Hoy que el sistema político estadounidense falla en cumplir sus propios estándares ¿qué escenario podemos esperar?
A cinco días de las elecciones generales en los Estados Unidos, lo único en lo que puedo pensar es en qué va a pasar entonces. Hasta ahora el año ha sido tan intenso en todos los sentidos y para todo el mundo que lo último que quiero es vivir una crisis política en un país que no es el mío. Los votos emitidos hasta el 3 de noviembre no serán decisivos, pero mostrarán quiénes tendrán la mayoría. Y hay más que eso. En estos días la democracia estadounidense se siente amenazada.
Después del desfile de muertes que ya hemos visto ocurrir durante el 2020, la más escandalosa podría ser la del “excepcionalismo americano”. Si el actual Presidente procede como ha advertido y no cede pacíficamente el cargo al candidato oponente de resultar este ganador, se desestabilizará la ilusión de los Estados Unidos como una democracia excepcional y casi perfecta. Al menos desde la perspectiva del francés Alexis de Tocqueville, quien en 1831 quedara maravillado con la igualdad de condiciones entre sus ciudadanos, anotándolo en su libro La democracia en América. Y eso que entonces el voto de las personas esclavizadas valía solo 3/5 del de las libres. Antiguas desigualdades constitucionales en el derecho de sufragio como esta persisten en complejos mecanismos de supresión del voto de las poblaciones nativas, afrodescendientes e immigrantes. La verdad es que esta democracia solo ha sido perfecta a través del tiempo para los hombres blancos, cristianos y dueños de tierras.
Además de ser un mito, el excepcionalismo americano ha servido de marco narrativo para muchas políticas exteriores de intervención. En nombre de su democracia excepcional, los sucesivos gobiernos han invadido países alrededor del mundo donde, según ellos, no se estaba aplicando el sistema de forma correcta. Historias hay muchas; por ejemplo, el caso de Haití es paradigmático: en 1991 la administración republicana de Bush padre apoyó un golpe de Estado que derrocó al Presidente Jean-Bertrand Aristide, para luego reinstaurarlo, en 1994 bajo el gobierno demócrata de Bill Clinton. Finalmente, 10 años después, Bush hijo volvió a apoyar su destitución. La excepcionalidad de la democracia, en el discurso, le daba autoridad a Washington para actuar de esa manera.
Hoy que el sistema político norteamericano falla en cumplir con sus propios estándares ¿qué podemos esperar? Mucho antes de setiembre, cuando Donald Trump insinuara que no aceptaría los resultados de las elecciones de serle adversos, expertos en política nacional de los dos partidos emblemáticos se reunieron para discutir los posibles escenarios tras las elecciones generales. La especulación suele ser enemiga de la información salvo en casos como este, donde se ha institucionalizado y resulta clave para la administración gubernamental. Una de las pocas certezas que tenemos es que las insinuaciones sobre la validez del voto popular tendrán consecuencias en lo que pase luego del 3 de noviembre.
Debido a la cantidad de los votos enviados por correo, es muy improbable que el nombre del ganador se revele la noche de las elecciones, como ha sucedido antes. En realidad, el escrutinio podría llegar hasta enero próximo. En la práctica la campaña no parará; más bien seguirá una etapa en la que los republicanos podrán impugnar el conteo del voto popular. Las alegaciones de fraude por correo serán la principal justificación esgrimida para desestimarlo. Además, cada estado tendrá hasta el 8 de diciembre para decidir entre el voto popular y otra forma de representación, como la decisión de los representantes ante el colegio electoral.
Así las cosas, en el mejor de los escenarios —y si Biden gana las elecciones—, Trump transferirá pacíficamente el cargo. En otro muy distinto habrá conflictos que involucrarían al grueso de la sociedad en ambos bandos partidarios. La respuesta en todos los casos es estar preparados y preparadas para un proceso electoral mucho más largo de lo normal. Puede que al excepcionalismo americano le queden cinco días de salud, y al menos un par de meses de agonía.