En un país inexplicable, quizá la respuesta esté en uno mismo
Esta semana hemos sido testigos, otra vez, de una serie de hechos que confirman la crisis constante en la que flotamos desde hace tiempo. El último jueves 7 de diciembre, la historia que empieza a escribirse nos recordó el autogolpe de Pedro Castillo, un expresidente peruano más recluido en Barbadillo. Se trataba, sin duda, de un día importante para recordar a dónde nos había llevado aquella disparatada decisión y para analizar en dónde nos encontramos hoy. En paralelo, Dina Boluarte y compañía también cumplían un año de gestión, por lo que invité al analista político José Carlos Requena para hacer un balance de ello. La entrevista ocurrió en Instagram, una red social que uso, entre varias razones, por su espíritu ajeno a la confrontación. No obstante, los comentarios que empezaron a aparecer me contradijeron: sentí una catarsis generalizada, con ánimo de venganza contra todo aquel que pensara diferente y con tan poca creatividad para abrir un debate, que las opiniones se reducían a “caviar, mermelera, prensa basura, tu patrón también te hace trabajar en redes, que te paguen tu jefes…”. Aunque prefiero no ahondar en el absurdo porque no me interesa victimizarme, sí me gustaría aprovechar esta experiencia para tratar de encontrar la pieza faltante en la búsqueda de una mediana calma en tiempos difíciles.
Si algo me dejó aquella entrevista fue la sensación de que la memoria nos sigue fallando, acomodándose a lo que queremos creer: lo más importante es seguir buscando un culpable en el otro bando. En este contexto, lo esperable sería que los protagonistas de las acciones políticas que nos trajeron aquí, en un gesto de hidalguía, asumieran el control de este caos mediante gestos de reconocimiento y sinceridad. Sin embargo, esta urgencia no ha sido entendida por nadie, sino al contrario: a la presidenta y su gobierno les hacen más ruido las comparaciones y, como si se tratara de un berrinche, han decidido esforzarse para que su caballo de batalla sea un “yo no fui, fueron otros”. Una gran oportunidad perdida de nuestra presidenta de enmendar con juicio crítico el error del gobierno con el que entró. Sin embargo, pasando la página sin reflexionar sobre la tinta que su gobierno también usó, este 7 de diciembre fue denominado por su gestión como el “Día de la Institucionalidad, del Estado de Derecho y de la Defensa de la Democracia”. ¿De qué país?, me preguntaba, si en la antesala a ese anuncio se había suspendido del cargo a la fiscal de la Nación, según tesis fiscal, por ser la presunta líder de una organización criminal. No hay sentido de realidad ni escrúpulos para querer tapar el sol con un dedo y hacerlo en nombre de millones de peruanos.
La mayoría de peruanos nos preguntamos quiénes son las voces autorizadas en este momento: ¿la presidenta, cuyo principal pasivo son las pérdidas humanas en un mapa del conflicto social que en cualquier momento vuelve a estallar? ¿La misma que exige el pago de 428 mil soles, incluida canasta navideña, a su anterior empleador, la RENIEC? ¿O es el premier, que bendice a su círculo de amigas con beneficios estatales o, peor aún, a una fiscal suspendida que es apoyada por un círculo investigado por lavado de activos? ¿Tal vez es el Congreso, pletórico de “niños” acciopopulistas, mochasueldos, viajeros irredentos y contrarreformistas? Preguntas retóricas que nos depositan en un paisaje desolador en el que la perversa angurria estatal se ha enraizado debido a nuestra indiferencia y, últimamente, por responsabilizar al que nos es más fácil de emplazar.
Por ello hoy, más que nunca, es urgente usar nuestros espacios para pedir rendición de cuentas a quienes pretenden sobrevivir en el espectro político o a quienes piensan regresar a él. Que sientan que el precio por haber renunciado a varias de nuestras banderas es alto, porque no hemos perdido la capacidad de indignarnos por aquello con lo que nos identificábamos. Y que los ciudadanos, por nuestro lado, también asumamos el mea culpa de reaccionar ante los hechos sin reflexión, cayendo en la estridencia de quienes se asumen como periodistas y dándole espacio a la conspiración.
Como mencionó José Carlos Requena en la entrevista: hemos pasado del alivio y de la gran expectativa de salir del desmontaje institucional y corrupción que significó el gobierno de Pedro Castillo, a una gran decepción e impaciencia sin expectativas con el gobierno de Dina Boluarte.
Tras la catarsis, nos deseo lo mejor, porque nuestra gente trabajadora e ilusionada lo merece: los taimados con poder son muchísimos menos que quienes seguimos creyendo que nuestro país vale la pena; los mercantilistas de la política son pocos, comparados con quienes buscamos seguir escribiendo nuestra historia aquí con ilusión, en cancha pareja y con oportunidades.
En otras palabras, nos deseo un país que deje de ser inexplicable.
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