Archivos ocultos


Las penurias de una estudiante en la búsqueda de documentos de investigación 


Mi estancia de seis meses en el Perú llega a su fin esta semana. El motivo de mi viaje fue una investigación sobre la historia del museo interactivo de ciencias ‘José Castro Mendívil’ del que fuera, hasta 1993, el Instituto de Investigación Tecnológica, Industrial y de Normas Técnicas (Itintec). Es el tema central de mi tesis de doctorado, lo que me ha llevado a recorrer diversos archivos limeños. Sin las restricciones pandémicas, he podido adentrarme en todos los repertorios que me ofrecieron alguna información sobre el museo, el primero de su tipo en Latinoamérica.

Lo que les comentaré ahora son algunas reflexiones sobre los grandes obstáculos que enfrenté. Unos los pude superar, y otros los llevo como batallas perdidas en este trabajo.

Sabemos que todo entra por los ojos, y los archivos no son la excepción. Lo primero que notaremos al visitar casi cualquiera de nuestra capital es que siempre están en el último rincón de cada institución. En el sótano, debajo de los estacionamientos o al lado del área de reciclaje. En algunos lugares esto responde a las necesidades de resguardo o control de la temperatura. En otros, simplemente a que ninguna otra área quiere acogerlos.

El alejamiento físico de los archivos se traduce en una desvalorización dentro de sus propias instituciones. La mayoría de las veces que llamé me respondieron que no contaban con uno. Esto no solo es falso sino también ilegal, ya que muchas organizaciones, sobre todo las públicas, están obligadas a contar con archivos. Tras una segunda o tercera llamada lograba dar con alguien de atención al cliente con suficiente tiempo en la institución como para conocer la existencia del archivo. Cada vez que esto ocurría me imaginaba como alguien que llama a una casa preguntando por un familiar y le responden que no vive ahí, cuando en realidad se encuentra bajo el mismo techo.

Una vez reconocida la existencia del archivo, comienza la segunda cruzada: localizarlo. Muchos archivos públicos no cuentan con anexo, ni correo electrónico, ni dirección. La conexión entre el archivo y el usuario es impensable. La solución siempre es humana. Alguien que conoce a la persona encargada y facilita su nombre o número de WhatsApp. Y es aquí cuando te das cuenta de que el conocimiento no se mueve sin la conexión entre y con los individuos detrás de las instituciones.

Como podrán imaginar, lograr conectarse con el encargado es un gran logro para el investigador. Pero es solo el inicio de otro gran viaje. Uno no quiere incomodar y conocemos la falta de tiempo de estos trabajadores. Lo más importante es resumir la investigación para obtener la ayuda necesaria, pero sin apabullar al personal del archivo con una tarea demasiado engorrosa. Es mejor hacerlo por partes.

No es una exageración decir que la investigación depende casi totalmente del destino. Primero, de que quien nos reciba en el archivo haya estado ahí durante años o décadas, y sea en sí misma parte de la historia de la institución. En ese caso no solo te indicará dónde encontrar los documentos, sino que también añadirá apreciaciones personales y, en algunos casos, información de otros. La fortuna también actúa en la propia materialidad del archivo, y es lo único que explica por qué se resguardaron ciertos documentos y no otros, por qué se perdieron algunos papeles en determinada mudanza, o cómo han sobrevivido algunos a pesar del olvido al que los someten nuestras autoridades.

Al final de mi estadía, me voy con un disco duro lleno de miles de fotografías, muchas horas de investigación que le han pasado factura a mi espalda, y dos conclusiones que espero nos hagan reflexionar.

La primera es que cuando he podido acceder a un archivo, la experiencia ha sido excelente. Los documentos se guardaron ordenados, cuentan con un espacio para revisarlos, han digitalizado lo que necesitaba y guiaron mi investigación a lugares en los que no se me hubiera ocurrido buscar. Todas estas facilidades las atribuyo a quienes están detrás, en muchas ocasiones por azar o incluso contra su deseo. Es así que regreso con más información por leer de los archivos del Indecopi, la Biblioteca Nacional, el Serpar, el Parque de las Leyendas, el Instituto Riva Agüero de la PUCP y el Planetario de Lima.

Pero como la historia no es solo la de los vencedores, también es necesario señalar cómo el manejo de nuestros archivos está limitando nuestras capacidades de investigación. Sería injusto nombrar aquellos a los que no he tenido acceso, ya que esto no se ha debido a la falta de atención de parte del personal. No son muchas las organizaciones que entienden el acceso a la información para la investigación como una necesidad y no solo como un trámite que debe resolverse.

Ante las quejas por no poder acceder a muchos archivos públicos, por ejemplo, en ministerios o municipalidades (e incluso algunas universidades), la respuesta automática es que el Estado promueve el acceso a los documentos mediante la Ley de Transparencia. Cuando alguien la menciona sé que nunca ha investigado en un archivo. La ley funciona de maravilla cuando se sabe lo que se busca, por ejemplo, un acta, una resolución o un documento con fecha exacta. En esos casos uno hace su solicitud y tiene la respuesta en 48 horas. Pero cuando uno hace investigación casi nunca conoce los documentos precisos. Lo que espera es que esa pauta sea dada por lo que va encontrando.

Soy consciente de que en la mayoría de los archivos a los que les he tocado la puerta nunca tendrán una caja o, por lo menos, un fólder que diga ‘MUSEO ITINTEC’, porque ese museo no era parte de la institución. Es por eso que cada vez que llamo, sin escuchar lo que digo, me suelen responder que ahí no hubo nunca un museo. Ya lo sé, tengo una colección de respuestas a mis solicitudes por la Ley de Transparencia que indican que no existe nada del museo. Ante estas respuestas, después de algunas conversaciones humanas, es que he podido acceder a ciertos archivos y he encontrado información en la correspondencia, en las actas de concejo o, incluso, en papeles que han sobrevivido inexplicablemente.

Por último, las respuestas que dan la mayoría de las instituciones públicas cuando se les pide acceder a sus archivos no son solo negativas, sino que también intentan disuadir al investigador. Aunque en realidad logran lo contrario. Cuando te dicen que hay mucha información para que tú la revises, lo que realmente estás escuchando es que hay algo que les interesa. Cuando te dicen que no pueden escanearla, lo que piensas es “déjame ir y yo le tomo fotos”. Y la mejor, cuando te dicen que la información está muy al fondo del almacén porque nunca ha sido solicitada, lo que oyes es que hallarás algo que nadie ha encontrado. Ante todas estas negativas, solo pienso que será el destino, más no las instituciones, el que alguna vez me permita entrar ahí.


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1 comentario

  1. Lalescka

    Hola Ale, leyendo tu columna he recordado cuando hice mi tesis de licenciatura y para recolectar datos tenía que recurrir al área de archivos de un hospital público de tercer nivel. A pesar que tenía la autorización por parte del hospital, aveces el personal no quería verme jaja porque sabían que les ocasionaría más trabajo o haría desorden en seleccionar tales historias clínicas. Fue una batalla, pero al final logré hacerlo.
    Muy buena columna!! Saludos.

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