La guerra y la historia 


Otras lentes históricas a propósito de la invasión de Rusia a Ucrania


Historiador Daniel Parodi Revoredo, máster en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, analista en historia y política nacional e internacional, columnista y colaborador de varios medios de comunicación locales y del exterior. Autor de varios libros y artículos científicos sobre reconciliaicón internacional y relaciones peruano-chilenas. Docente universitario.


La historia posee múltiples dimensiones, el concepto es polisémico. Historia es lo que sucedió y viene sucediendo desde el inicio de la civilización humana, Historia es la disciplina que estudia dicho devenir, e historia se refiere también a los criterios que forman ese sentido común de las personas que se nutre de su percepción del pasado. 

¿Cómo abordar la inmensidad de una guerra? ¿El conocimiento, la información y la discusión sobre una? Lo solemos hacer desde diferentes perspectivas, pero entre ellas se cuelan algunas que provienen de la historia polisémica y se suman al análisis cotidiano de un conflicto bélico. A su vez, la propia historiografía instala en el imaginario otras “miradas históricas” de la guerra, que en estas breves líneas quiero resumir en cuatro apuntes.  

La falacia del argumento histórico 

El argumento histórico siempre ha sido utilizado para justificar guerras y anexiones territoriales. La referencia a un pasado en el cual el territorio en disputa perteneció o se vinculó de alguna manera, real o imaginaria/tradicional, ha servido para enlazar épocas y tiempos que en realidad no están unidos. 

Un ejemplo clásico de la falacia del argumento histórico es Benito Mussolini y su planteamiento de la “Italia irredenta” que, en la plenitud  de sus sueños imperiales, soñaba con alcanzar las fronteras del antiguo imperio romano. Es verdad que Roma se funda en el mismo lugar, en el Lacio, en el que miles de años antes de Cristo se fundó la monarquía romana, que luego devino en república y en imperio. Pero la Roma Antigua no es la Italia actual, ni los romanos de los tiempos de los cónsules o de los césares imaginaron nada parecido a la Italia fascista que instaurara El Duce en 1922. 

Ocurre lo mismo con los rusos, que apelan a la historia para justificar su invasión a Ucrania. Por ejemplo, se sostiene que Kiev fue su primera capital. Esto no es ni falso, ni cierto: sencillamente es mucho más complejo. Kiev fue la segunda capital de la llamada Rus de Kiev, la primera fue Nóvgorod, fundada por un asentamiento vikingo de origen sueco que se hacía llamar Rus. Todo esto sucedió en el siglo IX. La Rus de Kiev se dividió en varios estados y recién desde el siglo XII alcanzó predominio el principado de Moscú sobre los demás. 

Podríamos continuar narrando esta historia mucho más, pero nada cambia el hecho de que no puede establecerse una relación directa entre los acontecimientos narrados y la realidad presente de Rusia y Ucrania, así como nosotros no podemos plantear que el Cusco fue la primera capital del Perú, porque nuestra república es una realidad posterior a la red de los incas, cuya expansión se inició en el siglo XIV de nuestra era. Por encima de todos estos argumentos predomina, en el orden mundial contemporáneo, la soberanía de los estados, por lo que recurrir a pasados remotos para reivindicar territorios en el presente es un argumento, reiteramos, falaz.

Los archipiélagos superpuestos de Europa

Un elemento para tener en cuenta para comprender los acontecimientos de hoy es lo que he llamado los archipiélagos superpuestos de Europa porque, en varias de sus regiones, un conglomerado de etnias con reivindicaciones nacionales propias se superponen las unas a las otras. Este caso fue muy notable en la guerra de los Balcanes. Amigos de toda la vida en tiempos de la exYugoslavia, vecinos de la casa de al lado, devinieron en enemigos a muerte por ser serbios unos, otros croatas y otros bosnios. 

Para el caso ucraniano la cuestión de las etnias parece más ordenada, lo que no quita que sea la razón del inicio de la guerra del Donbás en 2012, que dio lugar a la aparición, en el extremo este del país, de dos repúblicas populares aún no reconocidas por la ONU: Lugansk y Donetsk. En efecto, Ucrania también se divide, si no en etnias, sí en poblaciones que definen su postura frente a Europa y Rusia en virtud de su cultura y su lengua. La mayoría de los ucranianos del este del país habla ruso, es prorrusa y está en contra de la incorporación de Ucrania a la Unión Europa y la OTAN, mientras que el resto de país, lingüística y culturalmente ucraniano, apoya su incorporación a estos foros internacionales. 

¿Qué hacer? Si usáramos –recordemos que hablo como historiador– el viejo precepto de la libre determinación de los pueblos de nuestros tiempos de la Independencia, cualquier territorio podría decidir a qué estado pertenecer. Pero el tema es más complejo. Del mismo modo, si dejásemos esta vieja norma al libre albedrío, cualquier región, provincia o distrito de cualquier estado podría proclamarse autónomo sin más. Tema discutible, sin duda, y muy vinculado con la historia de pueblos, regiones y etnias.

La falacia de la mayor presión.

El concepto de la falacia de la mayor presión lo he tomado prestado del libro del historiador chileno Sergio Villalobos, Chile-Perú: la historia que nos une y nos separa, en el que justifica la anexión chilena de Atacama argumentando el mayor número de población chilena en la provincia litoral boliviana al iniciarse la guerra. 

Está claro que si partiésemos de la falacia de la mayor presión podrían cometerse disparatadas atrocidades y el mundo estaría sumido en permanentes conflictos. Por ejemplo, bastaría que en el barrio de un país hubiese una mayoría demográfica nacida en otro para reivindicar su anexión al estado del que son natales sus vecinos. Para el caso de Ucrania, este argumento ha saltado a luz pública no solo en el caso de los territorios de mayoría prorrusa en la región del Donbás, sino que fue utilizado por Rusia para anexarse Crimea el año 2014. 

La lógica de los imperios  

Medio siglo antes de Cristo florecía en Atenas una de las versiones de democracia más prístinas. Pero en simultáneo, debido al fortalecimiento de la ciudad, la célebre polis instauró la Liga de Delos, un imperio ultramarino al que había que sumarse de grado o de fuerza, con el añadido de adoptar obligadamente la forma de gobierno ateniense, mal que nos agrade, a cuanta ciudad cayese en sus garras.

Si algo enseña la historia desde Atenas, Roma, la Inglaterra victoriana y los Estados Unidos de George Bush que invadieron Irak a pesar de la resolución contraria del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es que todas las potencias que han podido “imperar” –es decir, según la RAE, mandar o dominar–, lo han hecho. 

Nuestro ingreso a la revolución tecnológica y la manera en que esta ha cambiado nuestras vidas podría dar la impresión de que en los altos niveles del poder los métodos para afrontar la realidad geopolítica del mundo se hubieran modificado. Pero más allá del discurso, y aunque los historiadores rechazamos la existencia de leyes para la historia, lo cierto es que existe una e incontrastable: los imperios, con o sin ONU, tienden a actuar como tales y seguirán haciéndolo. 

El caso ruso es ejemplificador. Rusia se siente amenazada por el crecimiento de la Unión Europea desde su fundación en 1993. La alianza que hoy conforman casi 30 estados se acerca peligrosamente a lo que Moscú entiende como su área de influencia. Asimismo, el crecimiento de Europa viene acompañado del de la OTAN, alianza militar que la sostiene y de la que forma parte Estados Unidos. El sabotaje de Putin a Ucrania en 2013, que impidió la incorporación de este país a la UE, nos muestra a un imperio que pugna por consolidarse en un área determinada del planeta, en lugar de resignarse a jugar un rol secundario en el concierto de las naciones. Ni Estados Unidos, ni China, ni Europa, ni las demás proceden de forma diferente. Con esta reflexión he querido salirme de una mirada tradicional de la historia y compartir con ustedes algunas herramientas que ella nos brinda para interpretar el pasado, así como advertirles de algunas falacias que también provienen de su entorno y que pueden hacernos caer fácilmente en el error. La lógica de los imperios es incontrastable, pero no lo es el desenlace de este conflicto: apostemos por la paz. 

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