Un ejercicio de ucronía para consolarnos este 2021
Quizá porque ayer empezó oficialmente 2021 –el año del Bicentenario peruano–, hoy me ha asaltado la idea de una ucronía que revelaría el capricho de las ficciones que nos creamos colectivamente: me desperté preguntándome qué habría ocurrido si Napoléon hubiera invadido España tres años antes, si las cortes de Cádiz se hubieran instalado en 1808, si las colonias de Sudamérica hubieran empezado a efervescer con anterioridad, si San Martín desembarcaba en Pisco en 1817 y la enorme intendencia de Trujillo se independizaba ese mismo año.
De ser así, es probable que este artículo se hubiera escrito el 2 de enero de 2018 y no hoy. Digo que es probable –y no seguro–, porque la historia es un tejido humano y no matemático, en donde el cambio de una fecha no asegura la misma concatenación emotiva que determinan los acontecimientos.
Pero lo que sí es seguro es que si San Martín hubiera proclamado la Independencia peruana en 1818, este artículo habría tenido un tono distinto al de hoy.
Aunque nuestro años de bonanza económica debido a los tratados comerciales de la década de 2000 y los altísimos precios de los minerales habían quedado atrás, el 2018 aún se respiraban efluvios festivos en la resaca. En ciertas esferas no sonaban muy ridículas aún aquellas conferencias ejecutivas en las que se había discutido las recetas para que el Perú terminara de encaminarse rumbo a la OCDE, ni tampoco faltaban ridículos que confundían el éxito de un restaurante peruano en Londres con codearse con el desarrollo. De hecho, el 2 de enero de 2018 no había objetivamente nada que celebrar: un par de semanas atrás, Pedro Pablo Kuczynski se había salvado por los pelos del primero de dos procesos de vacancia que terminarían por liquidarlo políticamente y, ese mismo día, un bus se había desbarrancado en el serpentín de Pasamayo con el horrendo saldo de 36 fallecidos. Estas sombras que evidenciaban el tipo de republiqueta que habitábamos estaban atenuadas, sin embargo, por un fenómeno lumínimo sin precedentes: la reciente –y digna de miniserie– clasificación al Mundial de Rusia 2018 y su estela rutilante de emociones: el melodrama con el té contaminado de Paolo Guerrero, los amistosos donde permanecimos imbatibles ante Croacia, Escocia e Islandia, los boletos de avión comprándose a raudales, la publicidad con las madres de los futbolistas, algunos diarios sajones apostando que seríamos los underdogs y, finalmente, la cúspide de todo aquello que nos distraía de lo que nos corroía: miles y miles de peruanos de la nueva clase media abarrotando Rusia, confluyendo desde Comas, New Jersey o Nagoya, cantando cómo no vamos a querer a este país bendito, como ensayo para el gran ‘finale’: Contigo Perú a pecho abierto, mientras resbalaban las lágrimas y ondeaban nuestros colores. La mejor hinchada del mundo, ni más ni menos.
De haber celebrado, pues, nuestro Bicentenario el 2018, nos habríamos emocionado más, pero también nos habríamos engañado más: ya sabemos de sobra que bastó un escenario de pandemia para desnudar la mascarada.
Aunque nuestro proceso de Independencia fue largo, algo bueno tuvo que se eligiera el centralista 28 de julio de 1821 como fecha nuclear. Por ejemplo, conmemorar como efemérides central del Bicentenario la Rebelión del Cusco de 1814 –el gobierno de Humala estudió tal posibilidad– hubiera sido saludable para ampliar nuestra visión de país, pero nos habría pillado seguros de un falso bienestar: un Estadio Nacional flamante, pero con una liga de fútbol vergonzosa; clasificadoras de riesgo felicitándonos, pero con una clase media batiéndose a dentelladas.
No es poco consuelo pensar que este Bicentenario no será celebrado, pero sí conmemorado. El dolor enseña. El 2021 nos encuentra sabiendo que tenemos problemas estructurales más graves de lo que pensábamos, que unirse no se trata de marchar hacia un estadio, sino hacia el Congreso; que desentendernos de nuestra política sale mucho más caro de lo que se pensaba: es mil veces preferible un Bicentenario triste, pero con millones de jóvenes atentos a gritar por sus derechos, que uno festivo pero anestesiado por la prosperidad embustera.
La foto de una pinta callejera –no sé si en Chile o en Argentina–, lo dice mucho mejor que yo: “Estamos peor, pero estamos mejor, porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora, que estamos mal, pero es verdad”.
Por todo ello, feliz y sincero 2021, compatriotas.
En cualquier caso, querido Gustavo, lo cierto e importante es que los jóvenes están en el pie de guerra suficiente y necesario y con el objetivo claro, para luchar por un futuro digno. Tarea ardua, pues los obstáculos son muchos, enormes y algunos enquistados. Ánimo para ellos, pues. Ya está bien de vivir de recuerdos falaces. Abrazo y feliz año nuevo.
Aunque los jóvenes estén prestos a defender la democracia, opciones de buenos líderes que gobiernen no hay. O son los aventureros sinvergüenzas de siempre u otros nuevos y codiciosos.
Entonces, el futuro digno no está cerca.
Igual, ¡feliz 2021!
Ojalá que de los jóvenes que empiezan a interesarse nazcan nuevos actores políticos.
Un fuerte abrazo también para ti, Marco Antonio.
Querido Jesús, sí, al menos hay una nueva actitud de inicio. Sobre eso ojalá se construya una nueva realidad política: nada peor que la apatía si es que se quieren cambiar las cosas.
¡Feliz 2021 también para ti!
Citar a Cantinflas siempre nos ayuda a ubicarnos !!!! Que te voy a decir si , si no….
¡Es de Cantinflas! La pinta no lo menciona, ¡gracias por el aporte!
¡Es de Cantinflas! La pinta no lo menciona, ¡gracias por el aporte!
Excelente reflexión, nos falta tanto como país, somos un país muy desigual y la pandemia nos escupió en la cara, ojalá aprendamos por fin la lección, Perú no es Larcomar.
Nos escupió y no teníamos mascarilla. Un abrazo, Ana.
Así es Gustavo. Siempre con la camiseta bien puesta en todos los ámbitos que corresponden a un buen peruano/a.
Gracias por el comentario, Estrella. Un abrazo.
“Quiénes únicamente se solazan con el pasado, ignoran que el Perú, el verdadero Perú es todavía un problema. Quiénes caen en la amargura, en el pesimismo, en el desencanto, ignoran que el Perú es aún una posibilidad. Problema es, en efecto y por desgracia el Perú; pero también felizmente, posibilidad” Basadre. Esa posibilidad renace con acción de la juventud en el año que terminó,las redes sociales se convierten en socio perfecto, nací en 1964 y no recuerdo que funcionarios públicos y políticos hayan estado más expuestos .Se espera que de esta aparezcan nuevos lideres que tengan a la verdad por bandera. Feliz 2021 Gustavo!
Nadie como Gustavo Rodríguez para resumir en un artículo periodístico los miles de interrogantes que nos planteamos. Los sentimientos encontrados en una fecha clave. En la que si nos comparamos con cualquiera de nuestros vecino y nos preguntamos: Qué mierda hemos hecho para celebrar? No, no hay nada que celebrar, pero si, aunque suene como un cliché, mucho por hacer. Para no parecer pesimista o amargado, que no lo soy, hay que pensar y convencernos que la vida, nuestra vida, empieza este siglo, cargados de experiencia.