Mismo patrón, misma indignación


El contraste entre una película peruana y lo que vemos en el Estado


La película peruana que más veces he visto es, probablemente, Estado de miedo, el documental que nos transporta a los años de violencia política entre los años 1980 y el 2000. La proyectamos casi todos los semestres en mis clases de Ciencia Política y de Sociología para discutir la forma en que el Estado peruano se vincula con sus ciudadanos y las narrativas sociales —oficiales y cotidianas— que sostenemos sobre grupos particulares de personas. Es entendible entonces, aunque lamentable, que ya no reaccione de manera particularmente notable frente a lo que sucede en la pantalla. Hay un momento de la cinta, sin embargo, que siempre me saca de la absorción del momento. Unas palabras, en realidad, del periodista Gustavo Gorriti.

Los subtítulos oficiales del material lo colocan de la siguiente manera: “Entonces te das cuenta de que una gran parte de nuestra historia y la forma en que el poder se mantiene en el Perú, solo se puede explicar a través de un cuidadoso cultivo de la ignorancia y el olvido”. Inmediatamente después, el profesor Degregori nos recuerda que no cerrar bien un periodo de violencia política asegura que sus fundamentos y las dinámicas que le dieron lugar no desaparezcan, sino que se transformen o se reconfiguren en otras formas para volver a emerger. 

Al observar el Perú de hoy, las protestas recientes y las respuestas del gobierno, de la prensa y de la sociedad nos permiten identificar algunos patrones. Uno de los más perversos, además de cruel, es que el Estado y nuestra nación no han variado significativamente su tratamiento y vinculación con el ciudadano peruano en los últimos 30 años; incluso tal vez desde antes. El Estado sigue concentrado en el mismo centro de poder urbano, de espaldas a las necesidades de las poblaciones más vulnerabilizadas, e ignorando a las más alejadas de la urbe. Esto también implica que las razones que sostuvieron algunos de los conflictos y movilizaciones más profundas de nuestra historia reciente —pensemos en el conflicto armado interno (1982-2000), en Bagua (2009), en las movilizaciones de 2020 y en las más recientes del 2022— se sostienen sobre las mismas dinámicas sociales y funcionamiento institucional. No aprendimos nada.

Pero “el Perú sí ha cambiado, porque el índice de pobreza es más bajo”, dirán algunos. Y ese elemento es verdadero, pero la pobreza en el Perú no solo es monetaria: es multidimensional. Tener unos soles más en el bolsillo no mejora la calidad de vida de las personas que siguen sin tener una escuela o un establecimiento de salud a una distancia decente de casa. “Somos otro país, las instituciones funcionan”, argumentarán otros. Y ahí, la contraevidencia es aún es más fácil. Solo observemos —o evaluemos— el funcionamiento del sistema nacional de administración de justicia y al Congreso de la República. “Las cosas han cambiado, las personas estamos mejor”, sentenciarán los más convencidos. Recordemos nada más que desde hace veintitantos años venimos “terruqueando” a los mismos “tipos” de personas; preguntándonos “¿tú no sabes quién soy yo?”, y negando el reconocimiento de derechos a diferentes poblaciones con base en razones que no pueden explicarse desde lo jurídico. Eso, mientras sostenemos relatos históricos que se concentran en unas pocas voces, validándolas, mientras se olvidan o ignoran otras. A la postre, ¿qué vidas lloramos? ¿Qué vidas nos duelen? ¿Quiénes son nuestros conciudadanos?

Los peruanos y peruanas tenemos heridas profundas. Muchas de ellas, infligidas por las acciones y omisiones de un actor que solemos omitir cuando buscamos culpas, y que sigue sosteniendo, recreando y reforzando nuestras profundas brechas de desigualdad: “Mantenlos ignorantes y que no miren, que olviden” porque aquello de lo que no se habla, no existe. Y a los peruanos nos gusta mucho el silencio. Parece que este siempre es más ‘conveniente’, o menos incómodo. 


Antes de irme, permítame incomodarle una vez más: desde el 2020 han sido asesinados 20 líderes indígenas amazónicos defensores de la Amazonía, y varios de ellos venían siendo amenazados bajo el conocimiento de nuestro sistema de justicia. Las investigaciones sobre estos crímenes no se han movido, ¿nos moveremos nosotros?


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1 comentario

  1. Pilar Quintana Flores

    Precisión que duele porque es verdad. «¿Qué vidas lloramos? ¿Qué vidas nos duelen? ¿Quiénes son nuestros conciudadanos?» Para quedarse pensando, sintiendo, deconstruyendo, reconstruyendo…. ¡Gracias!

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