Soy de Lima, pero… 


Una pregunta que interpela sobre la identidad de la capital peruana


Jacqueline S. Campo es lingüista y educadora. Estudió Lingüística en la Universidad Mayor de San Marcos y tiene una maestría en Lingüística Aplicada con especialización en educación bilingüe y enseñanza de lenguas extranjeras en la Universidad de Massachusetts Boston, donde también cursa un doctorado.


Cuando uno conoce a algún compatriota en el extranjero, existe un pequeño ritual de preguntas. La primera es muy obvia, pero siempre que me la formulan tiene el efecto de suspenderme en un espacio dubitativo. Recientemente, mientras me presentaba ante un nuevo grupo de amigos peruanos, por supuesto que apareció el “¿de qué parte de Perú eres?”. Me debería ser muy fácil responderles sin ambigüedades y sin que implique mayor esfuerzo cognitivo. Para salir del paso digo: “Soy de Lima” y punto. Pero dudo. No es que esté mintiendo: la capital peruana es el lugar donde nací y crecí, pero automáticamente siento la necesidad de agregar “pero mis padres son de…”. 
Mientras reflexiono sobre mi necesidad de añadirle una nota al pie de página a esta respuesta, llego a la conclusión de que, simplemente, las palabras ‘Lima’ o ‘limeña’ no cubren ni connotan completamente quién soy, ni mi experiencia de vida.

La imagen mainstream de un limeño dista mucho de mi realidad y la realidad de millones de personas que han crecido en esta urbe de 10 millones de personas. En la televisión, en la literatura y en el habla coloquial, la imagen proyectada de alguien de Lima es de gente que luce, habla, viste, y vive de una manera muy diferente a la cual yo crecí, de mi familia y de las personas a mi alrededor. Mi Lima, ciudad de la que me siento parte, es la de manifestaciones culturales vibrantes arraigadas a un pasado y conocimiento milenario andino, pero recontextualizadas al presente. Es una urbe con familias multilingües, que hablamos y cantamos tanto en quechua como en castellano; donde se escucha y baila huaynos como también se celebra el Día de la Canción Criolla. Es una Lima con una familia intercultural que conoce y navega la sociedad andina, como también la sociedad urbana y capitalina: así crecí yo. Desafortunadamente, también significa que estamos refiriéndonos a una Lima en donde el acceso a la educación superior es un sueño distante en lugar de un objetivo real; una Lima en donde los mismos ojos oscuros que transmiten calidez tienen que navegar una sociedad de racismos sistemáticos y normalizados. Esta otra Lima es aquella cuya legitimidad se pone en tela de juicio, a pesar de ser una obvia y mayoritaria realidad del presente. 

Según el INEI (2017), la megacity limeña concentra al 50,1 % de los inmigrantes internos del Perú. Asimismo, Lima es la región con más quechuahablantes y, consecuentemente, los distritos con mayor población quechuahablante se encuentran en la capital. Mi distrito, El Rímac, está entre ellos y se encuentra ubicado a escasos minutos del Palacio de Gobierno y el Congreso. Sin embargo, tal como los edificios del Poder Ejecutivo y del Legislativo le dan la espalda a mi barrio, estas cifras antes mencionadas no se reflejan en las dinámicas visibles de la ciudad. Adjetivos populares como “cholo, “serrano”, “de cono”, “de cerro” actúan como etiquetas despectivas y como armas eficaces de marginalización y creación del sentimiento de “no pertenencia” a la supuestamente ‘verdadera Lima’ de un puñado de distritos que las encuestadoras clasifican como ‘modernos’. Nosotros, los limeños andinos, somos limeños a medias: solo podemos ser más limeños mientras busquemos alejarnos y borrar nuestra conexión cultural y familiar para intentar aparentar lo que la sociedad y los medios consideran como ‘buen limeño’. En contraste, somos menos de aquí cuando nos aferramos y encontramos confort en nuestra identidad hereditaria.  

Quiero a mi ciudad, que es pluricultural y multilingüe. Este es un recordatorio de que también existimos las limeñas y limeños que tenemos origen en diferentes partes del Perú, que no solo hablamos español, sino también alguna de nuestras 48 lenguas originarias. Somos limeños que valoramos nuestro complejo legado cultural.Tengo la esperanza de que el orgullo de ser parte de una Lima con una riqueza cultural cuantiosa pase de quedarse fosilizado en un texto —o en una superficialidad ornamental— a una realidad incluyente. Que esta riqueza sea fuente para enfrentar los desafíos actuales de un mundo globalizado, multilingüe y multicultural. En un futuro, anhelo que al presentarme pueda decir que soy limeña sin necesidad de más explicación. Aunque, por el momento, aún seguiré ofreciendo mi respuesta con una apostilla al lado: limeña y andina.


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1 comentario

  1. BEATRIZ CORDOVA PEÑA

    Perfecto, cuando me pregunten diré :Limeña y andina…..

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