Solución patafísica para la educación pública


A grandes males, grandes remedios fuera de la caja


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.


Sin duda la mala educación es la madre de todos los problemas. Y será difícil encontrar una solución real a la forma en que nuestra niñez se aproxima al conocimiento, más aun después de la pandemia, tras dos años viviendo en un estado de letargo cuyas consecuencias lamentables se verán en las décadas por venir. Sin embargo, debemos preservar —o recuperar— la fe. 

Nuestra propuesta desde la patafísica tiene algunos aspectos básicos. Uno primero es evidente, aunque nadie le haya prestado interés: todos los niños odian ir al colegio, pero les gusta salir al recreo. Con la modernización de la escuela pública no habrá clases sino únicamente recreos. El aprendizaje debe adaptarse a las necesidades afectivas y, sobre todo, a los designios de los niños que finalmente son, bajo la lógica del sistema, los consumidores del servicio educativo. 

Siguiendo estos lineamientos, para los recreos únicamente se establecerán reglas básicas, una suerte de diez mandamientos del comportamiento humano, una forma de fijar algunas líneas para que los niños no se descontrolen o provoquen la muerte de algún congénere. En el intermedio de los recreos (los recreos no pueden ser eternos tampoco) los profesores deberán solo mostrar videos de Youtube con narración en español de Castilla (no confundir con Castillo) y acento peninsular, pues es sabido que los peruanos tenemos en el imaginario colectivo aún esa pronunciación como señal de autoridad, en voces que van desde el cura de pueblo hasta las narradoras de videos de juegos y juguetes de todo tipo (por no ahondar en el clásico “guardad celosamente” de La serie rosa). En todo caso, en este aprendizaje es donde radica el verdadero componente educativo para los chicos (que ya tienen cierta experiencia con la plataforma ‘Aprendo en Casa’).

Otro aspecto para tomar muy en cuenta es que los niños entienden todo con contrafácticos. Toda la infancia está llena de: si (no) hubieras hecho X entonces (no) habría ocurrido Y. El modelo de enseñanza por consiguiente debería seguir ese dictum y concretarlo en videos —educativos, valga la redundancia— sobre la base de un antiguo programa español denominado ‘la segunda oportunidad’.

Este programa español setentero presentaba una secuencia de accidentes automovilísticos ocasionados por negligencia de parte de los conductores. En una imagen catastrófica se veía una colisión mortal causada por la impericia o el mal manejo de un coche. Luego de ello una voz en off llamaba a ser más cuidadosos y daba al conductor una segunda oportunidad haciendo un fast rewind y volviendo todo a su cauce natural y a la escena de un manejo prolijo con un accidente evitado. El final del programa, sin embargo, hacía la advertencia de rigor en un perfecto castellano: “pero recuerde que en la vida real no habrá una segunda oportunidad”. 

Con un esquema similar se presentarían prácticamente todos los problemas que uno puede afrontar en la vida social para que los infantes vean cuáles son las consecuencias de sus actos, pero, sobre todo, para que no los efectúen. Una suerte de ejercicio pavloviano aplicado en seres que vivirán pensando que la vida es un recreo —o un carnaval, como diría Celia Cruz— pero que, al momento mismo de ejecutar un acto fallido, recordarán que no pueden cometer un error porque… en la vida real no habrá una segunda oportunidad.

Un aspecto final de la nueva educación patafísica está justamente en la recompensa que se debe efectuar a los educandos. Como se sabe, ya los profesores no pueden proporcionar castigos como los que sufrieron los ciudadanos desde la generación X hacia atrás —que parecían provenir de nuestra gloriosa Inquisición— y que podrían resumirse en: jalada de patilla, reglazo (o palazo) en la mano, cachetada de revés, permanecer en cuclillas bajo el sol durante horas, arrodillarse sobre chapitas de gaseosa, etc.

La propuesta es que los colegios tengan un sistema de recompensas permanente frente a cualquier reacción positiva. Esto supondría un gasto enorme, sobre todo pensando en que se trata de más siete millones de estudiantes peruanos; pero a grandes problemas, grandes soluciones. A todos los niños les gusta viajar. La propuesta es que bajo el régimen de condicionamiento siempre positivo los niños viajen siempre, esto es, de colegio en colegio cada mes. Ello permitiría, además, que los chicos a) no se aburran de sus profesores —a quienes, por cierto, no se denominaría profesores sino orientadores, para evitar la estigmatización del profesorado, pues es sabido que salvo excepciones correspondientes a profesoras de las que se enamoran los alumnos en una prolongación del complejo de Edipo, todos terminan odiando a los profesores (aunque sean elegidos presidentes); b) conozcan mejor el país (al final del recorrido deberían haber visitado todas las regiones); y, c) no creen un vínculo de apego con la familia, estando así listos para la vida en comunidad desde la más tierna infancia. 

La inversión en este sistema podría ser cuantiosa, pero concordemos que no hay nada que ofrezca más retorno en términos económicos que una buena apuesta por la educación. Queda aquí pendiente cómo afrontar el tema del género en la educación —el famoso “con mis hijos no te metas”, que polariza tanto como las elecciones—, pero esto merece abordarse de manera integral como tema en otra (segunda y nueva) oportunidad.

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