O esas excusas sublimes que justifican nuestra informalidad
Hace unas semanas, un poco antes de que estallara el último pico de esa crisis continua que es el gobierno de Castillo, una radio fue cerrada en Lima. La razón presentada fue que tenía vencida la licencia que le permitía utilizar el espectro radioeléctrico que le pertenece a los peruanos, lo cual suena a una medida lógica desde el punto de vista burocrático. De hecho, el 2021 se cerraron 30 emisoras en distintas regiones del país por usufructuar de manera pirata nuestras ondas y la licencia de PBO ya había vencido hacía tres años.
Sin embargo, en los tiempos tan conflictivos que nos acogen, en los que hasta ponerse una vacuna es estandarte de ideología, tal medida tuvo una reacción política: quienes tienen la daga entre los dientes contra el gobierno de Pedro Castillo –incluso antes de que asumiera el mandato y de que empezara su lamentable senda de torpezas– salieron a denunciar un atropello contra la libertad de expresión, habida cuenta de que la línea editorial de la emisora era claramente antigobierno. Aunque en realidad, no se trató solo de los críticos más acérrimos de Castillo: también se pronunciaron en contra muchas voces de nuestro periodismo.
Uno de los lugares más comunes para explicar el subdesarrollo del Perú es nuestro desapego a las instituciones. Falta de institucionalidad, le llaman. Sin embargo, para que esa rimbombancia no suene tan hueca, es preferible traducirla a clave cotidiana: si estamos mal a nivel colectivo es porque no respetamos los acuerdos que en teoría hemos convenido por el bien de todos. Si usted quiere conducir un vehículo, para proteger al otro –y a sí mismo– tiene que aprobar un examen con el que el Estado le dará una licencia. Sin embargo, existen funcionarios que entregan la licencia a cambio de dinero y, por supuesto, ciudadanos que la piden. Para proteger al otro uno debe mantener mecánicamente a su vehículo y aprobar una revisión técnica; sin embargo existen establecimientos que a cambio de una tarifa clandestina avalan el destartalamiento. Para proteger al prójimo deberíamos vacunarnos, pero ha habido funcionarios dentro del mismo Estado que han entregado certificados truchos. Para proteger al otro existen protocolos que las industrias extractivas han aceptado respetar para trabajar en territorio peruano, pero sobran los ejemplos –el último con Repsol es funesto– en que no se ha sido exhaustivo y donde en algún eslabón el mínimo esfuerzo trajo un costo altísimo.
Es hasta motivo de chiste la comparación entre las sociedades que cumplen ciudadana y milimétricamente sus propias reglas y las que –como la peruana o la mexicana– prefieren el atajo. A quien lo dude, escriba en el buscador la frase Imagina ser de Suiza y perderte esto.
El chiste, sin embargo, termina cuando la tragedia es mayor que la gracia: hace unos días una avioneta cayó en Nazca y murieron sus ocupantes extranjeros. Lo que en un país medianamente estructurado debía ser una escandalosa primera plana, aquí no fue más que otra nota folclórica.
El caso de la radio PBO me ha resonado especialmente porque evidencia que los peruanos criticamos la informalidad de la misma manera en que criticamos la corrupción: lo hacemos en la medida que el otro está en falta, cegándonos a la posibilidad de que todos la alimentamos con nuestra pasividad
Estamos tan empantanados de lasitud, de quechuchismo, de deje así nomás, de todo el mundo lo hace, que siempre encontraremos una manera de justificar o relativizar nuestra omisión a la regla. Siempre habrá una excusa más sublime que el desmadre que ocasiona no acatar lo instituido. Si pago una coima para que mi negocio tenga licencia, ondearé la bandera del emprendimiento, del derecho a subsistir y de dar trabajo. Si no acato la norma sanitaria dictada por el gobierno, se alzará el estandarte de la libertad individual. Si un transportista evade las multas que ha coleccionado por sembrar peligro en nuestras calles, la arenga será el derecho a trabajar y a sostener a su familia. Si una emisora está en falta con todos los peruanos por no renovar su licencia, la justificación estará en la libertad de prensa. Y si un presidente consiente nombramientos de funcionarios con más que dudosas capacidades, la justificación no tardará en llegar con una mezcla de cinismo e imaginación.
Patrañas, todas, que esconden una triste realidad: somos imbéciles que nos quejamos de la precariedad institucional mientras la consentimos en nuestras propias vidas.
Al punto!
Efectivamente, es nuestra falta de compromiso como ciudadanos. De todos.
Sí, Ricardo. Cuando hablamos de tejido social olvidamos nuestra propia implicancia en él.
Un abrazo.
Its true.
Gracias por leernos siempre, Paul.
Saludos Gustavo excelente punto,, es donde nos toco nacer, y lo que nos toco vivir, y tu analisis y comentario es acertado, Hector Velarde, en su libro antologia humorisitica (editorial peisa 1973 pagina 55) nos describe «el concho telurico de acometividad» para entendernos un poco como individuos y como sociedad,, ojo que entender no es justificar, soy de las personas que llegan puntual a las citas y mas aun con algunos funcionarios publicos, me considero bien criado pero y siempre que llego a la hora pactada me dejan esperando una hora o mas para hablar con algun funcionario, o me dejan en la puerta tostandome en el sol hasta que me dejen pasar y tengo que aguantar esos desplantes, o simplemente luego de coordinar la visita ya no contestan el celular y siempre me he preguntado lo mismo ¿porque simplemente no los mando a la mierda y no regreso mas? en realidad no necesito nada de ellos,, creo que ser un poco cojudo tambien es parte de nuestra idiosicrancia,,, gracias por compartir Gustavo,, sigan los exitos..
Gran verdad! Es que “vemos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga en el nuestro”. Aún no entendemos el concepto de Ciudadania, que es tener derechos, pero también obligaciones.
Ciudadanía… en mi época era un curso para aprenderse los símbolos patrios.
Un desperdicio.
Gracias, querida Nancy.
Como dijo alguien alguna vez: «La República Peruana, donde todos hacen lo que les da la gana». Y es patético sigan machacando que vamos directo y sin escalas a la OCDE.
Horrible eslogan, pero muy real.
Gracias, Sara.
Totalmente cierto.
Gustavo:
Una vez más coincido en la corresponsabilidad que carecemos para asumir este tejido social..
me encantó lo del quechuchismo!!
Gentilmente,
La lectora silente que de cuando en cuando decide responder.
Buen fin de semana!
Gracias, silente Claudia.
Con mucho aprecio.
Exigir un derecho, cuando no se está dispuesto a cumplir los deberes requeridos legalmente para ejercerlo, constituye una negación del ideal de libertad. No es un problema nuevo. A un mariscal-presidente que gobernó el Peru en los años 30 del siglo pasado se le atribuye una frase cínica que ilustra muy bien esta suerte de ‘ventajismo dedocrático’, hoy tan extendido: “A mis amigos todo, a mis enemigos la ley”.
Un fuerte abrazo, Guido.
Gracias por ampliar más el horizonte.
Exigir un derecho, cuando no se está dispuesto a cumplir los deberes requeridos legalmente para ejercerlo, constituye una negación del ideal de libertad. No es un problema nuevo. A un mariscal-presidente que gobernó el Peru en los años 30 del siglo pasado se le atribuye una frase cínica que ilustra muy bien esta suerte de ‘ventajismo dedocrático’, hoy tan extendido: “A mis amigos todo, a mis enemigos la ley”.