¿Es malo que todos seamos diferentes? 


Una revisión a esa idea de que todos somos iguales


¿Todos en el Perú somos iguales? Tal fue mi pregunta a mis estudiantes en la primera clase del curso de Discriminación y Políticas Públicas, y muchos respondieron que sí. Como me contarían luego, varios “sí” fueron casi automáticos y respondían a las ideas ya generalizadas y socialmente aceptadas de que el Perú es un país mestizo o “de todas las sangres”. Otros “sí” respondían a la idea aspiracional de que todos los ciudadanos de un país deberíamos estar en igualdad de condiciones para ejercer nuestros derechos y tener las mismas oportunidades; esto es, estaban basados en una abstracción. Como me lo propongo cada vez, busqué ir más allá. ¿Estamos seguros?, repregunté. ¿Somos iguales realmente, más allá de la teoría?

Lo cierto es que frente a esta nueva confrontación y con un poco más de reflexión colectiva, por lo menos nos atrevimos a dudar de la afirmación absoluta de nuestra igualdad. El siguiente ejercicio de imaginación, más bien, logró un cambio en la tendencia de las respuestas iniciales: “Asumamos que todos somos iguales en el país, que todos tenemos los mismos accesos y oportunidades. Esto quiere decir que, al despertar mañana, todos estaríamos cómodos o cómodas ocupando la condición, identidad o la localidad de cualquier otra persona. ¿Es así?”. Usted también puede hacer el ejercicio conmigo ahora: si todos en el Perú somos iguales, debería sentirse cómodo o cómoda despertando el día de mañana en el cuerpo de alguien con una identidad o un cuerpo disidente, o en una localidad distinta a Lima, con una avanzada edad, o alguna condición de salud que hoy no tiene. Lo cierto es que imaginarse en los zapatos del otro debería terminar de cimentar la realidad de que, efectivamente en el Perú, las personas aún no somos iguales. 

Desarrollar esta idea, sin embargo, lleva mucha más complejidad que un único ejercicio y requiere de una evaluación desde diversas aristas. ¿Es malo que todos seamos diferentes? En realidad, no. Nuestras diferencias y nuestras características particulares nos hacen únicos. O especiales, si se quiere. El problema no es nuestra diferencia, porque todos y todas somos diferentes. El problema es la desigualdad, o las desigualdades que hemos construido con base en esas diferencias. 

El problema, por lo tanto, no es la diversidad/diferencia de las personas —biológica, fisiológica, de condiciones, o de entorno— sino la interpretación o el uso político de estas diferencias para reducir la humanidad de las personas “diferentes” y crear escenarios de desigualdad de derechos. Por ejemplo, no es malo, o no es un problema, que una persona sea indígena o afrodescendiente, sino que nuestra sociedad haya normalizado el racismo y la discriminación racial como fenómenos “no tan graves”, o que tienen que ver más con falta de correa que con vulneraciones de derechos. No es malo o un problema ser mujer, sino que nuestra sociedad haya normalizado la violencia contra nuestros cuerpos y la justifique sobre la base de nuestra conducta. No es malo, o no es un problema, ser un hombre homosexual o una mujer lesbiana, sino que la sociedad peruana haya racionalizado que la homosexualidad es una razón para no reconocer ciertos derechos que sí tienen las personas heterosexuales. No es malo, o un problema, ser una persona indígena de la zona altoandina donde no se habla español, el problema es que el Estado peruano no ha desarrollado los mecanismos para comunicarse con los millones de ciudadanos que hablan una de las 47 lenguas indígenas del Perú, ni para proveerles servicios públicos. 

¿Y quiénes crean o refuerzan nuestras desigualdades? Por un lado, la misma sociedad: todos y todas. Revisemos nuestras bromas, nuestras narrativas y discursos. Demos una vuelta por nuestra prensa, nuestros refranes y creencias. Por otro lado, lo hace el Estado cuando deja de cumplir su obligación de garantizar los derechos más básicos y que deben corresponder a todos y todas, en igualdad: nuestra seguridad personal, nuestra vida y salud, nuestra dignidad, entre otros. 

Han transcurrido únicamente seis sesiones y mis estudiantes ya han entendido qué es el fenómeno legal de la discriminación, y cómo se diferencia de los fenómenos sociales de racismo, sexismo, clasismo, y homolesbotransfobia, entre otros. Han entendido, también, cuáles son algunas de las formas en que las últimas —como idearios— se normalizan, generalizan, refuerzan y recrean constantemente en la sociedad hasta volverse parte del guion social para institucionalizarse. Han identificado que las bromas, refranes, medios de comunicación, narrativas e historias que demonizan muchas de las características —reales o percibidas— sobre diversos grupos mientras normalizan las virtudes de otros, no son una apuesta inocente ni carente de consecuencias. Y que cuando este conjunto de ideas normalizadas y generalizadas se combina con la mala acción o inacción del Estado frente a la garantía de nuestros derechos, tiene consecuencias que pueden ser letales.


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