El hombre de celeste y el balcón de El Comercio


Una reflexión sobre el racismo que anida en la mente de todos


El año 2007 me tocó ser parte de una polémica ocasionada por un afiche. Por entonces era uno de los directores de una agencia de comunicación que tenía entre sus clientes al Festival de Cine de Lima y aquel año se nos ocurrió diseñar las piezas de convocatoria bajo el concepto de que si América Latina era un barrio, por esos días Lima se convertiría en su cinema.

Para el afiche imaginamos una postal de cine céntrico, inspirados en el legendario cine Metro de la Plaza San Martín, con vehículos típicos de nuestra urbe, como los por entonces ubicuos Ticos amarillos y los buses verdes de la línea 73. En dicho ambiente, una serie de personalidades del cine latinoamericano contemporáneo, ilustradas con trazo realista, estarían formando una fila para comprar su entrada en la boletería. 

No recuerdo si el ilustrador nos consultó si estaría bien colocar entre esas personalidades a algún transeunte ocasional, pero cuando en Toronja vimos el trabajo terminado, nos gustó ese detalle. De hecho, el afiche fue visto con entusiasmo por todos los ojos de nuestra empresa, y lo mismo ocurrió en cada instancia de nuestro cliente.

El beneplácito terminó cuando alguien señaló en un blog que el afiche auspiciaba el racismo o que, por lo menos, era complaciente con él. De golpe, nuestras miradas y las del público empezaron a centrase, antes que en nada, en el anónimo hombre bajito de chompa celeste y facciones andinas que caminaba entre esos actores y cineastas, casi de espaldas y a contracorriente de dichas celebridades: digamos que un ejemplo patente de que, en nuestras cabezas, el acceso a la cultura estaba restringido a los blancos que pueden pagar por ella. Y no solo a la cultura, como se comprenderá, si se desenrollan todas las implicancias de vivir en un país signado por las asimetrías según el color de la piel.

Habíamos creado, pues, un afiche racista. 

Este episodio ha vuelto a mi mente hace un par de días, cuando el diario El Comercio de Lima nos recordó sus 185 años de labores en una portada aparecida en su revista Somos.

Como puede constatarse fácilmente en la imagen, el diario no solo quería mostrar a los que trabajan para sacarlo adelante, sino también comunicar que regresaban a su republicana esquina de toda la vida. No pasaron ni cinco minutos, y en las redes ya aparecían comentarios destrozando a la imagen, burlándose del diario y de lo torpes que eran sus responsables al dejar que la plana de directores, gerentes y editores se mostrara en el balcón por encima del resto de trabajadores que saludaban a ras de la calle. Y con el título de “Nuestra historia”, además.

Confieso que cuando me topé con la imagen, el simbolismo tardó algo en aparecer: durante los primeros segundos estuve más preocupado de constatar que un gran amigo mío, esforzado y brillante trabajador del diario, estuviera ocupando un lugar que le hiciera justicia a sus décadas de dedicación. Un ejemplo más de que juzgamos los acontecimientos según la cercanía afectiva que tenemos con sus protagonistas.

Pero, conforme pasaron los segundos, el estruendo semiótico se me hizo ineludible. Alguien lo resumió mejor que nadie, al recordar el título de la antigua teleserie peruana Los de arriba y los de abajo, inapelable referencia a una sociedad fracturada por el racismo desde que Atahualpa cayera prisionero en Cajamarca hace cerca de cinco siglos.

¿Qué sabe el pez del agua donde ha nadado toda su vida?, se preguntó Albert Einstein en su libro Autorretrato.

¿Cómo vacunarse contra los sesgos en un país donde el racismo se ha mamado desde el primer día?

En una sociedad donde el color de piel no remitiese a priori a un escalafón social —en un planeta escandinavo, por ejemplo—, un diario que muestra a su plana ejecutiva en el balcón sería atacado como clasista, pero no como racista. En dicho planeta, también se tardaría en comprender por qué el transeúnte de celeste causó tanto revuelo al aparecer ilustrado en un afiche.

Pero en una sociedad poscolonial en cronología y colonial en psicografía, en la que durante siglos el blanqueamiento —real y simbólico— viene siendo la estrategia para ascender socialmente en el mejor de los casos, y para no ser más humillado en el peor, es natural que en tiempos de discurso democrático exista una susceptibilidad orientada a los emisores de mensaje que se perciben con algún tipo de poder.

Tal como ocurre con el machismo, es imposible que los sesgos causados por el racismo no aniden en cada mente criada en sociedades como la peruana. Afloran. Se les escapa incluso a quien pueda tener las mejores intenciones.

¿Por qué yo mismo no percibí como disonante la aparición de ese hombre de celeste cuando aprobé el afiche?

¿Estaba enamorado de mi idea y solo me fijé en sus objetivos puntuales, o es que solo vi la realidad que me rodeaba y no me llamó la atención lo que mi cerebro tenía anotado como normal?

Como ocurre con las buenas lecturas, aquel vendaval de críticas me dejó estas y más preguntas en la cabeza. Imagino que lo mismo ocurrirá con los amigos de El Comercio si aceptan con paciencia y buen humor las opiniones distintas de la suya.

Son preguntas que todos deberíamos hacernos, sea que diseñemos afiches y portadas, que escribamos contenido, o que interactuemos con otros compatriotas en este país tan conflictuado. 


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2 comentarios

  1. Luis Meneses

    Excelente relato, perspicaz, honesto y revelador…punto pa Gustavo!

    • Gustavo Rodríguez

      Muchas gracias, Luis. ¡Un abrazo!

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