La cultura de la violación revisada en tres viñetas
Imagínese que me acerco a usted con una caja de chocolates. La abro y le ofrezco que tome cualquiera de las veinte piezas de cacao. Le advierto, sin embargo, que tres de ellos están rellenos de contenido escatológico. Le reafirmo luego, si acaso no le quedó clara mi advertencia, que haga lo que haga no debería consumir algunos de esos tres chocolates. No obstante, estos están colocados aleatoriamente en la caja. Como usted, yo misma no sé cuáles son los chocolates incomibles. ¿Se animaría a escoger uno?
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En promedio, cinco personas mueren al año en el mundo debido a un ataque de tiburones. Efectivamente, estos son animales frente a los cuales los humanos tenemos una serie de desventajas importantes, y si bien estos han sido objeto de caza —legal e ilegal— a través de nuestra historia, son razonablemente temidos por la especie humana.
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El Perú no tiene un problema de acceso y uso indiscriminado de armas como sí lo tiene Estados Unidos. Solo durante 2021, 48.830 personas fallecieron al otro lado de un gatillo. Más recientemente, los incidentes de fuegos abiertos dirigidos intencionalmente contra grupos de personas —población gay, afrodescendiente y asiática, y niños, principalmente—, se han incrementado significativamente. Solo en 2022 se registró el deceso de 1.637 niños y adolescentes a causa de tiroteos y ataques indiscriminados en lugares públicos, centros de estudios y escuelas.
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Un sector de la población peruana —hombres y mujeres— aún se ofende cuando escucha la frase #PerúPaísdeVioladores. No todos los hombres violan, responden. Efectivamente, no todos los hombres peruanos cometen o han cometido las acciones descritas en el tipo penal correspondiente al delito de violación. Pero ¿no es verdad que, frente a tres chocolates en una caja de veinte, toca cuidarse de todos porque todos tienen el potencial de ser aquel del que debemos alejarnos?
Otro sector de la población —y muchas personas del sector anterior— también afirma que la violencia contra las mujeres no es un problema estructural: que son incidencias aleatorias que no tienen un hilo conductor. Son algunos “enfermos”, dicen. Que por unos no debe condenarse a todos. Las incidencias de muerte por ataque de tiburón durante 2022 fueron cinco, y no dudamos que es razonable temer a los tiburones. Las incidencias de violencia contra las mujeres, atendidas en 2022 por el Centro de Emergencia Mujer del Ministerio de la Mujer únicamente —una sola de las plataformas posibles de atención— fueron de 154.202 casos. ¿este número no es suficiente para identificar que el problema va más allá de la incidencia individual? ¿No tiene sentido que, así como tememos a los tiburones, temamos a la violencia? ¿Qué, así como nos cuidamos de los ataques de tiburón, que sucedieron un total de 57 veces durante el año 2022, seamos particularmente cuidadosas de la violencia contra nosotras que ocurre a cada momento?
La primera regla de la seguridad en el uso de armas de fuego es: trata a todas y cada una de ellas como si estuviera cargada, aún si supieras que no lo está. En efecto, nunca se es demasiado cauteloso frente a la presencia de un arma, mucho menos si no se sabe que está cargada o no. Si, además, las armas se desenfundan en un espacio descontrolado donde la narrativa social trivializa su uso y sus efectos, y encima no hay sanción formal o informal, ¿cuál es el mensaje social que pervive? Las armas en la calle seguirán estando disponibles, podrán matar sin consecuencia, incluso nos reiremos de alguna muerte en algún programa de humor o será el último tema a tocar en un dominical. Al final del día, destruimos vidas, familias y comunidades, pero ¡hey!: ninguna tan importante como para hacer algo realmente significativo y efectivo al respecto.
Bueno, lector, así funciona la cultura de la violación, uno de nuestros disvalores nacionales colectivos más salientes y reforzado por todos y todas. Normaliza que los cuerpos de las mujeres puedan ser objetos de consumo, trivializa la violencia de naturaleza sexual contra ellas, relativiza las “mini” violencias que pudieron servir de indicio porque fueron “broma” o solo una joda, o “solo un piropo”; culpabiliza a las mujeres de la violencia sexual que experimentan, o a las otras mujeres a su alrededor.
Siéntase libre de pensar que estoy exagerando, o de afirmar que no entiende esto de la cultura de la violación porque es un invento de los nuevos caviares progres. Solo le pido un favor antes de desestimar mi texto. Pregúntese lo siguiente: ¿qué es lo peor que le puede pasar a mi hijo o a mi hermano menor regresando a casa de una salida con sus amigos? ¿Cómo será el proceso de denuncia posterior? ¿Alguien dudará de su historia? Y, por otro lado, ¿qué es lo peor que le puede pasar a mi hija o a mi hermana o a mi sobrina en el mismo caso? ¿Y qué se espera del proceso de denuncia? ¿Alguien dudará de ella?
Si imagina que los escenarios serán diferentes, entonces sí lo entiende todo.
Las mujeres peruanas no pedimos venganza y sabemos que huelga pedir justicia. Solo pedimos poder respirar. Vivir en un país donde la violación no tenga que ser una promesa/amenaza constante; y donde, si ese daño se concreta, no nos echen la culpa. Las compañeras del colectivo Lastesis de Chile lo expresaron ya muy claro:
“El patriarcado es un juez
Que nos juzga por nacer
Y nuestro castigo
Es la violencia que no ves
Es femicidio
Impunidad para mi asesino
Es la desaparición
Es la violación
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía
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Estoy bárbaramente impactada (positivamente) con este artículo. No cabe duda que lo difundiré. ¡Muchas gracias!
Gracias Mariela Noles Cotito, seguimos en la lucha, es ardua, tu artículo presenta símiles que cualquiera puede comprender, cualquiera que tenga buena voluntad.
Gracias por esta publicación. Necesitamos difundir más artículos como este. Una precisa y aguda manera de explicar que eso es lo que somos, todos. Esa cultura que permite esto tan terrible y que necesitamos aceptar para decosntruir y empezar un cambio.