Un acercamiento al discurso del nuevo presidente de Chile
Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes
El viernes 11 de marzo juramentó Gabriel Boric Font como presidente de Chile, un hombre de 36 años, nacido en la región más austral de nuestro país vecino. Se presentó ante el Congreso Nacional vistiendo un terno azul y una camisa blanca, pero sin corbata, y después de una investidura conforme al protocolo se trasladó hasta el Palacio de la Moneda para dar su primer discurso frente a una multitud reunida en la Plaza Constitución.
Lo hizo en el mismo lugar donde hacía casi 50 años fue asesinado el presidente Salvador Allende, cuando los bombardeos aéreos destruyeron la democracia chilena. También donde, en 2019, cientos de miles de chilenos salieron a demandar una nueva constitución y con sus protestas masivas lograron un cambio real en la política chilena.
Boric empezó su discurso recordando que le debía su llegada a ese lugar a todas las chilenas y chilenos que salieron a la calle a pedir cambios, y que su ascenso político solo había sido posible gracias a las multitudinarias movilizaciones. En su alocución se hizo responsable de acompañar el proceso de cambio, pero reconociendo en todo momento que se trata de un proceso que compete a todos las chilenas y chilenos.
Con sus palabras buscó acercarse a lo que llamó el “pueblo” y “los pueblos”, e hizo repetidas referencias a la historia de Chile. Habló de su ambición por proveer educación para todos, de una sociedad más justa, de la nacionalización del cobre y de la lucha por los derechos humanos que muchos de sus predecesores anhelaron para lograr un país mejor. Recordó, a su vez, que estaba hablando desde lo que había sido un escenario de muerte y represión, de cómo la justicia debía de prevalecer, y que nunca más debía darse una ruptura del régimen democrático.
Pero no fue solo la historia nacional la que destacó en su discurso. Boric también se encargó de recordar que Chile es un país profundamente latinoamericano y que con los pueblos vecinos es que debe buscarse las soluciones a los problemas de la región. Reconoció la importancia de ser una voz desde el sur del continente, que su compromiso con la democracia era muy claro en este momento de conflicto mundial y que la agresión le resultaba inaceptable viniendo de donde viniera. Habló de la necesidad de apoyar a los migrantes y remarcó la importancia de reconocer la humanidad de todos los que buscan refugio.
Su discurso fue muy ambicioso en cuanto a sus metas. Dijo que “iba lento porque iba lejos, y no iba solo”. Reconoció la importancia de que todo el pueblo chileno se hiciera parte del proceso, pidiéndole que caminaran “juntos la ruta de la esperanza para alcanzar un país digno y justo”. Pidió enfrentar la desigualdad social y reparar las heridas del estallido social, a lo que la multitud respondió con un resonante “Boric, amigo, el pueblo está contigo”.
Se comprometió, además, a “apoyar el proceso constitucional para asegurar que la (constitución) que reemplace a la que nació a sangre, fuego y fraude, nazca en democracia”. Fue entonces cuando la gente en la plaza rompió al unísono con la conocida consigna de la izquierda: “El pueblo unido jamás será vencido”. Boric recordó que “la democracia la construimos juntos” y que “el pueblo nos juzgará por nuestras obras y no nuestras palabras, hoy era necesario hablar, mañana todos juntos a trabajar”.
El flamante mandatario cerró su discurso haciendo una referencia a Salvador Allende: “Estamos de nuevo abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre y la mujer libre para construir una sociedad mejor”.
Para quienes hemos visto al país del sur pasar por procesos difíciles y dolorosos, nos resulta emocionante poder oír a un joven comprometido con su país y con su historia de manera tan clara. Fue un momento especialmente inspirador para las personas de mi generación que no recordamos de primera mano a Salvador Allende, pero a quien todavía consideramos cercano, y a quienes vinos cómo la dictadura de Pinochet creó la ilusión de que la mejora económica justificaba todo tipo de violencia y atestiguamos que el milagro económico no fue suficiente, ya que las chilenas y chilenos demandaban mucho más.
El presidente Pedro Castillo estuvo presente en la ceremonia oficial y me gustaría pensar que oír este discurso en esa plaza le puede haber servido de inspiración para dirigir un gobierno que realmente beneficie a todos los peruanos en vez de seguir enquistando la corrupción. Por otro lado, espero que los millones de peruanos que nos quejamos de que las cosas no cambian nos demos cuenta de que la realidad no se transforma a menos que salgamos a demandar esos cambios.
Por ahora, desde el otro lado de la frontera, podemos esperar tiempos mejores cantando la premonitoria canción de Milanés:
Retornarán los libros, las canciones
Que quemaron las manos asesinas
Renacerá mi pueblo de su ruina
Y pagarán su culpa los traidores
Un niño jugará en una alameda
Y cantará con sus amigos nuevos
Y ese canto será el canto del suelo
A una vida segada en La Moneda.