Reflexiones de alguien que está tan lejos como cerca de nuestros conflictos
Cada vez que viajo al Perú, conforme me adentro en la sala de embarque, empiezo a sentirme más cerca de casa. Reconozco a mi gente, nuestra particular manera de hablar entre gritos al teléfono, y me entretengo con las conversaciones sobre sus motivos de viaje, sus cuitas como migrantes y sus anécdotas como turistas. Antes era más fácil reconocer desde lejos la sala de embarque por el número descomunal de paquetes que llevaba cada pasajero, pero con los cobros de las aerolíneas esa costumbre parece haberse reducido.
Hay ciertos lugares, como Madrid o Miami, donde hay tantos peruanos como motivos para estar de viaje, pero muchas más personas claramente están de vacaciones. En Ámsterdam, París, y ahora en Toronto, noto que, como yo, muchos son los peruanos radicados desde hace mucho afuera.
En esta ocasión, imagino que debido a los últimos acontecimientos, son muy pocos los turistas. Recordando los vuelos de Londres a Lima de otros tiempos, el número de personas con mochilas era siempre alto, ya fueran jóvenes en busca de aventura o grupos de retirados que viajaban emocionados para finalmente cumplir el sueño de conocer el Cusco y Machu Picchu. Pero la pandemia terminó con esa frecuencia y ahora, con el clima político, no parece muy posible que los vuelos se reinicien, así que toca buscar el camino más corto y barato.
Los peruanos que vivimos fuera tenemos miles de motivos que explican por qué ya no vivimos en nuestra tierra. Algunos como yo llevamos el desarraigo desde la infancia: la primera vez que dejé el Perú era tan chiquita que no tengo un solo recuerdo de mi vida allá. Pero, a pesar de ello, mi identidad como peruana nunca ha estado en duda y he hecho de volver una manera de vivir, en eso soy como tantos otros compatriotas.
En este vuelo viajan muchos niños pequeños que quizás tampoco sepan bien todavía qué significa ser peruano, pero siguen a sus madres, porque casi siempre son ellas las que los llevan. Pienso en ellos y en esa conexión que sentirán por su país, similar quizás a la de mis hijos, que, si bien nunca han vivido allá, tienen claro que parte de su identidad está siempre en el Perú.
Pienso también en los tantísimos peruanos que he conocido en medio mundo, cómo nuestro origen común nos ha unido y en algunas ocasiones, separado; en cómo las divisiones de clase social — entre otras diferencias— suelen trascender y reproducirse allende los mares. Pienso en los amigos que he hecho a lo largo del camino y en los muchísimos peruanos que han emigrado y continúan emigrando mientras que otros han vuelto y siguen volviendo.
En esta última crisis muchos están echándose a la aventura y dejando el Perú. El número de jóvenes de las clases acomodadas que se van a estudiar afuera parece haberse multiplicado, tanto como las personas de mediana edad que pueden darse el lujo de vivir de sus rentas en ciudades pequeñas en Europa. Otros, los que comienzan su vida laboral, buscan opciones en Canadá, Australia, Estados Unidos, y a mí lo que me da es una tremenda sensación de déjà vu. Me recuerda a los 80 o los 90, cuando miles se fueron a esos mismos lugares a buscarse una vida, cuando otros tantos se fueron a Italia y a Japón en busca de sus raíces familiares, reales o imaginadas.
Pasa el tiempo y poco cambia, y lo más triste y preocupante de todo es que la situación en el Perú está tremendamente entrampada y la consecuencia, una vez más, parece ser la fuga de talentos y de energía. Los estudios sobre las migraciones han establecido que quienes se van son personas que tienen entusiasmo y están preparadas para poner la fuerza necesaria para salir adelante en un lugar nuevo. Algunos lo hacen para formarse y luego regresan para contribuir con sus estudios y experiencias más aún al desarrollo del país.
Otros, los que no regresan, envían remesas, apoyan a sus familias y amigos trasladando parte de su esfuerzo de regreso al Perú, y así contribuyen con el país de maneras que a veces no son tan evidentes. Algunos no nos desentendemos nunca del Perú y hacemos una vida eternamente aquí y allá. Mientras que otros, como el recientemente galardonado Mario Vargas Llosa, logran convertirse en peruanos universales que siempre representarán al Perú en el mundo.
Hace algunos años se denominó a esta diáspora peruana de la que soy parte como el “Quinto Suyo” y hasta contamos con representación congresal, aunque no tengo idea de cómo votará mi representante por los peruanos en el exterior, y tampoco sé cómo podría ejercer presión en esta coyuntura tan compleja.
De momento, no somos solo los peruanos que esperamos un vuelo los que estamos en una sala de espera: el país entero parece estar como nosotros, a la espera de un despegue, mientras los despliegues policiales del gobierno se hacen más cinematográficos y menos efectivos, y la situación sigue pendiendo de un hilo con muertos y heridos que lamentar.
La espera se está haciendo larga, lamentablemente.
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Dra. Sobrevilla, la persona que nos representa a los peruanos que viven en el extranjero, en el Congreso, es el señor Juan Carlos Lizarzaburu. Le adjunto un vídeo de ese “ilustre” congresista. https://youtu.be/MGeYeQHXetg