Cuatro lecciones que parecen olvidadas a cinco años del inicio de la pandemia
En estos días se cumplieron cinco años desde el inicio de la pandemia de COVID-19. Nos enfrentamos a una crisis sanitaria sin precedentes, que obligó a replantear nuestra forma de vivir, trabajar y relacionarnos. En su momento, parecía que habíamos aprendido sobre la importancia del cuidado colectivo, la flexibilidad laboral, el rol crucial de la ciencia en la protección de nuestras vidas y la necesidad de una clase política capaz de prevenir y enfrentar los problemas más graves. Sin embargo, a cinco años del inicio de la pandemia, muchas de estas lecciones parecen haber sido desechadas con una rapidez alarmante. Basta con recordar cuatro de las frases más repetidas durante el 2020.
“Si te cuidas tú, nos cuidamos todos”. Uno de los aprendizajes más evidentes de la pandemia fue la necesidad de cuidar no solo de nosotros mismos, sino de los demás. Durante los momentos más críticos, entendimos que guarecernos cuando se está enfermo es un acto de responsabilidad, no solo personal, sino colectiva. Sin embargo, hoy en día, las personas con gripe siguen yendo a trabajar, los padres envían a sus hijos enfermos al colegio y hemos dejado de hablar sobre la ventilación en espacios cerrados como una medida fundamental para prevenir contagios. La prevención y el otro han sido dejados de lado, poniendo en riesgo a los más vulnerables y olvidando que la salud pública es una responsabilidad compartida.
“Yo me quedo en casa”. El teletrabajo, que durante la pandemia demostró ser una alternativa viable y beneficiosa para numerosas empresas y trabajadores, ha quedado en el olvido para la mayoría. A pesar de ser una modalidad que mantiene índices satisfactorios de productividad y contribuye al bienestar emocional de los trabajadores, muchas empresas han optado por regresar al modelo tradicional con poca o ninguna flexibilidad. En ciudades como Lima, donde el tráfico es caótico y representa un desgaste diario para millones de personas, el teletrabajo podía ser un alivio significativo. Sin embargo, en lugar de adoptar un enfoque más moderno y adaptado a las necesidades actuales, la resistencia al cambio ha llevado a que se pierdan los avances logrados en materia de conciliación de lo laboral con la calidad de vida.
“Sin ciencia no hay futuro”. La ciencia nos salvó. La rapidez con la que se investigó el virus y se produjeron vacunas en tiempo récord permitió contener la pandemia y evitar millones de muertes. A pesar de esto, el escepticismo científico y el desfinanciamiento de la investigación han vuelto a cobrar fuerza. En el Perú, la investigación científica sigue siendo la quinta rueda del coche. Pero lo más grave es lo que sucede en Estados Unidos, país líder de Occidente, donde se ha optado por un gobierno abiertamente anticiencia que está desmantelando el servicio civil, reduciendo el presupuesto para la investigación y que ha puesto como secretario de salud a un declarado antivacunas. Este retroceso no solo pone en peligro los avances logrados, sino que también envía un mensaje peligroso al resto del mundo.
“Que se vayan todos”. En medio de la peor crisis sanitaria, tuvimos una crisis política impulsada por el Congreso de la República y su afán de hacerse con el poder. Miles de ciudadanos salieron a las calles a protestar, pidiendo una clase política distinta que gobernara por el bien común y no por intereses subalternos. Cinco años después, tenemos un peor Congreso y un peor gobierno, y la crisis de seguridad ha dejado en evidencia que el Estado peruano sigue siendo absolutamente incapaz de prevenir y enfrentar los problemas más graves. Mientras la delincuencia y el crimen organizado avanzan, los más corruptos e ineficientes ocupan el poder, dedicando su tiempo a enfrentamientos irrelevantes en lugar de tomar medidas concretas para proteger a la ciudadanía.
Así las cosas, cinco años parecen mucho tiempo, pero no lo es tanto si los problemas estructurales siguen intactos. La pandemia puso a prueba nuestra capacidad de aprendizaje y respuesta, pero lo que vino después demuestra que, en muchos casos, solo ajustamos lo indispensable para salir del paso. La “nueva normalidad” terminó pareciéndose mucho a la normalidad de siempre. Quizá la pregunta no sea si aprendimos algo, sino cuánto más necesitamos perder para empezar a hacerlo.
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