Reporte desde un gigante que podría cambiar de nombre
He llegado a Delhi en los últimos días de la temporada del monzón y, como me hizo notar un amigo, puede que este sea el último viaje posible a la India, pues en este momento se debate en el parlamento la propuesta del líder del gobierno, el primer ministro Narendra Modi, de cambiar el nombre del país a Baharat. Este nombre, consignado desde 1950 en la constitución federal del país, es la denominación para este lugar en sanscrito, uno de los idiomas más antiguos de la región. Recordemos que los griegos llamaban “indus” a quienes vivían más allá del río de ese nombre y en la antigua Persia se le conocía como la provincia del Hindush.
He venido con mi madre para celebrar sus 75 años, casi tantos como el país que visitamos, que se independizó del Reino Unido el 15 de agosto de 1947. Ese auspicioso día implicó también un hecho muy triste, ya que llevó a que se dividieran los territorios de lo que había sido una colonia británica en dos países: Paquistán quedó para los musulmanes, dividido en este y oeste, mientras que la India sería para la mayoría hindú. La partición fue terrible ya que millones de personas traspasaron la nueva frontera para no terminar viviendo donde no se practicaba su religión. Se calcula que unos 10 millones de hindús abandonaron Paquistán, mientras que millones de musulmanes se refugiaron al este y al oeste en un proceso en el que murieron más de un millón de personas. Las heridas siguen abiertas y la enemistad entre las dos nuevas naciones no parece mejorar con el paso de los años. La minoría islámica en la India sigue sin sentirse particularmente bienvenida y en 1972 Paquistán perdió su provincia más poblada cuando Bangladesh se independizó. Mientras que al norte, en Kashmir, el conflicto por la independencia continúa en lo que hasta 1947 fue un principado y que ahora ha sido dividido entre Paquistán, China e India.
En parte, la conflictividad actual se debe a que los británicos controlaron el subcontinente como un collage de territorios. Mantenían la autonomía de algunos principados con maharajás, combinados con áreas administrativas como Bombay, Delhi y Calcuta, desde donde organizaron el resto de los territorios. Este arreglo funcionó en menor o mayor medida mientras todos eran parte de un gran imperio, pero al convertirse en nuevas naciones las fronteras comenzaron a cobrar un sentido diferente y la diversidad de identidades se ha ido cimentando. La India, el país más grande y complejo de todos, tampoco ha sido ajeno a la violencia.
Mahatma Gandhi, el gran luchador por la independencia, quien desarrolló la noción de la desobediencia pacífica y la utilizó para enfrentar al imperio, identificable por su delgada silueta cubierta por una túnica hecha a mano, su rueca y su bastón, fue asesinado a pocos meses de la independencia por un nacionalista hindú. Gandhi se había opuesto a la partición de la India siguiendo criterios religiosos y esto le costó la vida. Su heredero político, con quien organizó el nuevo país, Jawaharlal Nehru, fue el fundador de una dinastía política. Su hija Indira se casó con un señor apellidado Gandhi, pero que no tenía relación alguna con el héroe nacional y esta coincidencia ha llevado a muchos a pensar que era hija del Mahatma y no de Nehru. Cuando su padre fue primer ministro entre 1947 y 1964, ella fue su acompañante, ya que era viudo, y en 1966 fue elegida como la tercera primera ministra del país.
Durante su primer premierato, que duró hasta 1977, se libró una guerra con Paquistán, y Bangladesh se independizó gracias a su apoyo. En 1980 regresó al poder y comenzó una campaña contra la pobreza, pero en 1984 la asesinó uno de sus guardaespaldas, un nacionalista sikh. La reemplazó su hijo Rajiv, quien también fue asesinado en 1991 por una nacionalista tamil, que detonó 700 gramos de explosivos que llevaba escondidos en su vestido. Los problemas de los distintos nacionalismos siguen marcando esta región a pesar de los grandes cambios que ha vivido.
En 1951, India tenía 361 millones de habitantes, y hoy es el país más poblado del mundo con un estimado de mil quinientos millones de habitantes. En ese mismo periodo el ingreso per cápita se incrementó de $ 64 anuales por persona a $ 2600, y su taza de alfabetización creció de 16.6 % a 74 %. En las últimas dos décadas ha mantenido un crecimiento económico superior al 7 %, es una potencia nuclear y la quinta economía más importante del planeta. Pocos días antes de mi llegada a Delhi se había llevado a cabo la reunión del grupo G20, en donde se reúnen los países más importantes del planeta, y el rostro del primer ministro Modi puede verse a cada dos cuadras de la ciudad, en pancartas gigantes que dejan muy en claro el papel que tiene en la modernización del país. Según se comenta, Modi transformó Delhi para la llegada de los dignatarios extranjeros.
Antes de venir, algunos amigos me preguntaban por qué me interesaba visitar un lugar de tantos contrastes, que si acaso no era suficiente con la desigualdad con la que convivimos a diario en el Perú. Vine porque me fascina este gran país desde que soy pequeña, y también porque solo al ver cómo es el resto del mundo podemos entender un poco mejor quiénes somos. La India —o quizás pronto Baharat— es una nación muy importante, un país que nació con heridas muy profundas a partir de la descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Un país liderado tempranamente por una mujer, que ha vivido violencia y pobreza, pero que aun así se ha convertido en un referente mundial.
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