Toda la sabiduría y el optimismo de la doctora McEvoy en un libro luminoso
La verdad es que no estamos acostumbrados al elogio. Los adulones son legión, y aun más los criticones nacionales, vigorizados en las redes sociales; ya saben, esos que están atentísimos del yerro ajeno, cazadores de gazapos sin tregua para quienes nunca nada de los demás está del todo bien; los que saben cómo ese libro, esa respuesta, ese hijo, ese país pudo ser mejor. Vamos, los que desprestigian cada día la palabra “crítica” convirtiéndola en algo como “corregir con y desde diversas formas de superioridad”.
El elogio, más bien, es casi un tabú, como si mostrase debilidad, por lo que hay que ir dándolo de a puchos y lo más discretamente posible. O mejor ni darlo.
Yo creo que hay que ir cambiando esa costumbre, que no tiene sentido. Elogiar con sinceridad y gratitud es hasta liberador. Además, vivimos entre personas brillantes: este artículo se ocupará de una de ellas.
Carmen McEvoy acaba de publicar La república agrietada (Planeta, 2021), un libro necesario en estos tiempos, como puede serlo una linterna para cruzar un bosque nocturno.
McEvoy es uno de los científicos sociales más trascendentes e influyentes del Perú de nuestro tiempo. Su erudición fascinada, sobre todo, con el siglo XIX y los caminos que seguimos para llegar a donde estamos, solo es comparable con su aguda capacidad de análisis, la originalidad de su reflexión, su talento para vincular datos, fuentes, personalidades, fenómenos. Con todo ello, y con una prosa impecable, crea artefactos de divulgación cultural e histórica de inmensa relevancia, lo que sería suficiente motivo para tenerla en un pedestal académico. Quien haya leído, por ejemplo, La utopía republicana, entenderá bien de lo que hablo.
Sin embargo, a la doctora McEvoy eso no le basta, pues es del tipo de intelectual que se compromete con su tierra y con su tiempo, y no deja de sumar, de aportar a la conversación, de empujar todos los esfuerzos que contribuyan a la forja de una nación más justa, próspera y armoniosa, donde primen esos valores republicanos que con tanta pasión defiende, poniendo siempre al ciudadano por delante. Esa capacidad de mirar con sentido crítico el presente sabiendo claramente lo que ocurrió en el pasado le permite una especie de clarividencia que suele compartir con los demás: en libros, conferencias, artículos, charlas, llamadas telefónicas y chats.
Necesitamos hablar más, aceptarnos más, conocernos mejor. Y Carmen es una excelente conversadora, con curiosidad, gracia y vocación de compartir sus ideas y saberes sin dejar nunca de pensar en la mirada del otro. Y eso, todo eso, se siente en este libro.
La república agrietada está compuesto principal —pero no únicamente— de las columnas quincenales que publica en El Comercio, agrupadas alrededor de unos cuantos ejes temáticos que van desde la revisión de la historia hasta los aprendizajes de la naturaleza; del miedo a la muerte y la defensa de las mujeres; de grandes hombres y grandes canallas; de la política, el Bicentenario, la amistad, la soledad, lo que es hoy la normalidad. Todo, por supuesto, está atravesado por el espíritu de los tiempos que vivimos, del desasosiego común que aquí suele ser interpelado por la lucidez y el optimismo de su autora. Así, estas perlas escogidas configuran un bello collar que es un libro, una estructura y una gran digresión reflexiva, y un modo de ver el mundo, y un viaje.
Quienes la leemos conocemos de qué van estas columnas, que son más bien breves ensayos; con qué lenguaje nos habla, cómo es su voz: además de profunda y entretenida y ricamente aderezada de anécdotas, recuerdos, arte y referentes y bibliografías que provoca comenzar a leer de inmediato; es, sobre todas las cosas y virtudes, cálida, la voz de alguien que ama. Que ama su historia, a su familia, a sus amigos, a su barrio, a su país. Y como el amor es lo más opuesto que existe a la muerte, Carmen está llena de vida. Bulle. Vibra. Se emociona. Se conmueve. Pasa de un tema a otro sin prejuicios, con la mente abierta de los chicos, con ganas de conocer antes que de dictaminar. Todo eso transmite. Por eso es tan importante. Porque bastando con ser útil, lo que escribe es útil y bello.
Por ello este libro, en sí mismo un objeto bonito y con música en varios sentidos, es, como dije al inicio, como una linterna que nos puede iluminar el camino en medio del bosque de la noche que estamos atravesando.
En las páginas iniciales se alude al kintsukuroi o kintsugi, ese arte japonés que consiste en otorgar una nueva vida a lo que está roto, no solo recuperándolo, sino dotándolo de nuevas dimensiones. Es una tarea noble y delicada que se aplica para los objetos y también a los espíritus. Esa es parte de la gracia de este libro, que por los poderes y el optimismo de su autora somos capaces de enfrentar lo quebrado, lo que se parte cada día, lo que nos indigna y nos duele, con algunas ideas y herramientas para pensarlo y, en el mejor de los casos, transformarlo. Por eso es tan acertado el título: la república está agrietada, nos está diciendo la autora, y de lo que se trata no es de descartarla ni dejarla a su suerte, sino de empeñarnos en repararla con cariño y dejarla más bonita que antes. El momento lo exige: menos estupor y temblores, más sensatez y sentimientos. Reparar nuestra política y reparar nuestra manera de relacionarnos. Sentir más, oír más al otro, aprender más, respetar más. Solo así seremos ese país que tanto y tanto y tanto seguimos soñando.
Excelente, me provoca comprar el libro, Carmen es brillante y cálida, relacionarnos mejor, el otro importa, amar nuestro país, mil veces bravo.
!La republica agrietada en mi carrito de compras!
Ya sé qué libro buscaré por el día del libro!! Que linda columna :’)
Has escrito mis pensamientos sobre Carmen. Me encantan sus columnas, la admiro un montón. Gracias por la descripción, eres genio. Ya mismo pido el libro.
Tengo el libro y ya lo empecé a leer