¿Ayudan las categorías a entender un texto (o a quien escribe)?
Siguiendo mi viaje por las costas del Pacífico llegué a Oaxaca en compañía de buenos amigos. Después de unos días conociendo la ciudad y sus alrededores, decidimos pasar unos días en la playa. Y como no tenía un libro a la mano, se me ocurrió buscar la obra de alguna escritora mexicana que no conociera o no hubiera leído aún. Pasé una tarde en una linda librería del centro de la ciudad, entre autoras recientes —de las que hay muy buenas— y otras más clásicas. En realidad, quería leer a Elena Garro.
Por mucho tiempo Garro fue recordada como ‘la mujer de Octavio Paz’, pese a que, entre muchos otros méritos, es considerada junto a Rulfo una pionera del realismo mágico. Se dice que Paz le quemaba los manuscritos y vivía tratando de limitar su producción. Fue así que él se volvió en algo así como el padre de las letras mexicanas y ella terminó en el exilio, convertida en una escritora maldita. Por suerte su obra ha sido rescatada, principalmente por su hija, pero aún espera mayor reconocimiento y difusión. Tanto así que no la encontré en Oaxaca: en la tienda no había nada de ella.
De quien sí tenían libros era de Rosario Castellanos, de la que solo sabía que la librería más importante del Fondo de Cultura Económica en Ciudad de México lleva su nombre; y de Elena Poniatowska, a la que alguna vez había visto presentar Tinísima en Londres, célebre por novelas y crónicas como Hasta no verte Jesús mío, La noche de Tlatelolco o Leonora. Al final llamó más mi atención aquella que me resultaba menos conocida. La ‘princesa polaca’ ha ganado el Cervantes y sigue viva. Ya tendré más tiempo para ella.
También me decidí por Rosario Castellanos porque la biografía de la contratapa del libro cubierto en plástico decía: “(México 1925-1974). Narradora, poeta e intelectual mexicana, es considerada la primera feminista de América Latina”. Esto y el hecho de que se tratara de una novela de aprendizaje sobre una provinciana altiva que llega a descubrir el mundo en la universidad fue todo lo que necesité para echar mano a Rito de iniciación.
Camino a la playa, antes de comenzarla, una compañera de viaje indagó por mi lectura y su reacción al leer la contratapa fue opuesta a la mía. En vez de sentir curiosidad de por qué el departamento de marketing de la editorial la tildaba de feminista, inmediatamente mostró insatisfacción ante lo que ella veía como un reduccionismo, el tratar de encasillar a las mujeres dentro de una esfera propia y diferente al resto de la experiencia humana. Molesta por haber crecido en un mundo donde lo masculino se ha entendido como universal.
Esto nos llevó a una larga discusión sobre literatura escrita por mujeres y la diferencia entre ser llamada escritora femenina o feminista. Si estas categorías importan, para qué sirven, qué aclaran y qué oscurecen. Llegamos a la conclusión de que hablar de ‘literatura femenina’ no es necesariamente útil y tiende a ser reductivo, limitando a una escritora a un mundo de mujeres para mujeres. Algo que suele ser utilizado para vender libros, aunque quién sabe, tal vez, algunas novelas de romance hayan sido concebidas puramente para venderle libros a mujeres. ¿Pero son todas novelas escritas por mujeres? Acaso refuerza la idea de que ellas deben ser vistas aparte, o solo consideradas por ser eso, mujeres. O, incluso, que es necesario rescatar a quienes no se conocía porque no fueron hombres.
Escribir desde un punto de vista femenino puede ser feminista, o puede no serlo. Para mi amiga el feminismo debía ser activista, aun cuando corra el riesgo en convertirse en panfletario. Pero ¿el feminismo tiene que ser explícito? ¿O los textos pueden ser leídos e interpretados como feministas después? ¿Se puede llamar ‘primera feminista de América Latina’ a Castellanos sin tomar en cuenta los trabajos de Magda Portal o de Gabriela Mistral? ¿Fueron ellas feministas?
¿Lo fue Virginia Wolf? Ciertamente lo es cuando escribe Una habitación propia y se pregunta qué habría pasado si la hermana de Shakespeare hubiera querido ser escritora, si la conoceríamos o si, por ser mujer, habría terminado olvidada. Lo es también en Orlando, cuyo personaje principal comienza como hombre y termina siendo mujer en esa extraña vida de 400 años, preguntándose si, finalmente, ya era un buen momento para serlo.
Mary Shelley, hija de Mary Wollstonecraft —una de las primeras en escribir un tratado a favor de los derechos de las mujeres en 1792—, publicó Frankenstein o el moderno Prometeo en 1818, y es más reconocida como una de las creadoras de la ciencia ficción que por ser feminista. Se trata sin duda de una obra mayor de la literatura universal; sin embargo, en su momento, tanto ella como su madre, que murió 11 días después de su nacimiento, fueron más populares por lo que en ese momento se consideraba una vida escandalosa. Llevaron con sus amoríos e hijos extramatrimoniales a lo más extremo uno de los mantras feministas: lo privado es político. Así también vivió Doris Lessing, una de las autoras que Castellanos tradujo (y que marcó mis lecturas adolescentes, con El cuaderno dorado). De la misma manera vivió Simone de Beauvoir, que también influyó poderosamente en la mexicana con El segundo sexo.
Rito de iniciación me atrapó de inmediato. Cecilia, su protagonista, antipática y ensimismada, es un vehículo perfecto para hacer una crítica feminista a la sociedad de su tiempo. Al igual que Los mandarines de Beauvoir, da la sensación de ser un roman à clef, una de esas novelas cuyos personajes principales están basados en personas reales. No estoy segura de que sea el caso, y como voy por la mitad no sé bien cómo llegará a puerto. De lo que sí me he enterado es que en 2017 Natalia Beristáin adaptó parte de la novela y de la vida de Castellanos al cine en Los adioses, que tal vez puedan encontrar en Amazon Prime.
Tuvo una existencia fulgurante, murió a los 49 años en Tel Aviv mientras era embajadora de México, al pisar el cable de una lámpara saliendo de la tina. En su guía de lectura Libia Brenda Castro escribe que “Rosario fue una mujer iluminada y murió por exceso de luz”.
Feminista, femenina y universal: no dejemos de leerla.
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