Una carta nos advierte de un peligro que queremos olvidar
Querido amigo peruano:
Soy Mehmet Yilmaz, un ciudadano turco que visitó tu país para hacer turismo hace algunos años, y que desde entonces lo tiene cerca de su corazón. Me encantaría escribirte esta carta en otras circunstancias, en mejores tiempos. ¡Cuánto quisiera poder dedicar estas líneas a recordar mi hermoso viaje a Cusco y Arequipa! O lo bien que me trataron las divertidas noches limeñas; que pudiéramos comentar nuestra afición común por la buena comida, y sobre cómo nuestros maravillosos cafés están conquistando el mundo. O hablar del sorprendente éxito que tienen las telenovelas de mi país por allá. Espero sinceramente que haya otra oportunidad para hacerlo, pero si hoy estás recibiendo esta carta es porque tengo que advertirte que estás corriendo grave peligro.
Espero que no tomes este mensaje con ligereza. Me ha costado mucho escribirlo en medio del inimaginable dolor por el que estoy pasando. Lo hago con el sincero deseo de que tus compatriotas y tú no tengan que vivir lo que aquí estamos sufriendo.
Ruego que mi carta llegue a tiempo para que puedas actuar.
Como debes saber por las noticias, varias de las ciudades de mi país están en ruinas. El 6 de febrero, a las 4:17 de la mañana, ocurrió un terremoto de 7.8 de magnitud en el sur y en el centro de nuestro territorio. Un terremoto considerado extremo. Por la hora, había poca gente en las calles y mucha dentro de sus casas: una combinación mortal. Y lo peor es que no quedó ahí. Pocas horas después, mientras se intentaba salvar a miles de víctimas atrapadas bajo los escombros, ocurrió otro terremoto de 7.7 de magnitud.
No vivíamos un evento sísmico así desde 1939. Un terremoto siempre es una terrible sorpresa, pero sabíamos que podía pasar. Las placas de Anatolia, Arabia y África deberían ser un recuerdo permanente del peligro en el que nos encontramos. Lamentablemente, pareciera que a veces lo olvidamos, o preferimos ignorarlo. Creo que a ustedes les ocurre lo mismo.
El número de víctimas es imposible de saber con certeza, pero se calculan más de 44 mil muertes y 108 mil heridos. Las pérdidas económicas se calculan en decenas de miles de millones de dólares.
No podríamos haber evitado el terremoto, pero sí podríamos haber actuado para que las cifras de muertes y daños no sean tan altas. Y es ese remordimiento el que me motiva a escribirte hoy.
En 1999 tuvimos un terremoto que le costó la vida a 17 mil personas. Juramos que la próxima vez estaríamos mejor preparados, pero no fue así. Pese a que se creó un “impuesto de terremotos” para tener dinero para acciones de prevención y para contar con un sistema rápido de acción en caso de sismos, nada de eso ocurrió: este suceso demostró que la prevención no fue tal y la respuesta en las cruciales primeras horas después del sismo, donde se puede salvar a miles de personas, fue errática e improvisada. A ello se suma que nuestro sistema de salud colapsó, al igual que la red de fluido eléctrico y agua potable, además de tener serios problemas para la distribución de alimentos.
Otro grave problema fue el de nuestras construcciones. En el papel, tenemos los mejores estándares de construcción, pero en la práctica la informalidad en las edificaciones y la corrupción alrededor de su fiscalización hacen que la realidad sea otra; por no mencionar la sobrepoblación y tugurización de muchas de las ciudades afectadas. La receta completa para la tragedia.
Han pasado algunos días desde el terremoto, lo que me ha permitido tener más tiempo para reflexionar. Y es en ese proceso que he pensado en ti y en el Perú. Las similitudes que encuentro son alarmantes. No solo nos parecemos en cosas positivas, como ser orgullosos herederos de culturas milenarias o en tener una maravillosa diversidad cultural que se refleja en nuestra comida, música y demás tradiciones. Lamentablemente, también nos parecemos en nuestra falta de preparación frente a lo que la ciencia y la historia nos dicen que será inevitable.
En particular, me preocupa una de tus ciudades más importantes: tu capital, Lima, la cual alberga a un tercio de los habitantes de tu país.
He visto en un reporte técnico que circula por Internet que tu ciudad capital y su vecina, el Callao, tienen a siete millones de personas en zonas de alto riesgo. ¡Siete millones! De ocurrir un terremoto como el nuestro, el número de muertos podría ser muchísimo mayor al que nosotros estamos lamentando. Y leo también sobre la informalidad en la edificación de casas y edificios, la construcción en terrenos vulnerables, la tugurización, la vulnerabilidad del sistema de salud. Todos son elementos que compartimos.
Y tomando en cuenta la convergencia de la placa de Nazca y la placa continental que existe en tus costas, no es un supuesto descabellado o poco probable. Leo que hace 48 años ocurrió el último terremoto en Lima. La pregunta no es si volverá a ocurrir, sino cuándo es que pasará. No somos adivinos, no podemos responder esa pregunta, pero sí se puede actuar para estar mejor preparados.
Toda esta información no es nueva, ya te la dieron los especialistas una y otra vez. Pero al igual que sucedió por acá, tu reacción y la de las autoridades no parece ser suficiente. ¿Por qué ocurrirá ello? ¿Será que, ante la magnitud del horror que puede suceder, preferimos caer en negación? No lo sé. Lo que sí sé es que cuando ocurra, lo lamentarán y desearán con todas sus fuerzas haber escuchado y actuado a tiempo.
Recuerda, además, que no todo está en manos de tus autoridades. ¿Tienes un botiquín de primeros auxilios en caso de que ocurra una desgracia? ¿Y una mochila de emergencia para las primeras horas? ¿Esa mochila tiene una batería externa cargada para tu celular? ¿Tienes en la maletera de tu carro, o en algún lugar seguro de tu casa, agua y comida almacenada para los días siguientes? ¿Has conversado con tu familia sobre qué hacer en caso el sismo los sorprenda en lugares distintos? Y como esas, hay varias preguntas más que podría hacerte, pero no quiero abrumarte. Como ves, no son pocas las cosas que están directamente en tus manos.
Ojalá que estas palabras puedan ayudar a que algo cambie. Si las letras no lo hacen, tal vez las imágenes ayuden. Deseo de corazón que así sea.
Atentamente, tu amigo,
Mehmet Yilmaz
P.D.: Si bien soy un personaje ficticio y esta carta es una creación literaria del autor de este artículo, toda la información que ha consignado aquí es real. Reacciona antes de que sea tarde.
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