Discusiones latinoamericanas sobre nuestra volatilidad política
Me subí al tren al mediodía del jueves, siguiendo con detenimiento las noticias del Reino Unido sobre la crisis política cada vez más a punto de ebullición. En un momento me fui al baño y cuando salí ya no teníamos primera ministra. El teléfono empezó a saltar con decenas de mensajes de WhatsApp, desde memes, hasta preguntas sobre cómo era posible que Liz Truss durara menos en el cargo que Pedro Castillo.
Nunca está de más explicar que el sistema aquí es tan diferente que no es posible encontrar similitudes. La ministra cae porque ella en sí misma no es una autoridad elegida por mandato directo y todo su poder proviene de la confianza que le otorgan sus ministros y los parlamentarios de su partido. La seguidilla de errores cometidos el miércoles 19 de octubre, ninguno de los cuales por sí mismo habría sido necesariamente una razón para sacarla del poder, se convirtieron en algo insalvable y fue por ello que le retiraron la confianza y se vio obligada a dimitir.
Con el país sumido en otra profunda crisis política, se supone que los conservadores elegirán a un nuevo líder dentro de una semana. Ya no se tomarán las siete que necesitaron la vez pasada porque no le darán la opción de votar a los miembros del partido: fueron ellos quienes decidieron darle a Liz Truss el poder. ¿Sera Sunak? ¿Johnson otra vez? ¿Mourdant? De momento, es difícil decirlo.
Vine a Oxford a una conferencia sobre Historia del Derecho en el siglo XIX en América Latina, uno de esos temas que solo atraen a los especialistas. Comenzamos con la ponencia de un colega argentino sobre leyes laborales en el continente en el siglo antepasado y proseguimos asistiendo a exposiciones muy interesantes sobre la esclavitud y su abolición, juicios a mujeres por asesinato, la desamortización de la tierra, entre muchas otras cosas, y todos aprendimos los unos de los otros.
Pero, como siempre, las conversaciones de la sobremesa entre cervezas viraron rápidamente a los temas de actualidad. Nos lamentamos entre amigos y colegas de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Estados Unidos, Reino Unido y Venezuela de las polarizaciones que vivimos en cada uno de nuestros países, lo que el conferencista argentino describió como la profundización de la grieta. Uno a uno fuimos comentando cómo en nuestros sociedades la situación se va poniendo cada vez más difícil y cómo cada quien enfrenta las divisiones de la mejor manera posible.
A pesar de que la conferencia no fue sobre política, sino más bien sobre la esfera legal, no pudimos dejar de lado la conversación política y hablamos de nuestras realidades nacionales: Fernández en la Argentina, la desaparición de Evo en lo más profundo del Chapare en Bolivia, las elecciones de Brasil y las posibilidades de Bolsonaro; la asunción de Petro en Colombia, las elecciones de mediados de término en Estados Unidos, la permanencia de Castillo en el poder, todos tratando de aprender de todos.
Pero quizás lo que más me impactó fue la descripción que los colegas venezolanos hicieron de la situación de su país: la “bananastroika”, es decir, la perestroika de país bananero. Decían que ya habían tocado tanto el fondo, que lo que seguía era que lo que se había nacionalizado se privatizara de nuevo, con ganancias increíbles para los ganadores del régimen.
Desde la cercanía, vimos al Reino Unido cercano a ser una monarquía bananera, con tres primeros ministros en un año y cuatro ministros de Economía en cuatro meses. Es decir, más latinoamericanos de lo acostumbrado. Y, entre tanto y tanto, volvimos a pensar en la diferencia entre ley y justicia. La forma en que la legislación, las leyes y las cortes se convierten en espacios para disputar el poder y la legitimidad, algo que se vuelve particularmente relevante en un tiempo en que vemos cómo mucha de la política se judicializa, como ha ocurrido en Bolivia y en Brasil para cambiar a jefes de Estado, y como se está buscando hacer en Argentina con las acusaciones a Cristina Kirschner y en el Perú con Pedro Castillo.
¿Será posible usar las leyes, sean nacionales o supranacionales, para cambiar al presidente peruano? No sabemos si será posible, pero se está intentando. Sin embargo, si saliera Castillo, no existiría la incertidumbre que hay aquí: entraría Dina Boluarte, ¿pero la dejarían gobernar?
De momento es imposible saberlo, y en eso también Reino Unido se empieza a parecer a nosotros.
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