¿Te grabo o no te grabo?


Un derecho fundamental es cada vez más minado a causa de las redes


Cuando uno toma un vuelo está acostumbrado a escuchar los mismos mensajes: abrocharse los cinturones, guardar los equipos electrónicos, sentarse ante una turbulencia. Esta semana, sin embargo, en un vuelo en el que me encontraba añadieron uno nuevo: no tomar fotografías, ni grabar a otros pasajeros o al personal que trabajaba en el avión.

El pedido me llamó la atención y así se lo comenté a mi mamá, quien me acompañaba. Ella me preguntó qué tipo de videos se podrían hacer grabando a otras personas y le dije que, por ejemplo, en ese momento podía hacer un TikTok burlándome del pasajero del costado que usaba guantes de látex para, probablemente, evitar contagiarse de coronavirus. Hablamos de cómo este tipo de videos eran cada vez más comunes y le comenté que la privacidad es tema de un debate que se encuentra activo en redes sociales, puesto que constantemente vemos a personas grabadas sin su consentimiento. Tal vez usted y yo hayamos sido víctimas de esto, aunque más probablemente seamos victimarios. De esto último me declaro culpable.

Puedo recordar más de una vez haberle tomado fotos o videos a desconocidos sin su permiso. En algunas ocasiones, ha sido para compartir la alegría que encuentro en el mundo al capturar a personas bailando o haciendo algo memorable en la calle. En otros casos he capturado a alguien con intención de burla inocente, y en alguna ocasión no fui valiente para increpar una mala acción, pero sí para difundirla y comentarla con mis seguidores. Lo cierto es que todo lo que compartimos en redes se puede hacer público, con o sin nuestro permiso. Una vez que algo se ha colgado no existen privacidades ni publicaciones solo para close friends: todo es capturable y todo es compartible.

TikTok es, probablemente, una de las redes donde es más fácil que los videos grabados sin consentimiento se hagan virales. El algoritmo de esta aplicación muestra nuestros videos a un grupo pequeño de personas, y si mantiene la atención de estas, se lo muestra a un grupo más grande hasta hacerlo viral. Es por ello que en TikTok solemos ver más los videos de personas que no conocemos, pues ya han cogido cierta tracción en la plataforma. Abundan aquellos que difunden obras sociales, como Gustavo Rodríguez comentó en el 2020 en una columna sobre Osito Lima, un influencer conocido por grabarse dándole dinero a personas en situación precaria. También vemos casos de personas que son mostradas por algo que no desean revelar, como aquellas señaladas en el transporte público como pacientes de la viruela del mono. 

Si el diseño de ciertas plataformas promueve la viralización de estos videos, son también las propias plataformas las que podrían controlar este fenómeno. Por el momento, ninguna pide confirmar que se conoce a las personas a las que se está grabando; más bien, la regulación parte de los mismos usuarios: algunas personas exigen sin éxito que se retiren sus videos de internet, o el público señala a quien comparte videos de otros sin su consentimiento. Y el problema es aun más grande cuando se comparte videos de menores de edad.

La indicación que recibí en el avión llama especialmente la atención porque reconoce que nuestra realidad está conformada por los espacios que compartimos, pero también por el mundo que existe detrás de nuestras pantallas. Regular los espacios es una respuesta a la falta de regulación que existe en las plataformas de redes sociales. Si no puedo evitar que alguien me grabe en el avión, por lo menos puedo dejar en claro que coexistir en un vuelo no es carta abierta para ser capturado en imágenes. Como conversé con Verónica Arroyo en el último Spaces en Twitter organizado por Jugo de Caigua y Redpública, las tecnologías no existen solo para promover la libertad de expresión o para asegurar la conectividad. Son también medios donde la democracia puede fortalecerse o debilitarse y en los que nuestros derechos también están en juego, especialmente el de la intimidad. Este no es un capricho de los tímidos, sino el derecho que tenemos a preservar nuestra imagen y, sobre todo, a existir sin convertirnos en un fenómeno viral.


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