Ni por la sartén ni por el fuego


Nuestro binarismo hirviente en vísperas de elecciones


Escribo esta columna porque estoy un poco harto de dos cosas: el pensamiento binario y que se dé por hecho que repudiar y no querer votar por Keiko Fujimori significa convertirse en un votante y, de paso y ya que estamos, en un adorador de Pedro Castillo. Últimamente un poco lo mismo: ambos asuntos se retroalimentan al calor de esta campaña lamentable.

            Vamos a ver. Cada quien escoge sus batallas personales, las cuestiones en las que decide creer, sus límites; entre lo ríspido, lo que deja pasar, lo que acepta a regañadientes y por lo que está dispuesto a pelear. No se preocupen que no voy a enumerar mis pequeñas causas, pero una que está muy arriba de esta lista imaginaria de rechazos es el reduccionismo dicotómico, aquel que te dice que si algo no es blanco solo y necesariamente será negro.

            Cuando hace un siglo los psicólogos, filósofos y pedagogos reflexionaron sobre los procesos de cognición, atendieron las diferencias entre el pensamiento primitivo y el maduro: el primero es global, absolutista, invariable e irreversible; el segundo, lo opuesto: multidimensional, relativo, variable y reversible. El binarismo se vincula con lo primitivo porque el individuo no consigue procesar la información en niveles y escalas. Típico de una mente básica. Esa tendencia a la polarización y el extremo resulta infantil y, por supuesto, reduccionista. Habla de la inmadurez de personas y de colectivos. Los occidentales tenemos muy metido en el cuerpo eso del bien y el mal, el Cielo y el Infierno, lo propio y lo ajeno. Conmigo o en contra de mí. En circunstancias así, nuestra humanidad no solo no florece, sino que se marchita. Por definición, la dicotomía es oposición.

            Supongo que esta debilidad por la simplificación nos es inherente para asimilar deprisa los grandes relatos, para educar humanos masivamente; o surge ante cualquiera de las muchas formas del miedo. Y vivimos tiempos de bastante miedo. Pero salvo muy pocas cosas, la realidad no es un asunto de A o B. ¡Cuánto nos ha tomado aceptar, por ejemplo, que no somos solo dos géneros humanos! Lo curioso es que esto, que salvo los mismos retrógrados de siempre lo comprendía todo cristo, parece haber sido refundido por un nuevo e importante número de adultos. 

            Es verdad que una segunda vuelta electoral se trata de escoger entre solo dos personas a quien gobernará el país por cinco años. Es el sistema mismo el que nos impele a decidir entre uno u otro, y muchas veces los que llegan hasta aquí no son los de nuestra preferencia. Es entonces cuando nos tapamos la nariz y elegimos —entre el cáncer y el sida, la sartén y el fuego, etc.— el que consideramos el mal menor, ese viejo conocido. 

            Pero yo no concibo que alguien puede considerar a Keiko Fujimori el mal menor.

            Con la llegada del otoño parece que muchos lo han olvidado, pero este desmadre que vivimos desde el 2016 se originó en la mala entraña de Fujimori quien, dos años después y ya recluida en un penal acusada de lavado de activos, fue declarada por el Ministerio Público como cabecilla de una organización criminal. Otra cosa que no voy a enumerar esta vez es su prontuario, pero a los distraídos les recordaré que, tras 28 meses de investigación, la fiscalía ad hoc ha pedido para ella 30 años y 10 meses de prisión. Hoy mismo estamos viendo cómo Fujimori y su banda despliegan todos sus esfuerzos en múltiples niveles para blindarse y protegerse de la justicia.

            Pero ni eso, que es escandaloso; ni lo que puedan llegar a arramblar, ni el evidente emputecimiento que fustigaría nuestra débil institucionalidad parece preocupar tanto como que nos coma el cuco del comunismo o que «se cambie el modelo”. Ya. Me pongo extracrispy cada vez que oigo esa cantaleta de parte de señoras y señores que hasta hace solo dos meses mostraban sensatez y uno nunca hubiera pensado que llegarían a decir lo que hoy dicen, y en voz alta, y hasta pregonan: votemos por el fujimorismo para salvar al país. 

            Lo que me terminó de pasar de vueltas fue cuando esta semana, casi al mismo tiempo, recibí en dos grupos de WhatsApp una invitación para inscribirme como personero de Fuerza Popular en las elecciones, con un llamado a la acción —“¡Defiende el voto del Perú, unidos lo lograremos!”— que estaría bien, sino fuera porque estamos hablando precisamente… de Fuerza Popular. Descacharrante.

            No voy a votar por Keiko Fujimori ni apoyaré a ninguno de sus secuaces porque sentiría vergüenza de mí mismo. Y ya estoy viejo para eso. 

            Pero tampoco pienso hacerlo por Pedro Castillo. 

            No por las patrañas que está urdiendo cierta prensa, ni por sus grupos de redes sociales, sus trolls y sus carteles de morondanga, ni por terror al terrorista: simplemente porque él también tiene mucho que aclarar a la justicia. Muchísimo. Porque no está ni de broma preparado para gobernar el país. Porque no confío en su respeto a la legalidad, las instituciones y los derechos individuales. Porque el nivel de improvisación que muestra a diario es patético. Y sobre todo porque detrás de él, insoslayable, está Vladimir Cerrón, que no me da miedo por comunista, sino por chiflado.

            Y dado que el pensamiento binario me cae mal creo que ejerceré mi derecho a tener la conciencia tranquila. 

            Así que, amigos, conocidos, desconocidos, familiares: no me digan lo que tengo que hacer, no necesito que nadie me venga a escuelear ni a decir que debo tomar partido por el moco o por la baba. No necesito que me recuerden cuáles son mis deberes morales, ni que me expliquen como a un niño cómo he de salvar a mi país.  

            Lo siento, pero gane quien gane será un desastre. Y no necesitan mi voto para ello.

7 comentarios

  1. Federico Alponte-Wilson

    Muchas gracias por compartir Dante. Escuché la columna mientras peleaba con el insomnio y tuve que venir a la web a disfrutar de cada línea. Tomo prestada su frase «me pongo extracrispy» y comparto totalmente el sentimiento expresado: «Gane quien gane será un desastre.» Solo espero que -como otras veces- seamos capaces de recuperarnos.

    • Manuel Beltroy

      Más allá de estar de acuerdo contigo. Dante, interpeto que nuestro rol como ciudadános no se limita al voto. Efectivamente es un acto civil responsable y simbólico (de la democracia). Pero no nos confundamos, ahí no empieza ni termina nuestro deber ciudadano, ese es solo un hito, cuyo resultado orientará nuestras próximas acciones.

    • Marcos Alejandro

      Así es sobrino. Yo también votaré en blanco. Con mi voto, NO.

  2. Lucho Amaya

    Por mi parte, no votaré por Castillo, y por parecerme «chiflado», sí, y por considerar -asunto trillado para no pocos (parece), pero fundamental para mí-, que esa chifladura suya hace que la democracia corra un riesgo más alto que con su oponente, por la cual votaré solo si se requiere hacerlo (como hasta ahora es).
    Saludos… y saludos Jugo de Caigua!!

  3. Víctor Aguilar

    … el pensamiento binario y que se dé por hecho que repudiar y no querer votar por Pedro Castillo significa convertirse en un votante y, de paso en un adorador de Keiko Fujimori. De acuerdo.

  4. Nilo Espinoza Morales

    No entiendo por que deben catalogar el voto en blanco como un mal voto o un voto sin sentido, para mi es todo lo contrario, YO, VOTO EN BLANCO.

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