Recientes sucesos nos recuerdan la explosiva privacidad en el mundo moderno
Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos Ilustres, Peruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.
Para alguien que gusta de las historias de espías —en la ficción, sobre todo—, no hay nada más placentero que encontrar nuevos gadgets de uso impredecible y que pueden ocasionar desde ataques dirigidos a enemigos hasta grandes revoluciones. Hace algunos días pude ver con mis hijas el primer capítulo de la que puede ser mi serie favorita de todos los tiempos, la ingeniosa y divertidísima Get Smart, más conocida en el mundo hispanohablante como El Súper Agente 86.
En ese episodio inaugural, que transcurre en Washington DC, a escasas cuadras de donde esto escribo, aparecen no solo las menciones a Control y Kaos —agencias rivales de espionaje— sino también el inolvidable zapatófono, que, junto con el cono del silencio y muchos otros ingeniosos trucos, han hecho reír a muchas generaciones, parodiando por supuesto los muchos inventos que la pantalla grande nos trajo con las películas de James Bond. Dicho sea de paso, aquí en la llamada capital del mundo libre está uno de los museos temáticos más visitados del mundo, el Spy Museum, en donde uno puede visitar una muestra dedicada al agente 007 y varias salas interactivas que dedican una buena parte de la exhibición a presentar innumerables gadgets de escucha, engaño y muchas otras funcionalidades dirigidas a comprender mejor el mundo de la inteligencia o, en otras palabras, a los temibles operarios del recontraespionaje.
Pero si escribo esto es porque recordar es volver a vivir. Cuando yo mismo escribí algunas novelas de espías ambientadas en los años 80 y 90, incluí la existencia de viejos dispositivos de comunicación como el bíper y, como deben saber los lectores avisados, son esos mismos aparatos —que pensaba que habían caído en el olvido— los que han causado una enorme crisis en la terrible y aparentemente indetenible escalada en el conflicto que desde el ataque terrorista de Hamas en Israel hace casi un año, se ha extendido al Líbano, a Irán y a casi todo el Medio Oriente.
Por si no lo han leído, para evitar el rastreo de los celulares y aparatos con tecnología de punta, Hezbolá y otros grupos armados han descartado de plano su uso y han recurrido a antiguos aparatos como walkie talkies y bípers de mensajería para poder comunicarse. Sin embargo, la inteligente inteligencia israelí logró interceptar dichos aparatos y provocó un recalentamiento de sus baterías, provocando explosiones en todos ellos, causando así un amplio número de víctimas afectadas por esas pequeñas bombas activadas a distancia. Por supuesto, no solo se afectaron miembros de Hezbolá en el Líbano, sino también víctimas inocentes, como lamentablemente suele suceder en estos casos en que se usa la violencia. Al momento de escribir esto la anunciada respuesta aún no ha ocurrido, pero esta puede darse con drones o un hackeo de grandes proporciones.
Y es que en un mundo en que la Inteligencia Artificial parece expandirse sin control en la vida moderna y las redes sociales nos tienen muchas veces alelados en el “scrolleo” inútil y permanente de notas irrelevantes en los celulares, a la par de las appsseguimos usando antiguas tecnologías, como el radio, el teléfono fijo o la televisión. Si bien muchos dispositivos parecen modernos, se basan en los mismos principios físicos o químicos que pueden alterarse, eso sí, de manera novedosa.
Lo cierto es que sean viejos o modernos, no hay dispositivos que parezcan libres de las redes del espionaje. Desde los destapes periodísticos basados en mensajes de Whatsapp hasta los ataques como el ocurrido hace pocos días, estamos más vigilados que nunca. La pesadilla orwelliana es cada vez más real y no parece haber tecnología que nos pueda librar de ello. O, mejor dicho, ya la tecnología parece habernos conquistado. ¿Es que el ser humano está aún dispuesto a dejar de lado su interés por la vida del prójimo, por el conocimiento o por otras formas de contacto? ¿Volveremos a conversar en una mesa sin recurrir a una búsqueda furtiva en Google o en una red social que nos permita conocer a alguien o socializar?
Quizás sea necesario recordar que incluso un neoludita como Ted Kaczynski, el famoso Unabomber, logró construir bombas caseras y hacer daño y crear terror en los Estados Unidos enviando cartas bomba desde su cabaña en Montana hace algunas décadas. Si algo parece cierto es que, aunque la inteligencia artificial y la tecnología avancen, lo que no se detendrá es la capacidad e ingenio de la inteligencia humana para encontrar nuevas formas de destrucción. En un mundo sin secretos, quizás los únicos secretos que queden sean los que se ocultan en el silencio de lo más profundo e íntimo de nuestras mentes (si es que no hay ya alguien que con algún nuevo gadget pueda detectarlo). Ya lo sabe, amigo lector, cuídese de los celulares, de los bípers… y de lo que usted mismo piensa.
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Inteligente reflexion del Sr. Neyra. Comentó con mi esposa y mi hijo este artículo; ella dice la culpa es de los árabes, mi hijo responde es de los judíos. Pienso ¿ porqué estos dos pueblos nunca han podido unirse y conseguir el bien común ? Regreso a la realidad mi esposa y mi hijo han desatado un mini conflicto del cual no puedo escapar, estoy sumergido en un mar de autos a paso de tortuga hora punta en este freeway californiano ¿Quién me mandó comentar?