Porque lo gratuito suele salir más caro
Entre escritores es casi un lugar común decir que uno escribe el tipo de libros que quisiera leer, lo cual, en el fondo, encierra una perogrullada: cuando cocinamos también preparamos el plato que quisiéramos comer. Como buscando confirmar el carácter intercambiable de dicha máxima, hace algo más de un año nos juntamos ocho conocidos –hoy convertidos en amigos– para producir un medio afín a nuestros gustos de consumo. Como otras iniciativas de la era digital, Jugo de Caigua nació porque quienes lo proyectamos estábamos cansados de muchas taras informativas que algunos expertos, como Diego Salazar en su libro implacable, ya se han encargado de señalar.
En mi caso, me preocupaba –y lo sigue haciendo– el dique cada vez más debilitado entre el área de gestión y el área periodística en los medios tradicionales. Cuando el grueso de los ingresos de un medio proviene de los anuncios publicitarios y existe una planilla que hay que pagar cada mes, no hay que ser demasiado mal pensado para intuir la tentación latente de no chocar con los intereses de quien te permite firmar los cheques. En el caso de intereses políticos que a la larga devienen en salvaguarda económica, ocurre lo mismo y con más saña.
Otra preocupación mayor tiene que ver con la calidad de la información, entendiéndola como el trabajo de aquellos periodistas que, siendo conscientes de que la objetividad es una quimera –todos tenemos sesgos–, sí se esfuerzan para alcanzar imparcialidad y buscan fuentes que ofrezcan cierta garantía. Estirar el micrófono hacia quienes emiten estridencias en lugar de fundamentos basados en evidencia es uno de los males periodísticos de esta época y ha originado que en la batalla de las ideas, la ecuanimidad haya perdido terreno frente al escándalo –lo cual me lleva a recordar otro fenómeno sensacionalista que hoy alcanza niveles de estupor: esas trampas para el dedo, bautizadas como clickbait, con titulares del tipo “cuando leas esto, no querrás dormir con tu gato”–.
No menos importante es la experiencia de uso: ¿a quién le gusta leer mientras los mosquitos atraviesan la mirada y zumban en los oídos? Los anuncios estridentes que aparecen entre párrafo y párrafo, esas llamadas a conocer el teflón de determinada sartén o las apuestas sobre el próximo partido de fútbol, toda esa publicidad que emerge burbujeando y que es impensable en un libro que se compra para leer tranquilo, atentan contra la concentración.
Desconfío de toda máxima generalista y las deficiencias mediáticas que he mencionado me ayudan a contradecir esa que muchos despistados toman por cierta: que las mejores cosas en la vida son gratis. Pamplinas. Sobre todo en estos tiempos. Respirar aire puro es gratis, por supuesto, pero cada vez nos cuesta más trasladarnos para encontrarlo. Amar y ser amado suena magníficamente gratis, pero implica una inversión previa de cuidados y presencia.
Y, por supuesto, estar correctamente informado implica olvidarse también de la noción ingenua de la gratuidad.
Iniciativas como Ojo Público, Comité de Lectura, Convoca, Radio Ambulante, El Hilo, Epicentro, Sudaca, Sálvese Quien Pueda o La Encerrona son, por lo tanto, necesarias, comulguemos o no al cien por ciento con ellas y desde Jugo de Caigua lo invito a fortalecer con sus aportes o suscripciones el ecosistema que todas estas iniciativas han empezado a formar.
Para terminar de cerrar la trampa de este artículo, no quiero dejar de colocar aquí nuestro enlace para suscribirse a un precio bajísimo y probar por un mes nuestro jugo diariamente, con el plus de acceder a nuestras reuniones editoriales llenas de reflexión y espíritu bromista.
Como lo muestra este informe, el mundo va camino a la suscripción y hay cosas en las que no vale la pena quedar al último.
Recuerde que no hay lonche gratis.
Pero al menos, nuestro jugo sí le saldrá económico.
La inversión la vale Gustavo. Es un jugo A1.
Paul, siempre amable y generoso.
Muchas gracias.
Gracias por el artículo. Muy cierto lo que comentas.