismo —dado que es un tema sobre el cual no tenemos siquiera herramientas colectivas para discutir—, este se va a seguir instaurando sin límites en nuestras interacciones cotidianas, a manera del contenido que consumimos, nuestras relaciones, nuestras prácticas colectivas, y las normas que nos gobiernan.
Dimensionemos el tuit que he utilizado de ejemplo, porque estoy segura de que muchos de nuestros representantes y autoridades nacionales, como espejo social, pueden pensar de manera similar y tener una opinión que también se alinea con la definición de racismo antes expuesta: este representante congresal considera que habría un sector de la sociedad acomplejado y/o lleno de odios, que cree que los peruanos no descendientes de indígenas serían menos peruanos. Fuera de que este sector “acomplejado” estuviera o no compuesto por personas indígenas o afrodescendientes —él no lo indica, así que no voy a interpretarlo así—, vale la pena preguntarse de qué manera esta postura influyó en el producto de su trabajo congresal y su interacción con la ciudadanía. Y luego, volver a repensar por qué estamos tan en contra de la idea de que el racismo es estructural y ubicuo a la sociedad en que vivimos, en un sistema que todos y todas reforzamos todos los días, aun sin quererlo, incluso desde una curul.
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Es falso que el racismo hay sido parte de las recientes revueltas político-subversivas (no fue estallido social, nunca hubo demandas sociales) o de la respuesta del Estado. Esta es la narrativa inventada por la izquierda (postverdad) para darle legitimidad y ocultar la violencia e insurrección delictivas de la izquierda radical que quería dar un golpe de estado callejero a lo Merino, para imponer una constituyente; izquierda que sembró el odio desde el gobierno y que el resto de la izquierda protegió y defendió durante año y medio., incluso hasta el día de hoy, solapadament e..
El artículo es vacío porque no explica como el racismo es estructural y afecta a todas las áreas, mas bien solo se ocupa de negar, sin explicar, el «racismo inverso» del tweet de Tubino, obviando los discurso de odio de Aníbal Torres, Castillo, Cerron y los dichos en ese sentido de varios manifestantes en medios.
Esto del racismo sirve como globo aerostático, de esos que se inflan a niveles de «apartheidtianos» para luego ofrecer consultorías que solo llenan los anaqueles del ministerio de educación y los bolsillos de consultores, según reciente denuncia que previsiblemente involucrará a la ex ministra Flor Pablo. Y así algunos querían que fuera presidenta del Congreso para hacer la de Sagasti.