El legado de una científica excepcional que reubicó a la especie humana
“Tienes esas oportunidades gracias a tus buenas piernas”, le decían, con una mezcla de ironía y envidia, algunos colegas científicos hace unos setenta años, cuando empezaba su carrera. Pero a Jane Goodall, una joven entusiasta sin más educación formal que la escuela secundaria, esos comentarios no le importaban. Caminaba su propio senderoguiada por una pasión profunda: desde niña, soñaba con estudiar a los animales en su entorno natural. En el jardín de su infancia coleccionaba gusanos, observaba insectos y soñaba con casarse con Tarzán. Mientras tanto, realizaba sus primeras experiencias de observación con su perro Rusty, al que consideraba su guía: “Fue mi mejor amigo y mi primer maestro”, solía repetir.
El renombrado paleontólogo Louis Leakey la eligió para estudiar el comportamiento de los chimpancés en la reserva del Río Gombe, en Tanzania, con el objetivo de entender los orígenes del comportamiento humano a través de nuestros parientes más cercanos, los primates. Leakey intuyó que aquella joven de 27 años poseía cualidades excepcionales, poco comunes incluso entre científicos formados en Zoología o Biología: resiliencia y valentía, empatía y sensibilidad hacia los animales, curiosidad y mente abierta, virtudes que surgían precisamente de su limitada educación académica. Además, su carácter tímido la hacía especialmente apta para la escucha paciente y la observación silenciosa, dos virtudes esenciales para pasar horas, días y años observando a los chimpancés en el bosque africano.
Corrían los años 60, cuando las mujeres en la ciencia aún eran una rareza. Leakey no se equivocó: auspiciada por National Geographic, Jane viviría más de cinco años en contacto directo con los chimpancés antes de obtener su doctorado en la Universidad de Cambridge, convirtiéndose en una de las primatólogas más influyentes del mundo.
Resiliencia: su trabajo comenzó en una pequeña cabaña en medio del bosque, con apenas lo esencial: una cafetera, un cuaderno de notas, unos binoculares, una máquina de escribir y la ayuda de un cocinero y un asistente local. Tras 15 meses de observación silenciosa, los chimpancés comenzaron a aceptarla, acercándose incluso al campamento para jugar y compartir alimentos. Fue entonces cuando Jane documentó comportamientos nunca antes registrados: el uso y la fabricación de herramientas, la estructura social del grupo y la expresión de emociones (alegría, tristeza, empatía, duelo) que la ciencia de la época negaba a los animales.
Empatía: libre del corsé de los paradigmas científicos de su tiempo, Jane le puso nombre a los chimpancés, algo impensable para la ciencia positivista de la época: Flo, la madre sabia y protectora; Fifi, su hija; Flint, el travieso; Leakey, en honor a su mentor; y Barbagrís, el distinguido patriarca del grupo. Nombrarlos fue un acto de reconocimiento de su individualidad y personalidad, una decisión profundamente humana que revolucionó la etología.
Apertura mental: Goodall mostró que se puede hacer investigación científica estableciendo una relación con el objeto de estudio, no solo manteniendo una “fría y objetiva” distancia de ello. Con el tiempo, las burlas iniciales hacia su método poco ortodoxo se transformaron en admiración. Jane probó que los chimpancés no solo usan herramientas, sinoque las fabrican: observó a Barbagrís crear un cuenco de hojas para recoger agua o despojar una ramita de hojas para “pescar” termitas de un termitero (si quieres ver el maravilloso video original de estos hallazgos, haz clik aquí.) Hasta entonces, se creía que el uso y la fabricación de herramientas eran exclusivos del ser humano, algo que nos distinguía del resto de los animales. Este hallazgo fue tan significativo que Louis Leakey escribió: “Ahora debemos redefinir ‘herramienta’, redefinir ‘hombre’, o aceptar a los chimpancés como humanos”.
Goodall también documentó que los chimpancés cazan y comen animales, algo que también se creía inusual: no eran herbívoros pasivos, sino omnívoros capaces de cooperación en la caza, lo cual añadió una capa nueva a la idea de su inteligencia social. Observó también relaciones afectivas: gestos de consuelo entre chimpancés, vínculos madre-hijo muy fuertes, personalidad individual distinta en cada ejemplar, expresando emociones que muchos científicos de la época consideraban “propias del ser humano”.
Todos estos descubrimientos provocaron una revolución en la Etología y la Antropología: ya no bastaba con separar al ser humano como la única especie con cultura, herramientas, emociones y autoconciencia.
Con los años, Jane amplió su labor de científica para dedicarse a la conservación de los ecosistemas y, posteriormente, al activismo ambiental: a comienzos de los 90 creó Roots & Shoots, una red global de jóvenes comprometidos con la transformación social y ambiental, activa incluso en campos de refugiados. Se convirtió en embajadora del ambientalismo sumando, a sus virtudes científicas, cualidades humanas admirables: compasión, humildad y optimismo, que esparcía por el mundo a través de sus inagotables giras de conferencias y su pódcast de esperanza, HopeCast.
Todo esto, hasta hace pocos días, cuando, a los 91 años y desde su gira en California, Jane Goodall pasó a una nueva vida, dejándonos un legado que trasciende a la ciencia e inspira a miles de científicas, activistas y soñadores de todas las edades. ¡Viva Jane!
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