Reformas y represión en Colombia
La ciudad de Cali tiene una entrada vial, llamada Recta Palmira, que el sábado por la noche se convirtió en escenario de una brutal represión en el marco de las protestas contra el reciente intento de reforma tributaria del gobierno colombiano.
La tarde de ese 1 de mayo, un buen grupo de jóvenes asistieron a dicho punto de encuentro. Algunos llevaban camisetas de la selección colombiana y otros, como Alicia[1], vestían camisetas negras en memoria de los asesinatos cometidos por las fuerzas del orden en los días previos. Entonces el número de muertos aún no llegaba a 19, pero ya eran demasiados: velas blancas los conmemoraban encendidas. Alicia nació en Cali hace 25 años y actualmente combina su labor como asesora jurídica con su activismo afrofeminista. La semana pasada añadió a sus actividades salir a protestar.
El Paro Nacional en Colombia había sido convocado semanas antes del 28 de abril, fecha en que se hizo realidad. Las protestas –que se mantienen hasta hoy– son resultado de un cambio de planes desatado por la negativa del gobierno a modificar el proyecto de reforma tributaria. Este proyecto incluye un aumento de los impuestos sobre la renta y productos básicos. De acuerdo al gobierno, esta medida pretende sostener el funcionamiento de los programas sociales para afrontar los estragos de la pandemia. Para recaudar más impuestos, la reforma proponía ampliar la base y cobrar impuestos a las personas que ganasen un sueldo mensual de más de US$ 663. El salario mínimo colombiano es de US$ 234. La reforma se proponía recurrir a grupos muy golpeados por la pandemia para subsanar la economía del país.
Esos grupos ya golpeados recibieron gases lacrimógenos cuando protestaron en las calles.También balas. “Todos sabemos que cuando llega el ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) la situación es grave. Entonces, la población se pone en modo defensa”, me cuenta Alicia. La primera línea, conformada principalmente por jóvenes, no pudo proteger a niñas, niños, ancianos y ancianas que se encontraban el sábado en la noche en la manifestación caleña. Tuvieron que correr hacia todos lados mientras el escuadrón del ESMAD se multiplicaba por decenas portando armas de fuego.
“Apagamos la música para que no supieran dónde estábamos”, me narra mi informante. “Cuando llegaron, llegaron disparando. Entre más respondíamos, mayor era la represión. Nosotros solo teníamos piedras y nuestros cuerpos; la represión tenía balas y lacrimógenas. Los tiroteos duraron alrededor de una hora. Era la primera vez que escuchaba algo tan brutal. Salieron varios heridos del barrio y un muerto”.
Cuando le pregunté a Alicia por el gesto de “apagar la música” en pleno fragor, ella me respondió que en Cali es costumbre protestar con salsa y tambores. Usan música alegre y tradicional con letras modificadas para visibilizar la lucha del pueblo. “Pero no es alegría, es fuerza”: una forma de resistencia que fue malinterpretada el domingo, cuando el presidente colombiano Iván Duque decidió retirar la reforma tributaria. “En los medios de comunicación se presentó todo tergiversado”, afirma la abogada, “como si la música fuera para celebrar el retiro de la reforma. ¡Estábamos protestando! Las protestas no van a parar hasta que el retiro no se formalice en papel con firma y sello”.
No estoy segura de si lo narrado por Alicia sea para el Perú un viaje al pasado o una advertencia del futuro. O ambos. Que me lo haya contado no es un mero gesto de solidaridad, porque ambas intuimos paralelos más profundos: como ocurre hoy en nuestro país, el temor a convertirse en Venezuela estuvo presente en las últimas elecciones colombianas. Quizás por miedo, la mayoría votó por el gobierno que les prometía alejarse de la crisis. Hoy las decisiones políticas de ese mismo gobierno y la represión nos llevan a cuestionar cuál es la cura y cuál es la enfermedad.
[1] Un agradecimiento especial a ella, que prefirió mantenerse en el anonimato por la sensibilidad de la represión actual.
Nuestra geografía es peculiarmente parecida a Colombia, sobre todo en la parte amazónica, al igual que nuestras profundas necesidades de cambio e inclusión económica y social