Q-pop al poder


Lo que en Corea ya es más que una industria cultural, ¿será posible imaginarlo en Perú?


En medio de los edificios de Wall Street, en el distrito financiero de Manhattan, también yacen las oficinas de la Asociación de Lenguas Modernas (MLA en inglés), centenaria organización académica estadounidense. Recientemente convocaron a diferentes investigadores para compartirnos la noticia de la publicación de un extenso reporte que expone un importante descenso de la matrícula universitaria en los estudios de lenguas en Estados Unidos. En medio de este contexto, una lengua fue la gran excepción: el coreano, con un incremento del 30 % de estudiantes. Pensándolo bien, esta noticia tenía mucho sentido: ese mismo día había caminado por Times Square y en sus pantallas gigantes se proyectaban imágenes de las cantantes BlackPink de Seúl.

¿Qué ha hecho que está lengua hablada en apenas dos países cobre tanta relevancia? Entre las posibles causas está el creciente impacto de Corea del Sur en la cultura popular mediante sus series románticas, también conocidas como K-Dramas, impactantes películas como Parásito (2019), o producciones distópicas como El Juego del Calamar (2021) en Netflix. Por supuesto, está también su pop local, más conocido como K-pop. 

El intelectual italiano Antonio Gramsci, hace ya un siglo escribía sobre el poder de la hegemonía cultural para el desarrollo y visibilidad de sociedades, economías, e incluso agendas políticas. En esa línea, el K-pop es una industria que posee un impacto cultural grandísimo en diferentes rubros, además del educativo: según diferentes cálculos, tan solo una banda del K-pop, la boy band BTS, le aportaría hasta 1 % del PBI al país. Pero la fama del K-pop no solo sirve para llenar estadios y generar millonarias regalías, es también fuente de orgullo nacional y sirve, incluso, como herramienta diplomática y política. En 2018 la banda surcoreana Red Belvet viajó a Corea del Norte como herramienta de soft power y le cantó a Kim Jong Un. Este año, las integrantes de BlankPink visitaron el Reino Unido para ser ungidas como Miembros de la Orden del Imperio Británico y en la ceremonia contaron además con la presencia del primer ministro surcoreano.

Al otro lado del mundo, en Lima, vive el joven Lenin Tamayo, hijo de una cantante de música folklórica andina. Él decide readaptar su lengua materna, el quechua, con estéticas y ritmos inspirados del K-Pop. Mediante las redes sociales ha empezado a compartir las canciones y coreografías que crea, a un punto que su cuenta de TikTok se acerca ya al cuarto de millón de seguidores. Lenin no está sólo, ya que le acompañan en esta ola cultural los artistas Renata Flores y Liberato Kani, quienes también atraen miles de fans jóvenes que encuentran en ellos no solo música pegajosa, sino también íconos culturales que celebran lenguas originarias y culturas andinas en el ámbito urbano, y que también expresan sus convicciones políticas sobre el reciente estallido social en Perú, la masacre de Bagua en 2009, o sobre la falta de educación en las comunidades indígenas. Tanto Lenin como Liberato nacieron en Lima, y Renata en la ciudad de Ayacucho, retando estereotipos sobre qué es ser un hablante de lenguas indígenas.

Pero volvamos a Manhattan. Hace unas semanas, la cantante de hip-hop en quechua, Renata Flores, fue también proyectada en las pantallas de Times Square como parte de una campaña de Spotify. ¿Será que el Quechua Pop (Q-pop) también puede ser una plataforma para promover un escenario cultural que refleje nuestra diversidad cultural y, al mismo tiempo, ser una nueva industria para el Perú?


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