Putin, Boluarte y las comparsas


Respuestas rusas y peruanas ante el autoritarismo


Ayer desperté con la noticia de una insurrección en Rusia y me pasé casi todo el día —antes de escribir esta columna— siguiendo en Twitter, los periódicos y las agencias de noticias lo que sucedía con el grupo mercenario Wagner y su líder Yevgeny Prigozhin. Después de levantarse en la ciudad de Rostov-on-Don, cercana a la frontera con Ucrania, y de avanzar sin que nadie lo detuviera hacia Moscú la tarde del 24 de junio, el sublevado finalmente llegó a un acuerdo con el presidente de Bielorrusia Alexander Lukashenko, quien sirvió de mediador y aceptó detener su avanzada: informó que su intención no era derramar sangre rusa y que por eso no seguiría hacia la capital y más bien iría al exilio en Bielorrusia. 

Ahora que ha terminado la incertidumbre de hasta dónde podría haber llegado Prigozhin y se mantiene la de si Vladimir Putin se mantendrá en el poder, lo único claro ahora es que Ucrania ya está aprovechando para retomar territorio del que habían perdido control desde 2014. Pero cómo mi área de especialización no es Rusia y no voy a pecar de experta en lo que no soy, lo que voy a resumir tiene más que ver con cómo se concibe la legitimidad de los mandatarios y lo que puede significar que quienes se hayan levantado contra el sistema militar ruso hayan sido mercenarios.

Cualquiera que haya dedicado un tiempo a leer El Príncipe de Nicolas de Macchiavello sabe que una de las primeras recomendaciones que le hace a un gobernante es que tenga cuidado de depender de los mercenarios, ya que fácilmente pueden decidir dejar de apoyar a quien han encumbrado si es que consideran que no se les paga lo suficiente, o creen que las condiciones en las que se enfrentan al enemigo dejan de ser válidas. Todo parece indicar que algo de esto es lo que llevó a Prigozhin a renegar de quien había sido su líder indiscutido, por quien había peleado guerras en África y el Medio Oriente, y quien lo había llevado a enriquecerse de manera impresionante. Los reportes de la prensa y sus declaraciones públicas indican que el jefe de los mercenarios de Wagner llegó al hartazgo porque se estaba llevando la guerra en Ucrania de manera corrupta e ineficiente. 

Esas dos palabras me transportan inmediatamente a lo que está pasando en el Perú, donde vemos que ambas pueden describir los esfuerzos de Dina Boluarte para mantenerse en el poder. Se hace cada vez más evidente —aunque a estas alturas ya no parece ser una sorpresa para nadie— que Boluarte está dispuesta a todo con tal de permanecer en el poder y el Congreso no hace más que avalar su posición ya que los parlamentarios también buscan quedarse en su curul hasta por lo menos el 2026. Su última jugada de inhabilitar —mas no destituir— a la Fiscal de la Nación, porque así no puede ser sustituida, no es más que una más de sus maniobras para asegurarse la impunidad.

Al llegar a la mitad del año vemos que la calle comienza una vez más a movilizarse. Hoy se ha convocado a una nueva marcha en la capital  y se habla nuevamente de una toma de Lima, con una estrategia de incremento de la presión hasta el 28 de julio. Una de las primeras movidas fue la celebración del Corpus Cristi en el Cusco, en la que desfilaron carros alegóricos, entre ellos uno muy llamativo que representaba a la presidenta con saco amarillo, pantalón de comando y botas militares; con cuernos sobre la cabeza y una mano negra que la maneja mientras pisotea una montaña de calaveras.  

Los creadores de la imagen fueron los alumnos de la escuela de arte Diego Quispe Tito y no debería de sorprendernos que sean los estudiantes de arte los que hagan este tipo de cuestionamientos incómodos, pues han sido escuelas como la suya las que han visto el recorte presupuestal más importante, seguramente por el espacio que abre el arte para el cuestionamiento del poder.

Sin embargo, esto habría podido quedar como un hecho anecdótico de no ser por la presión que se ha empezado a ejercer sobre los docentes y alumnos de la escuela para que pidan disculpas públicas a la presidenta. El espacio lúdico de un pasacalle en la plaza ya no parece ser posible de tolerar, así de enrarecido se encuentra el ambiente. Si este es el caso, ¿qué podremos esperar en las próximas semanas si las protestas vuelven a escalar? La presidenta ya ha soltado su amenaza.

El régimen de Putin comenzó también atacando a los artistas que comenzaron a oponérsele, como nos lo demostró el colectivo de Pussy Riot, que le ha dado al mandatario ruso más de un dolor de cabeza. Aceptar las burlas, pasarlas por alto y seguir adelante es una de las muestras más grandes de la tolerancia y de convivencia en un espacio democrático. Cuando esa deja de ser una posibilidad para responder ante el autoritarismo,  los espacios para el dialogo se van cerrando y los riesgos de llegar a la confrontación se incrementan.


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