Qué pena, Irene


¿Por qué se sigue criticando a los escritores que promocionan sus libros?


Irene Vallejo, la académica y escritora zaragozana cuyo ensayo El infinito en un junco no deja de conquistar lectores en el mundo, anunció hace una semana que la traducción al inglés de su libro tenía un gran descuento en su versión electrónica.

Una internauta, sin embargo, le respondió: “¿En qué te estás convirtiendo, Irene, en mercadotécnica, youtuber, o eres escritora? Qué pena”.

Irene, una escritora muy querida por su obra, así como por su calidez y elegancia, le respondió con merecida firmeza que ella se gana la vida como lo hacen los músicos y los actores al anunciar sus giras y películas, y le recordó que a las mujeres artistas les ha costado mucho profesionalizarse, un logro —y este comentario ya es mío— que nadie debería buscar dinamitar en aras de una maniquea purificación del arte.

¿En qué momento se introdujo esta noción de que los artistas, y especialmente los escritores, deben atenuar la idea de lucro relacionado a su trabajo? Alguna vez escribí en un artículo que hubo un tiempo, muy lejano ya, en el que los escribas eran especialistas escasos sobre los que descansaba la responsabilidad de registrar la gestión de reinos e imperios, y que a algunos de ellos, sin duda los que más talento narrativo tenían, la imaginación popular les concedió el papel de ser instrumentos de los dioses para transmitir su palabra al resto de los mortales. Ya que la idea del dinero como contaminante de las relaciones debe ser igual de antigua, es probable que la asociación entre el lucro fenicio y la deshonra de quienes viven de la palabra haya tenido su germen por entonces: en tiempos de Cicerón, los abogados romanos estaban prohibidos de cobrar por su trabajo, aunque sí podían recibir regalos cuantiosos y, curiosamente —siguiendo ese espíritu dos milenios después—, el código de ética de los colegios de abogados del Perú prohibía hasta 2012 que sus colegiados se promocionaran con medios que no fueran las tarjetas de presentación.

Esta hipótesis, sin embargo, es insuficiente, pues no existe creencia arraigada que se sustente en un solo factor. También debe aportar lo suyo el hecho de que la memoria humana sea corta en comparación con la dimensión de la historia: los esnobs que alaban El Quijote, pero critican a los escritores que transparentan el lucro en su trabajo, obvian que Cervantes le dedicó su novela al duque de Béjar por haber sido su patrocinador. ¿En estos tiempos tendría Cervantes un mecenas particular que lo ampare? 

No obstante, tal vez la principal razón para que hoy existan reacciones como la que me llevó a escribir estas líneas sea esa propensión a colocar en la misma masa al arte y a la obra terminada. Cuando los escritores se sientan a remover con honestidad sus recuerdos y vivencias, no piensan en demografías o en objetivos: escriben, como decía Roa Bastos, para evitar que al miedo de la muerte se le agregue el miedo de la vida. Los lectores comprenderán que aquí no mandan la crematística ni un cálculo de regalías: los escritores parimos porque, pasado cierto punto, es imposible detener la gestación. Eso es literatura y sus linderos son claros. Sin embargo, la confusión empieza cuando asoma el libro. En el momento en que la tormenta de emociones, reflexiones y técnica se ha precipitado en un manuscrito a punto de ser editado, la literatura empieza a cederle su espacio a la mercancía. Si la literatura es sagrada, se preguntarán muchos, ¿cómo se atreven algunos a ponerle precio?

Ya que la señora que criticaba a Irene Vallejo mencionó a la mercadotecnia, conviene recordar una frase que se le atribuye a Charles Revson, el fundador de Revlon: “En nuestra fábrica hacemos cosméticos, en nuestras tiendas vendemos ilusión”.

Quizá a los escritores nos convenga evocar el sendero opuesto. 

Decir que en nuestra soledad hacemos literatura, pero que tras la publicación vendemos libros.


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6 comentarios

  1. Mónica Urbea Jaime. España * PREGUNTA: ¿me puedo suscribir en Euros? Gracias

    Estoy totalmente de acuerdo con sus palabras. Como buena lectora que disfruta del buen hacer literario de otros, se entiende que uno vive de aquello a lo que mayormente se dedica y ocupa. Y si es con la pasión de Irene Villa por las palabras , su Hia, creación,etc… Hay muchas cosas que no se comparten en RRSS, pero nada tienen que ver con otros fines o sí, al acercamiento con los lectores, interactuar, compartir lo que se desea de sus actividades, y por supuesto, anunciar sus obras.

    • Gustavo Rodriguez

      Gracias, Mónica, por sus palabras y el interés por suscribirse.
      Al hacerlo, su tarjeta hará el cambio automático a euros. ¡Cariños!

  2. Maica Guerrero

    Muy buen artículo, qué buen dicho el de el fundador de Revlon!!! Es increíble la ligereza con que algunos critican la labor de difusión que un escritor puede hacer a su obra, creo que esto se deriva de la incomprensión al esfuerzo que implica escribir y publicar un libro. Y una gran dosis de mezquindad.

    • Gustavo Rodriguez

      Gracias por el comentario, querida Maica.
      A ello se suma, como me comentó luego también Irene, una actitud que persiste desde las épocas en que prácticamente eran los ricos quienes publicaban.
      ¡Un abrazo!

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