Ojalá que te mueras


Cuando los ataques son parte de la vida de los comunicadores científicos


En una nota titulada “Ojalá que te mueras: cómo la pandemia del Covid desató ataques a los científicos”, la revista Nature presentó los resultados de una encuesta realizada a más de 300 científicos con presencia en medios y redes sociales. No se trata de una muestra aleatoria, pues recoge las experiencias de expertos que decidieron participar, sin embargo ilustra la realidad a la que están expuestos muchos especialistas. 

Según Nature, de los 300 entrevistados, un 70% ha recibido ataques a su credibilidad y ha presentado estrés emocional o psicológico, daño en su reputación, amenazas físicas o violencia sexual, ataques físicos, entre otros. De este grupo, un 15% indicó haber recibido amenazas de muerte. La mayoría de estas respuestas provienen de expertos en Estados Unidos o Gran Bretaña. Sin embargo, estudios complementarios y casos similares en otros países cuentan una historia similar. 

En nuestro país no se ha realizado ningún estudio exhaustivo sobre este tema, por lo que no tenemos cifras concretas de amenazas presentadas a divulgadores científicos y medios especializados, como las realizadas por el grupo La Resistencia al medio Salud con Lupa. Desde nuestra posición como público también podemos notar cuán violentas son las secciones de comentarios en las redes sociales hacia periodistas, divulgadores, médicos, etc. 

Como se comprenderá, yo no soy ajena a esta situación, ya que también tengo perfiles en redes sociales en los que comparto información sobre el coronavirus. Es un poco difícil confiar en la percepción personal para conocer el grado de polarización en nuestro país sobre el coronavirus o las vacunas. Desde mi experiencia personal, no he tenido amenazas de muerte, pero asumo que personajes con mayores plataformas tal vez sí las han recibido. Pero esto no significa que no me sienta expuesta: cada vez que veo alguna perfil en redes sociales con contenido extremo sobre las vacunas procedo a bloquearlo, así nunca haya interactuado conmigo. Hago lo mismo si noto que hay cuentas que atacan a otras con un perfil similar a la mía. A veces pienso que exagero, otras pienso “no sé, porsiaca, uno nunca sabe”. 

La experiencia personal de cada profesional de la comunicación científica es diferente según el tipo de medio en el que escribe, cuán expuesto está al público, el tipo de contenido que genera, y hasta cuán viral se hace o no una publicación. Para conocer la experiencia de otros, recogí tres testimonios de expertos peruanos con presencia en medios. 

Bruno Ortiz es periodista de Ciencia en El Comercio y forma parte de la Asociación Peruana de Periodistas y Comunicadores de Ciencia. Para él, como periodista científico, “los ataques solo se presentaron en redes, y orientados a poner en tela de juicio las informaciones compartidas. Poner en entredicho mi credibilidad. Muy común eran los mensajes del tipo ‘está pasando tal cosa, y ahora cómo lo explicas…’. Generalmente, esto sucedía con las llamadas cuentas troll.

Bruno considera que algunos ataques son una oportunidad para los negacionistas de la ciencia, quienes provocan debates con figuras conocidas para captar el interés del público y difundir sus supuestas evidencias. Ante esto,  él ha aprendido a dejar pasar estas interacciones o mostrarse indiferente. Para Bruno, “si quien me ataca es alguien que me sigue, lo silencio. No hay nada que afecte más a un troll que la indiferencia (aunque suene a frase de novela). Y es cierto: se aburren y tiran la toalla”. 

En mi caso, cuando he recibido comentarios hirientes, me he imaginado cómo sería si pudiera confrontar a esa persona en la vida real. Bruno me cuenta que “la mayoría de gente que es agresiva en redes sociales ‘se baja’ cuando hay un encuentro en persona.” Yo no he podido conocer a nadie así en la vida real —ni quisiera—, pero a veces un simple mensaje privado ha logrado que algún faltoso retroceda diciendo “ah, no pensaba que ibas a responder”, o mejor dicho, “no pensaba que eras una persona real, a la cual no puedo decir lo primero que se me pase por la cabeza.”

Sin embargo, los periodistas no son los únicos que comparten información científica. La pandemia también ha dado gran plataforma al personal médico que se ha convertido en divulgador científico. En el lado de los buenos ejemplos está el doctor Fabrizio Crudo, conocido en redes como Dr. Fit, con 2.4 millones de seguidores en TikTok. Su cuenta es uno de esos espacios en los que las personas pueden tener una conversación cercana con un experto en quien confían para comunicar información validada con experiencia, evidencia médica y con humor. 

Cuando le envié la publicación de Nature, me comentó que no sabía si me podía ayudar, puesto que no había recibido ataques de este tipo. Personalmente creo todo lo contrario, puesto que también nos podría ayudar a saber qué tipo de cuentas son escogidas por quienes producen estos ataques.

Como cuenta Fabrizio, “siendo 100% honesto, no he tenido ningún tipo de problema en mi plataforma, lo máximo ha sido uno que otro comentario en desacuerdo con promover la vacunación.” A pesar de esto, reconoce que tener una cuenta tan visible es un trabajo que “requiere tiempo y dedicación, lo cual genera estrés ya que se espera una respuesta inmediata 24/7”. Desde su punto de vista como experto y generador de contenido, es clave tener espacios “donde puedas conversar sin sentirte en la mira, cuando todo el resto del tiempo lo estás” y yo doy fe de esto, puesto que mis redes personales y mi vida fuera de redes son un verdadero respiro. 

Sin embargo, otras experiencias son realmente preocupantes. Uno de los puntos de interés en la encuesta de Nature fue si las mujeres expertas recibían más ataques que los hombres. Según Nature y otras investigaciones, no se ha visto una diferencia en número de ataques, pero sí en los tipos de ataques. Por ejemplo, cuando una mujer o una persona perteneciente a una minoría recibe ataques, en muchas ocasiones su género, color de piel o religión son incluidos como parte de ellos. 

Como nos cuenta Lilian Morales, licenciada y máster en Inmunología, que lleva la cuenta de Mamivacunas, ella ya no se sorprende ante frases como “¡cómplice de pandemia!, ¡asesina de niños, ¡mi hijo tiene autismo por gente como tú!”. Durante sus tres años de actividad en redes sociales reconoce que la atención negativa “muchas veces resulta agobiante y he aprendido a lidiar con frases perturbadoras de ‘posibles efectos secundarios’ e incluso he recibido imágenes de órganos sexuales ‘mutados’ por las nuevas vacunas contra la Covid-19.”

En este tipo de ataques, Lilian indica que los grupos antivacunas no solo están dirigidos a comunicadores científicos. Ella nos dice: “Un divulgador de vacunas sólido lo puede afrontar, la pregunta es: ¿un padre o una madre lo puede recibir sin dudar que vacunar siempre será lo mejor para sus hijos? Este es el segundo aspecto que no se debe olvidar de los ataques antivacunas.” Estos posibles ataques, que no solo vienen de anónimos o extraños, sino que también se pueden dar en grupos cercanos, hace que muchos no hablen abiertamente sobre las vacunas. 

Sin embargo hay algo que los cuatro de nosotros y la mayoría de los entrevistados en Nature tenemos  en común: no pensamos dejar de compartir información científica. Esto no significa que los divulgadores deban ser a prueba de balas, ni aceptar que los ataques son parte de la profesión. Quienes realizan estos ataques deben parar. La información falsa que alimenta estas ideas también es parte del problema, pues estas personas no generan estas suposiciones a cuenta personal. Así mismo, todos podemos involucrarnos un poco más en este problema, empezando por las instituciones donde los divulgadores trabajan, sabiendo cómo podría afectar su trabajo. La audiencia tampoco es ajena: tenemos la capacidad de identificar los ataques y, sobre todo, nunca considerarlos como señales de que se avanza profesionalmente.

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