Pies cansados en el Jorge Chávez


Sobre cómo se lícita un aeropuerto y cómo se llega a tu avión una vez inaugurado 


Modernizar una infraestructura requiere ingentes recursos económicos, más todavía si se crean de cero, como las líneas del metro de Lima, por ejemplo. En los años noventa quedó claro que no alcanzaba el presupuesto público para hacerlo y que había que diseñar e implementar maneras creativas.

Alguien podría estar pensando que sí alcanzaría si es que cobrásemos más impuestos. Pues tampoco, porque en la disyuntiva de que el Estado pague por centros de salud de atención primaria para un tercio de la población a la que no le alcanza ni para comer, o pague para ampliar los carriles de una carretera, queda claro que lo primero no es rentable desde una óptica de inversión privada, mientras que lo segundo sí. Es obvio, por tanto, que el Estado dedique recursos de los impuestos a aquello que ningún privado emprendería rentablemente y que son servicios esenciales —salud, educación, justicia, seguridad—, y que se piense en mecanismos que abran el juego del negocio a emprendimientos de necesidad pública que son rentables.

Una vez que se ha apostado por el capital privado para desarrollar la infraestructura, lo siguiente es preguntarse cuál es el esquema de convocatoria más eficiente y que atraiga a los mejores postores y desarrolladores de la infraestructura específica que nos interese. Allá en los noventa, la Copri —hoy ProInversión— no lo hacía mal, y fue a través de esos mecanismos que se formaron los consorcios para modernizar el aeropuerto de Lima en su momento, para construir el gasoducto que transporta el gas de Camisea y otros proyectos.

Digo que “no lo hacía mal”, porque tampoco es que lo hiciera perfecto. En el caso del aeropuerto Jorge Chávez de Lima, el ganador se decidió por puntajes del proyecto de modernización y por la proporción de ingresos brutos que le transferiría al Estado peruano. Suena razonable, ¿verdad? El problema es que Lima Airport Partners (LAP)  —el consorcio ganador— ofreció retribuir más del 40 % de sus ingresos al Estado. Fue muy alto, según cualquier estándar internacional.

Los problemas para el desarrollo del proyecto de modernización del aeropuerto surgieron a menudo. Por ejemplo, la liberación de terrenos para construir la segunda pista demoró años. Notemos que liberar los terrenos era responsabilidad del Estado peruano —en la persona jurídica del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC)— pero construir la pista era responsabilidad del concesionario. ¿Cómo se hace programación financiera con esta incertidumbre?

Hasta que llegamos al día D. Es decir, ya está la nueva terminal y ¡oh, sorpresa!, se encuentra prácticamente en una isla con un acceso improvisado. ¿Es el concesionario el responsable de los accesos peatonales o de vehículos a la terminal? No. Eso es responsabilidad del Estado, específicamente del MTC. ¿Qué han hecho los innumerables ministros del rubro en los últimos años? Aunque uno de ellos sigue prófugo de la justicia, varios del resto, sorprendentemente, son expertos en desarrollo de infraestructura: sobre estas grandes irresponsabilidades vendrá otro jugo en su momento.

Y aquí comienzo mi historia del viernes pasado. Airport Express, servicio que solo recibe y deja pasajeros en tres puntos de Miraflores, anuncia que “más o menos” toma una hora llegar. No: siendo un viernes por la tarde, demoró una hora y 40. Llegas al nivel de la zona de llegadas del terminal, y entonces tienes que subir a la zona de partidas. Muy bien por la separación estructural, pero, primera sorpresa: en la subida te topas con una mezanine donde hay restaurantes. Bueno. Quizá sea parte de nuestra identidad culinaria.

Cuando llegas a la enorme zona de partidas, tienes que ubicar el counter de tu aerolínea. La información estaba en la pantalla, afortunadamente, pero faltaba un “detallito”: la información sobre la hora de apertura del mostrador para tu vuelo. Con eso se gestiona la espera si llegaste demasiado temprano. Además, señoras y señoras, por lo menos en lo que yo logré caminar para ver el entorno no logré distinguir un solo asiento. Así que les cuento que estuve más de dos horas de pie esperando a que abrieran el counter.

Agotada, atenta a la recomendación del empleado de la aerolínea que me dijo que ya me dirigiera a pasar seguridad y migraciones porque “hay mucha cola”, busqué los letreros que me indicaran a dónde dirigirme. No fueron obvios. Pregunté al personal que andaba por ahí y, eso sí se debe destacar, fueron súper atentos.

Llegué a seguridad y, como nuestra patria es nuestra patria, a gritos de “por acá, por acá” y poco menos que “apura”, logré llegar y ahí sí casi caigo desmayada del cansancio. Aquí también hay que destacar la atención del personal: “Si gusta, llamo a un médico que la puede atender”. No, respondí: tan solo no quería seguir corriendo.

A pesar de mi búsqueda de letreros, no fue claro a dónde dirigirme para pasar migraciones. Muy diligente yo, ya me había registrado en la aplicación Migracheck, así que, según yo, eso aceleró todo, luego de la respectiva pregunta de “ahora, ¿adónde?” que respondió con atención un joven. Habiendo pasado migraciones, me encontré con las tiendas y restaurantes. Muy bien, pero, ¿dónde estaba la sala de Priority Pass? Tampoco fue obvio. Lamentablemente, cuando subí para hacer la respectiva cola a esa sala, esa sí, más larga que la de seguridad o migraciones, un atento joven me preguntó si ya me había registrado para ingresar. “Pues, no”. Y así desistí de ese privilegio, porque parada más horas haciendo cola, no iba a estar. 

Fue interesante que en la zona de restaurantes y tiendas sí hubiera lugar para que nos sentemos a mirar lo que pasa alrededor y, como soy pequeña, logré encontrar espacio para dormir. Como mi vuelo andaba retrasado, pude descansar: entre descansar y comer, opté por lo primero

Eso sí, cuando me tocó ya dirigirme a mi puerta de embarque, otro joven muy atento me dijo “la acompaño”, porque tampoco es muy obvio que tienes que volver a subir un piso, para volver a bajar otro. En mi puerta de embarque había escaleras eléctricas para bajar, pero, si querías ir al baño o a comprar algo, tenías que subir con tu propia energía porque el ascensor no funcionaba y no hay escaleras eléctricas para subir. Esta parte sí que no la entiendo.

Todo esto me pasó en el sexto día de operaciones de la nueva terminal. Ya veremos cómo será mi experiencia de retorno.


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