Esa lacra peruana de atacar a quien dialoga
Hace muchos años, cuando los blogs habían aparecido como la última novedad tecnológica y yo llevaba dos libros publicados, una maldita mezcla de inseguridad e ilusión me llevó a rastrear comentarios sobre mis escritos. Claramente, fue una mala decisión: por entonces habían emergido como hongos una serie de publicaciones que, al amparo de seudónimos cobardes, guillotinaban con mala entraña y buena prosa a todo escritor contemporáneo. Conmigo fueron, sin embargo, especialmente crueles: ni siquiera me tomaron en cuenta para insultarme.
Hubo, sí, un crítico literario con cierto prestigio entre sus coetáneos que me nombró cierta vez al paso, cuando el tema ni siquiera tenía que ver conmigo, para opinar que yo era el peor escritor de nuestro país. Bueno, me consolé: quien busca, encuentra. Para él, al menos existía.
Más de una década después, me tocó asistir a un congreso literario en una capital extranjera y los organizadores me solicitaron que diera una charla en un colegio de los extramuros. “Fuera del hotel habrá un auto esperándolo”, me dijeron. Tras desayunar y cepillarme los dientes, imaginándome ya rodeado de juventud, salí energizado, ubiqué el vehículo y abrí la puerta: en su interior estaba el literato que tiempo atrás me había pulverizado. Dos artrópodos, quizá, hubieran sido más efusivos al saludarse: en aquel habitáculo no solo flotaba la incomodidad por esa opinión negativa, sino que era la primera vez que coincidíamos en persona: iba a ser una hora de trayecto interminable, sin escapatoria posible, debido a una ocurrencia logística para maximizar recursos.
No sé en qué momento del viaje algún comentario banal sobre el clima –ese rescatista de los silencios– hizo crujir el hielo. No fueron las palabras en sí, sino el tono empleado por ambos: fingiendo despreocupación, una neutralidad inocua, un terreno mínimamente estable para tratar de erigir una relación desde cero. Como se adivinará a leguas –quizá sí sea mal escritor, después de todo–, el viaje a nuestras respectivas escuelas resultó cordial, incluso ameno. Los que bajamos de aquel taxi resultamos distintos de quienes habíamos subido, al menos en relación a nuestra percepción del otro. Probablemente él siga pensando que soy el peor escritor de nuestro país, pero al menos no me han llegado noticias de que lo siga proclamando; o tal vez cierta indulgencia lo visite cada vez que se topa con una infeliz metáfora mía; y yo, por mi lado, ya no lo recuerdo como un villano abstracto, sino como un colega que cierta mañana me explicó cómo traducen los japoneses y que a menudo cae en la tentación de pontificar, un defecto como los de tantos conocidos.
Para resumirlo en pocas palabras: nuestras vidas son más leves y cristalinas en relación al otro.
Desde entonces, a menudo me he preguntado cómo terminaría siendo el balance del total de nuestras vidas si el destino nos encerrara a todos con quienes mantenemos relaciones ríspidas en un mismo espacio hermético. Y más me lo pregunto ahora cuando, a causa de esta miserable segunda vuelta, observo tantas reacciones destempladas contra quienes buscan acercamientos entre facciones opuestas.
Ayer, un amigo que sirvió de enlace para el comentado encuentro entre Hernando de Soto y Pedro Castillo ha empezado a ser insultado y calificado por sus conocidos: traidor a la derecha, Judas que quiere destruir al país, topo del comunismo. Y ahora que se ha hecho público el acercamiento de Verónika Mendoza al mismo Castillo para llegar a consensos de gobernabilidad, antiguos simpatizantes suyos han salido a reclamarle que le ha dado la espalda a los progresistas que la apoyaron, que las feministas y minorías deberían repudiarla por aproximarse a alguien que se ha mostrado tan retrógrado en su campaña.
¿Qué país se construye con un río insalvable que lo parte por la mitad?
¿Qué ganan las dos orillas cuando se empecinan en matar a quien busca construir un puente entre ambas?
Tenemos siglos de desgracia cívica porque vemos debilidad en el diálogo y traición en la escucha. Quizá no seamos más que un país de idiotas, pero de idiotas advertidos: mil veces nos han enseñado que perdimos nuestras guerras porque preferimos que nos invada el enemigo a llegar a acuerdos entre nosotros.
Ahora que la polarización parece ganar la batalla, recordemos las virtudes del punto medio: cuando dos fuerzas jalan de los extremos, la soga entera vive en tensión.
Así vivimos ahora: dejando que el extremismo cope todas las iniciativas en lugar de propiciar que ambas fuerzas den un paso hacia el pañuelo anudado en el centro.
Qué ganas de meterlos a todos en un taxi, carajo, y tirar la llave.
O se matan –cosa que ya está ocurriendo–, o saldrían menos prejuiciados.
Hola Gustavo, excelente descripción, añadiría, que no solo meterlos en el taxi, si no hacerlos viajar por lo menos más de 30 hrs en la ruta Piura-Arequipa… Quizas salgan muy distendidos.
Paul, muchas gracias por añadirle salsas a mi entrega.
Un abrazo.
Bien dicho Gustavo, así somos. Todavía hay un poco de tiempo para meterlos en el taxi. Ahora hasta los amigos que chateamos por WhatsApp deberíamos meternos en un taxi. El despelote está por todos lados. Abrazo.
En un dialogo de sordo- mudos ni el taxista se gana… asi vamos, como de costumbre…
Querido Jaime, va un abrazo sonoro con los ojos abiertos.
De acuerdo, Jaime.
Mucho ganaríamos, además, si en esos chats nos abstuviéramos de calificar posiciones.
Un abrazo.
Hola!! Te escribo desde Milán
para nada de acuerdo con tu persepcion de la realidad muy subliminal ..aquí hay una segunda vuelta para salvar la patria!! hay que tomar posiciones por muy duras y difíciles..para mí personalmente no me gustan para nada estos dos partidos políticos en segunda vuelta pero hay que tomar decisiones avanti!! Entonces la primera es castillo y la segunda una banda mafiosa de delincuentes!! Yo jamás votare por la segunda opcion eso me haría cómplice!! Tenemos bastantes pruebas del fujimorismo!!
¿He pedido votar por la segunda opción o por cualquiera de ellas?
La realidad es que una de ellas va a gobernar a un país que mayoritariamente está en desacuerdo con ella.
Es inviable que lo haga si no dialoga con el resto.
Gustavo te sigo hace años. Y te digo, escribes como los Dioses, disfruto mucho tus libros y articulos. No dejes de escribir nunca.
Rodrigo, eres tan amable como exagerado y, sin embargo, te lo agradezco mucho.
Un abrazo.
Don Gustavo, es gratificante saber de intelectuales que creen en lo que hacen, sabiendo muchas veces que la mezquindad y envidia campean en nuestro mal querido Perú. Saludos cordiales… iiiY vamos para adelante!!!
Un fuerte abrazo, Omar.
Muchas gracias por ese entusiasmo.
Cuanta verdad en este texto, necesitamos tender puentes aunque sea de sogas para después dar paso a los de concreto pero los necesitamos.
Qué bonito, Gonzalo, me has recordado al puente de Q’eswachaka.
Un abrazo.
Tal cuál. Muy de acuerdo con lo descritos. No hemos sido capaces ni siquiera de ver como posibilidad acercarse al pañuelo anudado en el medio. Acaso está en nuestro ADN auto destruirse y llevarse todo al tacho.
¿En nuestro ADN social?
Quizá.
Mientras no lo esté en el biológico confío en que se pueda cambiar.
¡Gracias por el comentario!
El le dice a ella: bienvenida a mi tierra. Me alegro que podamos encontrarnos para contrastar nuestras visiones que tenemos sobre el país. Tanto usted como yo, soñamos un país mejor, pero por caminos distintos…conversemos, contrastemos. Después de la conversa, la invito a un cuy chactado que mi comadre ha preparado especialmente para usted…entonces me desperté.
Un bonito sueño, Jorge Luis.
Gracias.
Excelente apreciación de nuestra lastimosa realidad. Estoy absoluta y totalmente de acuerdo en que debemos ser más tolerantes, escuchar los puntos de vista contrarios e intentar llegar a un entendimiento por el bien de nuestro país. Muchas gracias por compartir estas reflexiones serias, valiosas y enriquecedoras.
No se si sea exclusividad de los peruanos, creo que prejuicios hay en todas partes… Pero si coincido con la idea de que, cuando conocemos un poco más o más de cerca al «contrario», los odios o fastidios se van diluyendo…
«Quizá no seamos más que un país de idiotas, pero de idiotas advertidos…» Me recuerda un libro genial leído hace décadas…»Historia de la estupidez humana» de Paul Tabori, 1999. Está pendiente » La historia de la estupidez peruana »
…y me conmoví al leer:
«Para resumirlo en pocas palabras: nuestras vidas son más leves y cristalinas en relación al otro.»