Cruzar con tacos la historia y la Panamericana 


Todo lo que la mirada masculina pasa por alto en un mundo diseñado por ellos


Dice Caroline Criado Pérez, autora del libro La mujer invisible (Seix Barral, 2020), que el mundo es por defecto, masculino. Esto quiere decir que, desde que habitamos este planeta, nos hemos acostumbrado a concebir nuestro entorno como si las mujeres no existiéramos. 

Por ejemplo, la teoría de la evolución, que explica cómo llegamos a ser lo que somos, se basa en el análisis del hombre cazador sin decir ni pío acerca de qué estábamos haciendo las mujeres y cómo influimos en esa línea evolutiva mientras ellos corrían detrás de los mamuts con sus lanzas. Hemos periodificado la historia de la humanidad tomando solo la perspectiva masculina: nos referimos a los siglos que van del  XIV al XVII como el Renacimiento, cuando en realidad para las mujeres fueron tiempos en los que prevaleció el oscurantismo, pues estaban totalmente excluidas de la vida cultural y artística. Identificamos al siglo XVIII como la Ilustración y les enseñamos a los niños y niñas que el hombre conquistó nuevos derechos, pero olvidamos que a las mujeres, en ese mismo momento, se les negó el control de sus bienes y se les impidió acceder a la educación superior. Ponemos de ejemplo a la Antigua Grecia como cuna de la democracia, sin tomar en cuenta que era una sociedad en la que las mujeres estaban prohibidas de votar. Esa mirada masculina sobre nuestro pasado no solo nos ha excluido por siglos, sino que nos ha preparado para creer que nunca fuimos importantes, que no aportamos nada significativo, y que cuando se trata de hablar de la humanidad, basta con tomar en cuenta lo que les pasa a ellos y no a nosotras. 

Algunos podrían pensar, como de hecho lo hacen, que no es para tanto. Que ahora ya salimos en la foto de la historia y que no tenemos de qué quejarnos; pero me parece que quienes piensan así no están entendiendo la gravedad del asunto. Vivir en un mundo diseñado por hombres para los hombres no solo no es justo, sino que es sumamente peligroso. ¿Alguien ha tratado de cruzar un puente peatonal, de los muchos que hay en la carretera Panamericana, cargando bolsas de compras o niños? ¿Sabían que los cinturones de seguridad de los autos no están pensados para mujeres embarazadas? ¿Somos conscientes de que las descripciones de las enfermedades que aprenden los médicos para diagnosticar a sus pacientes se han hecho tomando en cuenta los síntomas de un hombre?

¿Alguien ha tratado de caminar con tacos, o empujando un cochecito, por las veredas de nuestras ciudades? ¿Se han preguntado por qué problemas como los dolores de la menstruación o los síntomas de la menopausia no tienen tratamientos efectivos? Podrán parecer temas menores, pero no lo son en absoluto. Las mujeres nos levantamos todas las mañanas a enfrentar un mundo que nos agrede. Nos despertamos más temprano que el resto de la casa para alistar a los hijos para que vayan al colegio y preparar desayunos y almuerzos. Elegimos la ropa tomando en cuenta la ruta que seguiremos y el transporte que tomaremos para evitar el acoso callejero. Caminamos tomando atajos y vías que consideramos seguros porque el miedo nos acompaña en nuestros desplazamientos. Llegamos a centros de trabajo donde nos encontramos con compañeros que realizan nuestras mismas labores y ganan sueldos 25 % más altos. 

Los estudios con perspectiva de género que proliferaron en casi todas las disciplinas desde finales del siglo pasado buscaban, justamente, aportar datos para cerrar estas brechas tan injustas. Buscaban diseñar un entorno más igualitario que reconociera que siempre hemos estado acá, que existimos. No se trataba de un favor, sino de un acto de justicia, de equidad. Hoy asistimos, sin embargo, al remezón de una ola conservadora que, con el cuento de que las feministas han contaminado todo con su “ideología de género”, pretenden retroceder lo poco que habíamos avanzado. Las palabras género y diversidad se han convertido en casi un insulto, y en el Perú de Dina, en los Estados Unidos de Trump y en la Argentina de Milei vemos que todos los días se busca invisibilizarnos nuevamente para volver a la normalidad. A esa en la que, cuando se habla del mundo, de la humanidad y de los seres humanos, se piensa solo en los hombres.

P.D.: Hay una película francesa en Netflix que se llama No soy un hombre fácil. Es una comedia aterradora para los hombres y reveladora para las mujeres: nos cuenta la historia de un machista que un día se despierta y se encuentra en un mundo diseñado para mujeres. Denle una mirada, los dejará pensando. 


¡Suscríbete a Jugo haciendo click en el botón de abajo!

Contamos contigo para no desenchufar la licuadora.

2 comentarios

  1. Graciela De La Cruz

    Un indicador, de que usando un lenguaje amigable, sin concesiones, o yo lo tomo asi, me lo ha compartido un amigo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

17 − cuatro =

Volver arriba