Dos dosis de ¡guau!, por favor  


El poder transformador del asombro y de la bondad en nuestra vida cotidiana


Cada mañana recibo una notificación en el grupo de WhatsApp de mi escuela primaria, el colegio De Amicis. Se trata de una compañera que, probablemente, sincroniza su mensaje con el desayuno matutino y nos envía a todos un mensaje de amor y optimismo. Puede ser un ramo de flores con un estridente lazo que dice Buon giorno, dibujos de niños felices jugando bajo la lluvia con un corazón que nos augura un buen día, o la imagen de una taza de cappuccino sonriente. La ocurrente compañera, a quien llamaré Serena, también comparte imágenes de cascadas cristalinas, gatos alegres que nos desean un feliz domingo, y perros que se abrazan entre palpitantes corazones rojos. 

Al principio recibía esos emojis con cierto fastidio, juzgándolos como huachafos, pero con el tiempo desarrollé una cierta compasión hacia mi antigua compañera de salón. Lo suyo no era más que un deseo genuino de conectar con el grupo y de compartir —y quizás desearnos— su felicidad. 

En estos días, cuando el desánimo poselectoral me asalta, los dibujitos excesivamente alegres siguen pareciéndome de mal gusto, pero tienen el efecto de cierto bálsamo vital. Los interpreto como una dosis de bondad que Serena comparte con la manada, quizás para animarnos —animándose al mismo tiempo a sí misma— a enfrentar los malhumores cotidianos. 

Es que la bondad tiene, efectivamente, un efecto balsámico sobre nuestras angustias, sean triviales o existenciales. En La biología de la bondad, Immaculata De Vivo y Daniel Lumera, investigadores interdisciplinarios que trabajan en la frontera entre biología, epidemiología, psicología y bienestar, argumentan que esta actitud emocional tiene bases biológicas y psicológicas que pueden influir en nuestra salud y calidad de vida. Al igual que muchos gurús antiguos y modernos, pero con el respaldo de la ciencia, sostienen que los actos de bondad, compasión y gratitud tienen un impacto mensurable en la biología humana, y modifican incluso las respuestas de nuestro sistema inmunológico. Recomiendan, por ello, cultivar la bondad con pequeños actos cotidianos, usando la meditación, la gratitud o el voluntariado. Quizás sin tanta ciencia, tal como lo hace Serena.

Hoy en día, los psicólogos y biólogos recomiendan otro remedio dentro de la misma farmacopea: el asombro. Esta intensa emoción, que corresponde a esos momentos en los que experimentamos maravilla, éxtasis o un sentido de misterio, tiene poderes casi mágicos. Transforma nuestro cerebro y cuerpo, modera la respuesta inflamatoria de nuestro sistema inmunológico y fortalece nuestros cuerpos. Fisiológicamente, el asombro provoca la liberación de dopamina, serotonina y oxitocina, neurotransmisores y hormonas conocidas por reducir el estrés, promover emociones positivas y aumentar el sentimiento de conexión con los demás. Sentimos asombro cuando conectamos con un recién nacido, contemplamos las estrellas, admiramos una obra de arte o experimentamos la piel de gallina al escuchar una melodía. En algunos momentos, el asombro es tan poderoso que nos deja sin palabras; en otros, provoca gritos de júbilo que, curiosamente, se asemejan en diferentes idiomas: ohhhh (italiano), guau (español), wow (inglés), oh là là (francés), wá (chino o coreano).

Dacher Keltner, psicólogo de la Universidad de California en Berkeley, es el fundador de la ciencia del asombro, una disciplina que no existía hace 15 años. Según sus estudios pioneros, el asombro implica procesos cerebrales complejos y produce reacciones fisiológicas, como los escalofríos y las lágrimas, que tienen efectos positivos en la salud. Psicológicamente, el asombro nos permite procesar estímulos nuevos o de gran magnitud: cuando nos asombramos, se expande nuestra conciencia del presente y nuestra percepción del tiempo. Parece que el asombro activa el nervio vago, conocido también como el «nervio del cuidado», implicado en la regulación del ritmo cardíaco y la conexión social. Fíjate la próxima vez que experimentes asombro: tu atención se sentirá más aguda y te conectarás más profundamente con el mundo y las personas que te rodean. Probablemente habrás sincronizado tu sistema nervioso y ritmo cardíaco con el de otros, y experimentarás una sensación de calma y conexión. Después, quizás te sentirás más “inspirado” y creativo. 

Y si no lo encontramos en la farmacia, ¿cómo podemos hallar el asombro? En su libro Awe: The New Science of Everyday Wonder and How It Can Transform Your Life, Keltner propone practicar las “ocho maravillas de la vida cotidiana» para cultivarlas todos los días. Darnos tiempo para admirar los colores de un atardecer, contemplar una planta que florece, reconocer un patrón de luz sobre la vereda, olfatear el aroma de una chirimoya o admirar las texturas de la espuma de un rico cappuccino… son pequeñas acciones que nos permiten reconocer lo extraordinario en lo cotidiano, ejercitando el asombro y cuidando nuestra salud y bienestar emocional. Nada más necesario en la época que nos ha tocado vivir. 

Quizás Serena sea más sabia de lo que imaginaba.


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