Reflexiones luego de leer El invencible verano de Liliana
El fin de semana terminé de leer el libro El invencible verano de Liliana (Random House, 2021), de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza. Se trata de una obra de literatura de no ficción sobre la vida de Liliana, su hermana, y el feminicidio impune del que fue víctima en 1990, cuando tenía apenas veinte años. Tres décadas después la autora decide buscar justicia, o algo que se le parezca.
El libro enfrenta en sus primeras páginas un contratiempo que no es menor: el expediente del caso de Liliana ha desaparecido. Se sabe quién la mató, se sabe cómo y cuándo, pero el asesinato quedó en la impunidad y el olvido. En un desgastante ping pong burocrático, ninguna dependencia pública encuentra el expediente, como si se tratase de un exótico objeto precolombino que forma parte de una leyenda y no los documentos de un caso que, en teoría, sigue abierto.
Ante la incapacidad del Estado, la autora no se rinde y recurre a otras tres fuentes para contar la historia: los escritos de Liliana en cuadernos, cartas y diarios, los testimonios de amigos, y los recuerdos familiares. Liliana escribía mucho, lo que permite que su voz como narradora esté muy presente en el relato.
Y aquí es donde se encuentra uno de los principales aciertos del libro: la historia cuenta el feminicidio, habla del feminicidia, pero se centra en la víctima, Liliana, y en su vida. Toda su vida. Esta no es solo una decisión literaria, sino también una decisión política.
En un informe sobre el feminicidio en el Perú hecho por la Defensoría del Pueblo (diciembre, 2010), se cita a Ana Carcedo y Monserrat Sagot, quienes señalan que el feminicidio es “la forma más extrema de violencia de género, entendida esta como la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres en su deseo de obtener poder, dominación o control”.
Lo dramático es que la dominación y el control al que se hace referencia no suele terminar con el crimen violento. A partir de ahí, ante la sociedad, la individualidad de la víctima se ata de manera dramática a la de su victimario. No puede deshacerse de él. Sus características personales y su historia de vida van desapareciendo hasta convertirse solamente en su final, en lo que él hizo con ella. Pareciera así que el ganador es el feminicida, pues independientemente de lo que diga el Poder Judicial, logró uno de sus despreciables objetivos: que no exista nada de ella que no lo involucre directamente a él.
Si uno busca en Google el nombre de una víctima de feminicidio en el Perú, de inmediato encontrará las noticias sobre su asesinato. Se dirá el nombre del victimario, veremos su foto, y sabremos cómo la mató. Pero no aprenderemos mucho de la vida de ella antes de la tragedia, pues no es noticioso. ¿Qué música sonaba en su celular cuándo quería animar su día? ¿En qué pensaba cuándo veía por la ventana del microbus camino al trabajo? ¿Era feliz en ese trabajo? ¿Qué país soñaba con conocer? ¿Qué anécdota divertida podía hacer que riera por horas al recordarla? ¿Qué “chapa” le habían puesto sus amigos? ¿Qué frase o palabra peculiar aportó al léxico común de su familia? ¿Le gustaba ir al cine? Nada de eso se conoce, su individualidad se reduce a su rol de víctima y a lo que ese hombre hizo con ella.
En el libro de Cristina Rivera Garza, Liliana es la víctima de un feminicidio, sí. Y también conoceremos al feminicida y el detalle de lo que hizo. Pero Liliana es mucho más. Es la hermana que siempre huele a cloro por todas las horas que se pasa haciendo natación durante la adolescencia. La estudiante de Arquitectura que se desvela preparando sus entregas. La que sueña con una maestría lejos, en Europa. Es hija, amiga, vecina. Le rompen el corazón y ella se los rompe a otros. Fuma unos cigarros horribles, ríe con facilidad, escucha música. Escribe cartas, juega con las palabras, comete errores de conjugación. Tiene unos lentes redondos, como los de John Lennon; transcribe fragmentos de poemas que le gustan, como aquel de José Emilio Pacheco donde se lee: “¿Qué va a quedar de mí cuando me muera / sino esta llave ilesa de agonía, / estas pocas palabras que el día / deja cenizas de su sombra fiera?”.
En un reciente artículo publicado en el diario El País, Cristina Rivera Garza reflexiona: “Contrario al deseo del asesino, la vida y las palabras de Liliana Rivera Garza siguen abriendo caminos. Él no recibirá su castigo como tantos otros criminales impunes. Sin embargo, como ha argumentado la abogada Sayuri Herrera, a cargo de la Fiscalía de Feminicidios de Ciudad de México, no toda la justicia es punitiva, y la ley de víctimas en vigencia contempla la verdad y la memoria como actos de restitución. Cada vez que observo la manera en que lectoras y lectores abrazan a Liliana me digo que, todos juntos, estamos participando de una justicia más amplia, cósmica acaso: la de tenerla aquí, a fuerza de memoria compartida y combativa, en el presente”.
Las palabras de la autora me recuerdan uno de mis textos favoritos de Pedro Lemebel, donde el escritor chileno nos dice: “Nuestros muertos están cada día más vivos, cada día más jóvenes, cada día más frescos, como si rejuvenecieran siempre en un eco subterráneo que los canta, en una canción de amor que los renace, en un temblor de abrazos y sudor de manos, donde no se seca la humedad porfiada de su recuerdo”.
Con El Invencible verano de Liliana la autora y los lectores le arrebatamos al asesino el monopolio de la memoria pública de Liliana Rivera Garza. No hay olvido, pero la memoria se nutre de un esfuerzo colectivo donde el amor, la ternura, la alegría le ganan terreno al odio y la violencia. No es la justicia, pero sí un acto de justicia. Y es hermoso.
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Un libro valioso y necesario para entender la complejidad del feminicidio y sus consecuencias en la vida de las víctimas y sus familias. La capacidad de la autora para dar voz a Liliana y presentarla como una persona compleja y valiosa es un logro significativo que debería ser celebrado.
Es interesante la reflexión sobre la victimas, quizás si nos atreviéramos a sumar sus vivencias encontraríamos patrones de conductas que nos darían pistas psicológicas para dotarlas de armas que nos las vulneren. Si bien la sociedad tiene el deber moral de trabajar en la cultura machista, esta debe involucrar sobretodo a las mujeres dándole conciencia, independencia e igualdad.
Acabo de comprar el libro y con lo que acabo de leer mas animada aun.