Sobre volver a las aulas


El reto de los docentes en la nueva escuela


El sábado 25 se publicó en El Peruano la norma técnica con las disposiciones para la vuelta a las aulas de nuestros estudiantes en marzo del 2022. Es muy probable que en nuestro país este no se convierta en el documento más visitado o discutido del año, del mes, ni siquiera de la semana, aunque nos haría bien que lo fuera. Soñemos mientras tanto con que algo podemos hacer. Todos sumamos. Démosle una visita aquí al documento, al menos como esfuerzo final de lectura de este 2021, y discutamos sobre su contenido. En esta columna compartiré algunas reflexiones iniciales, muy generales. Espero que sea la primera de varias.

Pero antes de entrar en materia, no puedo dejar de señalar que la norma va firmada por el ministro Gallardo, quien por entonces llevaba ya cuatro días de ser censurado por el Congreso. Mientras escribo esta columna han transcurrido siete días desde la censura y no hay nuevo ministro. Necesitamos urgentemente que se defina a la nueva cabeza en el Ministerio de Educación para llevar adelante la vuelta a las aulas, las evaluaciones magisteriales, el fortalecimiento se las universidades públicas, y una larga lista de pendientes. La educación, que no puede esperar más, debería ser prioridad nacional.

Vayamos, pues, al documento de vuelta a las aulas. Allí se establecen diversos criterios de corto plazo para el retorno seguro: el calendario escolar, los protocolos de bioseguridad y los roles y responsabilidades de cada actor en el sistema educativo. Pero antes de ello se presentan algunos elementos básicos de lo que se denomina “las características de la nueva escuela”: (i) centralidad en el bienestar del estudiante, (ii) énfasis en el soporte emocional, (iii) valoración y atención de la diversidad, (iv) evaluación formativa para la mejora, y (v) procesos de enseñanza y aprendizaje híbridos. 

Las cinco características de la nueva escuela, sea como declaración de principios o como ideal para el mediano plazo, son muy interesantes. Me llama mucho la atención, sin embargo, el contraste entre estos y las características actuales de la escuela real.  

Por lo que hemos visto en la discusión educativa de los últimos meses, pareciera que la centralidad no está tanto en el estudiante sino más bien en el docente. Siendo ambos importantes, hay que ser muy claros en que el foco tiene que estar en el estudiante. Ese debe ser el punto de convergencia de todos los esfuerzos. Es para ellos que existe el sistema educativo. Ojalá no sigamos teniendo un ministerio enfrascado en discusiones sindicales y pasemos a uno con visión hacia lo que se viene.

Queda muy claro que en esa nueva escuela el docente es un actor muy importante. Él estaría a cargo de, en primer lugar, la valoración de los estudiantes como sujetos motivados para aprender, pero luego de su acompañamiento continuo en los procesos de aprendizaje en diferentes entornos (presenciales y remotos).

Esto ya era un reto gigantesco antes de la pandemia, ahora es mucho mas grande. Trataré de ilustrar el punto con un ejemplo. Pensemos en los estudiantes que terminaron cuarto grado de primaria en diciembre de 2019. No todos tenían el mismo desarrollo de habilidades lecto-escritoras o de matemáticas, pero al menos consiguieron aprobar los exámenes de su grado y fueron promovidos al quinto grado. Durante 2020 y 2021 hicieron el quinto y sexto grado desde sus casas, y en marzo de 2022 volverán a juntarse en un aula, esta vez la de primero de secundaria.

En esa nueva aula algunos estudiantes tendrán el desarrollo de habilidades que corresponde a estudiantes de primero de secundaria. Ellos serán, lamentablemente, una minoría. Otros estudiantes tendrán habilidades que corresponden al sexto o al quinto grado de primaria. Incluso, otro grupo de estudiantes tendrá un desarrollo de habilidades que corresponde a grados inferiores (cuarto, tercero, o incluso menor).[1]

En una misma aula van a convivir estudiantes de diversos grados. Esto que antes se concebía como el paradigma de la escuela rural —multigrado— ahora pasará a ser la configuración estándar de las escuelas. No todos nuestros profesores están preparados para ello. Necesitan mucha preparación y apoyo. 

¿Tiene sentido la clase magistral para todos los estudiantes? No, a cada estudiante habría que brindarle los contenidos que corresponden a su nivel de desarrollo, tanto para su trabajo en la escuela como en la casa. ¿Cómo saber en que nivel se encuentra cada estudiante en cada momento? Se necesita un profesor muy alerta durante mucho tiempo. Aquí es donde la tecnología puede jugar un rol importante de apoyo al docente. ¿Con esos niveles de exigencia de atención se puede pensar en jornadas escolares largas como las de antes? 

Analizando todo esto, ¿Cuál es el nuevo perfil del docente que necesitamos?


[1] Después de un periodo fuera de las aulas los estudiantes pierden habilidades cognitivas (como operaciones aritméticas o comprensión lectora) y habilidades para el aprendizaje (como prestar atención y tomar notas). Esto es lo que la literatura pedagógica llama el efecto de verano que se da en cada vuelta a las aulas en los inicios de años escolares. Lamentablemente, quienes pierden más habilidades son los estudiantes de entornos socioeconómicos y culturales menos favorecidos. Esta vez el efecto será exacerbado pues “el verano” habrá tomado dos años.

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