Unas groserías que escribí


Cuando las prohibiciones atentan contra el futuro  


Ahora que paulatinamente empiezan las clases presenciales en nuestro país luego de una pandemia que llenó de telarañas los salones de clase, a mi mente ha venido la última vez que estuve parado en uno. Ocurrió hace algo más de dos años, en un aula que había leído un libro que escribí para niños. La pregunta de la pequeña alumna fue directa.

–¿Por qué su libro tiene malas palabras?

Sonreí, quizá nervioso, buscando ordenar mis ideas. 

–Porque tú eres inteligente– le respondí.

Le dije que los lectores solemos tener claramente identificados los territorios de la fantasía y los de la realidad y que, debido a esa escisión, si a ella se le ocurriera leer una novela donde la protagonista era una asesina, no por eso ella iba a ponerse a matar gente también. 

–Además –le recordé– en mi libro la gente se pone a gritar esas groserías porque su avión se está cayendo. Es una situación que lo amerita.

La profesora de la niña asintió y yo me sentí protegido por su criterio: después de todo, ella había aceptado la lectura de mi libro entre sus alumnos. No era una de esas mentes burocratizadas que por identificar un “mierda” en un texto lo iba a prohibir, o uno de esos adultos que piensan que los niños se vuelven imbéciles cuando leen y que no saben entender un contexto.

La labor de un maestro, después de todo, es guiar a nuestros  jóvenes para que hagan las asociaciones necesarias que los lleven a evaluar cada situación con criterio.

Desde este punto de vista, prohibir siempre será perder una oportunidad para aprender: allá afuera está la realidad esperando a nuestras muchachas y muchachos con los colmillos afilados. ¿En serio los vamos a preparar para enfrentarse a ella ocultándoles lo compleja que es?

Lo cual me lleva a salir de las aulas.

Últimamente, en nombre de diversas reivindicaciones justas, nos apresuramos a prohibir, cancelar o a eliminar muchas manifestaciones que se consideran ofensivas, lo cual puede apaciguar a las pasiones pero no necesariamente darle luz a los razonamientos.

Por ejemplo, cuando se tumba el monumento de un conquistador, en su lugar queda el aire y no el aprendizaje. ¿Qué haría un buen maestro si la comunidad fuera su salón de clases? Tal vez mantendría el monumento, reuniría a todos a debatir acerca de él y, seguramente, propiciaría una intervención artística que quede perennizada con él, de tal manera que la conmemoración antes laudatoria se convierta en una más crítica y reflexiva.

Hace un par de años, cuando una corporación peruana decidió eliminar una antigua marca de postres llamada “Negrita” –el nombre se debía al apelativo de la eposa del fundador, pero la marca estaba representada por una afrodescendiente con atuendo folclórico–, me pareció que era una decisión consistente con estos tiempos en los que se evalúan los estereotipos que condenan a las minorías al radio de acción que les asigna el poder, pero que más se habría ganado colectivamente si la marca misma hubiera evolucionado su relato y hubiera mostrado lo que una afrodescendiente es capaz de lograr en un mundo con visión moderna.

Quizá la tentación de prohibir sea grande porque toma menos esfuerzo que explicar.

Los padres que quieren sembrar criterio en sus hijos en lugar de solo apaciguar sus propios temores la tienen más difícil, pero la recompensa con los años es mucho más fructífera. 

Si queremos alejarnos de ser un mundo patético en el que se anula a la primera lo que no nos gusta y donde se cancela al primero que le da la contra a una mayoría, más nos vale empezar a ser como esa profesora que le permitió a sus alumnos leer unas cuantas groserías y, de paso, hacerle preguntas frontales al autor de este texto.

7 comentarios

  1. Licett Alba

    Hola Gustavo, interesante anécdota que me ha llevado a la reflexión… muchas gracias, se lo acabo de leer a mi niña.. ella tiene 4 y me preguntó si tu texto era un cuento.. le dije: qué te parece a ti? a lo que respondió.. qué mala profesora por qué deja leer un cuento con groserías.. estoy a punto de abrir su mente!..

    • Gustavo Rodríguez

      Hola, Licett. Qué suerte tiene tu hija de tenerte para guiarla, aunque aún sea muy pequeñita para entender los fenómenos que aquí están en discusión.
      Larga vida a las dos.

  2. Marcela Paz Sánchez

    Muy de acuerdo con la opinión de hoy.
    Porque ntros hijos no estarán en su burbuja por siempre y para afrontar la vida se les tienen que decir las cosas tal cual

    • charo

      Interesante reflexión. Necesito reflexionar antes de contestar . Encuentro muchas razones para estar de acuerdo. Pero también algunas que me hacen cuestionar la validez de los argumentos del artículo .

    • Gustavo Rodríguez

      Así es, Marcela.
      Estamos para guiar, no para prohibir a priori.

  3. Paul Naiza

    Gustavo interesante artículo, cuando un contexto es explicado, los niños lo entienden…

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